Los humanos están de moda

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Titulo: Los humanos están de moda

Estamos de moda. Nosotros, los humanos. Nunca hemos dejado de estarlo, por supuesto; nada hay, ahora y siempre, más interesante que uno mismo. Pero quizá es cierto que hay hallazgos recientes que justifican un repunte en el interés intelectual por nosotros mismos. Por mirarnos el ombligo. ¿Por qué somos como somos? Y también: ¿cómo podemos llegar a ser? Los humanos disponemos ahora de un montón de información para abordar estas preguntas desde múltiples perspectivas. Varios autores recorren el camino que va desde los fósiles de los primeros seres catalogables como «personas» hasta la versión actual de una especie que se pregunta cuándo es ético seleccionar genéticamente a sus descendientes.

Los humanos estan de moda

Los más recientes hallazgos de la paleoantropología, la genética y la neurociencia inducen a replantearse qué significa ser humano y los libros se hacen eco

Estamos de moda. Nosotros, los humanos. Nunca hemos dejado de estarlo, por supuesto; nada hay, ahora y siempre, más interesante que uno mismo. Pero quizá es cierto que hay hallazgos recientes que justifican un repunte en el interés intelectual por nosotros mismos. Por mirarnos el ombligo. ¿Por qué somos como somos? Y también: ¿cómo podemos llegar a ser? Los humanos disponemos ahora de un montón de información para abordar estas preguntas desde múltiples perspectivas. Varios autores recorren el camino que va desde los fósiles de los primeros seres catalogables como «personas» hasta la versión actual de una especie que se pregunta cuándo es ético seleccionar genéticamente a sus descendientes.

Para empezar, se cumple una década de la secuenciación del genoma humano. La hazaña se presentó en su día con términos grandilocuentes: el descifrado del código genético humano no solo permitiría curar infinidad de enfermedades sino prevenir su aparición diseñando bebés con un ADN perfecto. Francis Collins, director del proyecto Genoma Humano entre 1999 y 2008 en los institutos nacionales de salud pública estadounidenses, se lanza ahora a un ejercicio de «qué pasó con…», en El lenguaje de la vida, para contrastar la realidad -la suya, al menos- con los sueños.

Pero las novedades no se limitan al presente. La secuenciación en 2010 del genoma del neandertal, la especie humana con la que nuestros ancestros directos compartieron hábitat durante decenas de miles de años, y extinguida hace apenas 30.000, abre la vía a investigar qué rasgos son exclusivamente nuestros, cuál fue su origen y qué ventajas evolutivas nos confirieron. Dos obras ponen en orden los datos y muestran cómo la ciencia de vanguardia se abre paso apoyándose en hipótesis bellamente discrepantes. Una es La gran migración, del paleontólogo Jordi Agustí (Instituto de Paleoecología Humana y Evolución Social de la Universitat Rovira i Virgili) y el ilustrador experto en paleontología Mauricio Antón, colaborador del Museo Nacional de Ciencias Naturales. La otra, El sueño del neandertal, es de Clive Finlayson, director del Museo de Gibraltar y miembro del departamento de antropología de la Universidad de Toronto (Canadá).

No contentas con estas nuevas ventanas al pasado y al futuro, las estanterías ofrecen aún más material para reflexionar sobre nuestra naturaleza. ¿Qué nos hace humanos? (traducida en 2010), de Michael S. Gazzaniga, aporta al debate los últimos hallazgos de la neurociencia y las ciencias del comportamiento. Gazzaniga, director del centro SAGE para el estudio de la mente de la Universidad de California en Santa Bárbara (EE UU) y considerado un pionero de la neurociencia cognitiva, desmonta la creencia en el carácter exclusivamente humano de múltiples rasgos. «Las moscas sueñan, igual que nosotros», advierte -no reprime un «¡Dios santo!»-. Pero también concluye que «simplemente no hay, ni habrá jamás, una sola cosa que pueda dar cuenta de nuestras espectaculares habilidades, nuestras aspiraciones y nuestra capacidad de viajar mentalmente en el tiempo hacia un mundo casi infinito, más allá de nuestra existencia fáctica».
Escrito en el genoma. ¿Está eso grabado en nuestro código genético? La verdad es que Collins, aunque no elude en absoluto la reflexión sobre el papel de los genes en la personalidad, la inteligencia y el comportamiento, tiene la firme intención de mantenerse con los pies en el suelo. Al menos en lo que respecta a contar qué se sabe, y qué no, sobre lo que cuenta nuestro ADN.

Su obra pretende, ante todo, repasar qué aplicaciones médicas están ya disponibles gracias al conocimiento de nuestro genoma. Se le puede tachar de optimista: la inmensa mayoría de sus historias tienen final feliz. Pero ¿podría ser de otra forma en una obra que destaca lo aprendido? Tampoco habrá muchos expertos en malaria que suscriban su frase: «Hace muy poco tiempo se ha desarrollado una prometedora vacuna que podría reducir la incidencia de la infección», escribe, «y augura un futuro posible en el que esta enfermedad quede erradicada». Finalmente, no faltará quien resalte que la medicina de Collins es solo para la pequeñísima fracción de la humanidad capaz de pagarla. Pero esa es otra historia.

Collins reconoce que «todo aquel alboroto de 2000
[cuando se hizo pública la secuenciación del genoma humano] ha tenido un efecto bastante confuso sobre el público en general». La gente «sabe que se ha conseguido descifrar el genoma completo, pero ha perdido de vista lo ocurrido desde entonces». Admite que mucho de lo prometido hace una década «no fue realista», pero también dice que «la avanzadilla ya ha llegado y comienza a afectar a muchas vidas».

El tratamiento que recibe hoy un paciente de cáncer puede variar completamente en función del análisis genético de su tumor. Una pareja puede decidir concebir a sus hijos in vitro para evitar transmitirles enfermedades hereditarias como la corea de Huntington o la hemofilia. Una mujer puede someterse a una mastectomía preventiva si sabe que comparte una determinada mutación con su madre, que tuvo cáncer de mama. «Si usted quiere vivir la vida al máximo es hora de que empiece a usar su doble hélice en beneficio de su salud y sepa de qué trata este cambio de paradigma», escribe Collins.

También habla este autor de lo que muchos consideran una de las consecuencias más inquietantes de la revolución del ADN: los análisis de genoma completo que cualquiera puede hacerse ya por unos cientos de euros. ¿Qué dicen estas pruebas? ¿Son fiables? Muchos expertos optan por la cautela máxima y recomiendan no recurrir a estas pruebas sin el respaldo de un médico; Collins parece decidir que no es posible poner puertas al campo. Él mismo manda su ADN a varias compañías, compara los resultados y explica cómo interpretarlos.

Hay, no obstante, dos piezas de información que sugieren que el saber genético aún no ha superado del todo al convencional. Uno es que el tabaco es malo: ningún gen conocido predispone a padecer cáncer más que fumar. El otro es que los test genéticos nunca van a decir mucho sobre inteligencia, orientación sexual, espiritualidad o fidelidad. No porque la genética no cuente para estos rasgos, sino porque, precisamente, los genes en juego son demasiados, y el papel del ambiente «es significativo». Parece que quienes usen estos test para elegir pareja o hijos, en lo que se refiere a la inteligencia tendrán que seguir contentándose con el azar.

Espiritualidad, arte y trascendencia. Puede que la espiritualidad no esté en un solo gen, pero en sus manifestaciones se basan los paleoantropólogos para definir lo propiamente humano. Y los neandertales lo eran. Finlayson, Agustí y Antón no tienen dudas al respecto. Hubo una época, larga, en que no estuvimos solos. La comparación de nuestro genoma con el de los neandertales confirma, además, que ambas especies se cruzaron: entre un 1% y un 4% de nuestro material genético es -era- neandertal. ¿Quiere esto decir que en realidad somos una única especie? Finlayson casi lo afirma, con lo que, en línea con su postura en general escéptica, se enfrenta así a la visión más ortodoxa.

Empeñado en resaltar más lo que no se sabe que lo que sí, el paleontólogo gibraltareño no escatima las críticas ácidas a su propia comunidad. Su comentario acerca de la Sima de los Huesos, el yacimiento de hace medio millón de años en Atapuerca (Burgos), donde su han hallado fósiles de al menos 28 individuos, es una muestra. ¿Es la Sima una prueba de que por entonces ya se enterraba a los muertos? Para Finlayson, esa hipótesis -apoyada en el hallazgo de un hacha tallada bautizada Excalibur- «revela la medida en la que algunos científicos se hallan preparados para fantasear y engañarse, cuando todo lo que tienen son atisbos de lo que debió de haber sido un pasado complejo».

La narración de Agustí y Antón puede que sea más tranquila y descriptiva, pero no más aburrida. Y eso gracias, en gran medida, a las ricas ilustraciones de la obra, que ayudan a visualizar no solo a nuestros antepasados sino también el paisaje y la fauna que les rodeaba. Ahora bien, si el lector espera una respuesta contundente a por qué se extinguieron los neandertales, deberá cultivar su paciencia. No está claro -los autores coinciden- que la superioridad tecnológica o cognitiva sirva para explicar lo que cuentan los fósiles. Para Finlayson, nosotros estamos aquí y ellos no «por una combinación de capacidad y suerte.

Ciertamente, éramos buenos en aquello que hicimos, pero también fuimos afortunados por haber estado en los lugares adecuados en los momentos oportunos». Los autores españoles incluyen otra variable en la ecuación: los neandertales eran caníbales. «No es difícil imaginar que si dos especies humanas han de competir por los mismos recursos, y una de ellas, además, compite consigo misma, la balanza final se decantará a favor de aquella que no se vea afectada por este plus de presión autodepredatoria». Si eso fuera cierto, no deberíamos darnos tanta importancia: «Los neandertales se habrían extinguido a sí mismos», escriben Agustí y Antón.

Y ahora el cerebro. El genoma de sapiens y neandertales también es un ingrediente importante en la obra de Gazzaniga. Pero no el único. La neurociencia, los experimentos de psicología, la etología en general y la de los primates en particular sirven a este autor para analizar desde por qué existe el arte hasta cómo tomamos decisiones, por qué somos generosos o si los gestos que muestran repugnancia son universales. Sí, repugnancia, «una emoción únicamente humana». «Es obvio que tu perro no la siente: fíjate en lo que come».

Gazzaniga, no obstante, no habla solo de repugnancia básica. «A medida que vayamos desgranando la neurobiología de la conducta moral veremos que parte de nuestra repugnancia ante el asesinato, el robo, el incesto y docenas de otras acciones es el resultado de nuestra biología natural», escribe. Así que se trata, en el fondo, de alimentar preguntas de siempre con datos nuevos. Admitiendo que algunas respuestas, como desde cuándo, y por qué, sabemos que somos humanos, no llegarán nunca.

El lenguaje de la vida. Francis S. Collins. Traducción de Joan Lluis Riera. Crítica. Barcelona, 2011. 368 páginas. 26 euros. La gran migración. Jordi Agustí y Mauricio Antón. Crítica. Barcelona, 2011. 248 páginas. 22,90 euros. El sueño del neandertal. Clive Finlayson. Traducción de Joandomènec Ros. Crítica. Barcelona, 2010. 256 páginas. 25,90 euros. ¿Qué nos hace humanos? Michael S. Gazzaniga. Traducción de Francesc Forn. Paidós. Barcelona, 2010. 480 páginas. 27 euros.
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Autor: Monica Salomone
Fuente: El Pais   
Web: http://www.elpais.com



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