El peor drama de la guerra: 500.000 chicos desplazados y el ruego por volver a casa

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Fuente: Clarin

La mayoría pasa por la ciudad ucraniana de Lviv, de donde salen trenes y micros a Polonia. Hay bebes de meses y adolescentes de 15 años. Muchos son huérfanos.

Dimitri tiene 8 años y pide que la guerra termine ya. “Quiero volver a casa”, dice. Viene desde Sverodonetsk, en el sureste de Ucrania, a 1.200 kilómetros, donde las bombas rusas son cotidianas. Espera también que alguien lo adopte: es huérfano. Le manda un mensaje a la gente que no fue evacuada a Lviv como él y sus 75 compañeros del orfanato: “Quiero que vivan. No quiero que mueran”. Tom Llamas, el curtido reportero de la NBC que lo entrevista, se queda sin palabras, se toca la boca, aturdido. No hay periodista preparado para ciertas situaciones. ¿Hasta cuándo un chico es chico en la guerra?

En la estación central de esta ciudad del oeste ucraniano hay cientos de chicos en todo momento y la verdad es que mirarlos -y pensar de dónde vienen y lo que les espera- duele. Gran parte de los 500.000 que se calcula que fueron desplazados por la invasión rusa, circularon por aquí, ya que de acá salen los trenes y los micros rumbo a Polonia. Son el doble que los alumnos sumados de primaria y secundaria de toda la Ciudad de Buenos Aires.

Es la mañana del día 13 de la guerra, con tres grados que casi dan calor, aunque anuncian cinco bajo cero para la noche, y la situación parece relativamente tranquila para los parámetros locales, como Constitución con paro ferroviario más Retiro en el arranque de la temporada de verano.

Hay chicos de meses, de un año, de tres, de siete, de doce, de quince. Lucen camperas lilas, rosas, negras, amarillas, estampadas, metalizadas, muchas con capuchas con piel en el borde. Todos llevan gorros, en general con pompones u orejitas, de lana. Así como las madres italianas o judías se preocupan por si sus hijos comieron, cuentan acá que lo primero que una madre ucraniana pregunta a su hijo es si tiene gorro puesto.

Llevan en sus manos autitos, muñecos, muñecas, peluches, chupetes, caramelos, mochilitas, luncheras, mascotas. Algunos hasta juegan en una pequeña placita de suelo de goma, con tres saltarines y un tobogán, y uno puede llegar a pensar que no la están pasando tan mal. Pero no. Son la definición de víctimas. Hay uno, de unos 13 años, que camina con su abuelita. Tiene síndrome de Down. Más desamparo no existe. Perdón, pero esto es una mierda a la que nadie se acostumbra, por más que venga curtido de tanto chico cartoneando o haciendo malabares en los semáforos porteños.

En una escuela no lejos del centro de la ciudad, en el parque Stryiskyi, las autoridades locales alojaron a Dimitri y sus compañeros de orfanato. Tras una noche de bombardeos en su ciudad natal, viajaron en micros y en un tren especialmente fletado hasta Lviv. Con ellos, que tienen entre 6 y 15 años, viajaron también cuatro enfermeras y 18 bebés, también huérfanos. Aquel hogar original, de hecho, ya no existe: un ataque ruso lo destrozó y en él murió una mujer de 54 años.

El peor drama de la guerra: 500.000 chicos desplazados y el ruego por volver a casa
El peor drama de la guerra: 500.000 chicos desplazados y el ruego por volver a casa

La ministra de Educación y Ciencia de Lviv, Olga Kotovska, que supervisa el alojamiento de los chicos, le dijo al Daily Mail inglés: “Esto es doloroso y difícil, pero sabemos que los niños son nuestro futuro, así que tratamos de mantener un pensamiento positivo”. Además de comida y techo, en esta escuela les dan clases. Son los únicos que asisten: los 170 alumnos regulares tienen vacaciones forzadas por la guerra.

Las historias son terribles. Dos de los chicos, los más grandes, quedaron huérfanos en 2014, cuando los separatistas prorrusos de la región de Donbas bombardearon su casa en Luhansk. “Estos chicos son realmente los más vulnerables en toda esta locura”, dice una maestra a la que los chicos llaman “mamá”. Nadie podrá contradecirla.

De vuelta en la estación, otra cosa que llama la atención es que, pese a que todos estos chicos deben estar agotados, hambrientos y con frío, no se escuchan retos por parte de las madres (los padres en general no están, porque tienen prohibido salir del país). Se portan bien. Deben entender de alguna manera que acá no hay lugar para caprichos.

Tampoco hay mucho llanto. Tal vez agotaron las lágrimas en los varios días de viaje que les tomó llegar.

Al menos están vivos. Desde que empezó la guerra Ucrania-Rusia, 38 chicos fueron asesinados y otros 71 heridos, de acuerdo con información distribuida por el gobierno ucraniano. Dos de ellos murieron hace apenas horas, en Sumy, donde las bombas de Vladimir Putin mataron a 21 personas. No hay peor crimen de guerra.

Hasta el hotel hay 40 minutos a pie, ojalá sean suficientes como para desanudar la garganta.

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