El olfato y el cerebro

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El olfato es el más antiguo de los sentidos, al percibirlo este utiliza las vías que lo llevan directamente a las amígdalas cerebrales y a la corteza olfatoria, la primera es parte del llamado sistema límbico que tiene que ver con las emociones, es decir, que a diferencia de las otras sensaciones, este sentido no pasa por el tálamo, que es el tráfico de todas las sensaciones y que se encuentra situado en la profundidad cerebral. Otro aspecto de gran importancia de los olores es su gran maraña neuronal representada dentro de los centros de las emociones. Por consiguiente, cuando olemos algo sea agradable o desagradable, esos estímulos olfatorios pasan de manera muy rápida hacia el lóbulo parietal sin ser prácticamente filtrados.
Como vimos, las amígdalas cerebrales reciben los estímulos olfatorios y ellas influyen directamente en el llamado sistema simpático (autónomo), por eso los olores pueden hacer que en cuestión de segundos el corazón lata aceleradamente, que la tensión arterial nos suba, o por el contrario producir una sensación de máxima mansedumbre y gran calma, como la que sentíamos dentro del vientre de nuestras madres. Lo anterior así pues los olores pueden evocar memorias y recuerdos, hasta de aquellos de los que no tenemos “conciencia”.
¿Qué sucede cuando olemos? El sentido del olfato se encuentra en su inicio situado en un área de la mucosa olfatoria (parte alta de la nariz) de unos cinco centímetros cuadrados. En esa área las moléculas volátiles de las sustancias que olemos se unen a receptores olfatorios específicos y estos receptores a su vez están hechos de proteínas.
Los humanos poseemos cerca de 10 millones de células olfativas especializadas las que transmiten la información olfativa a lo largo de fibras nerviosas en forma de impulsos eléctricos, cuyas prolongaciones alcanzan los bulbos olfatorios ya dentro del cerebro, y de ahí a la corteza olfatoria situada en la parte lateral del opérculo parietal (debajo de la sien). Este es el espacio cerebral que valora juntos los olores y los sabores, a través de ese cableado de líneas neuronales etiquetadas, para el cerebro entonces sacar conclusiones de decidir si es agradable o no.
Gran parte de lo que hoy sabemos sobre la olfacción se lo debemos a los investigadores Linda Buck y Richard Axel de la Universidad de Columbia, quienes recibieron en el 2004 el Premio Nobel por sus investigaciones sobre la genética relacionada con la compleja olfacción. Creemos que los humanos tenemos un olfato inferior a otras especies animales y no es así, antes se creía que solo podíamos distinguir 10,000 olores diferentes, sin embargo, hoy se ha demostrado que podemos diferenciar hasta un trillón de olores. La dificultad resulta más bien semántica, cómo podemos nosotros ponerle nombre a esa enorme cantidad de olores. Los seres humanos, al igual que los ratones tenemos 1,000 genes para los receptores olfativos, pero solo nos funcionan 350 de ellos.
El olfato trabaja sin descanso: nuestro sistema olfativo trabaja día y noche. Mientras que la visión descansa durante el sueño, el sentido de la olfacción trabaja las 24 horas. Tampoco puede desconectarse de manera voluntaria. Como vemos los olores suelen tener una fuerte asociación emocional: el pastel de la abuela, las rosas, la fresca albahaca, un buen vino reserva, la camiseta de la persona amada, el perfume del ser querido, el café de la mañana, las diferentes secreciones del cuerpo humano, etc. Nuestro olfato nos ayuda a elegir amigos y hasta pareja, es decir que debemos “oírlo” al elegir compañero (a). En un estudio publicado en el 2014 en Psychological Science, demostraron que el olfato sigue siendo uno de los aspectos vitales en la felicidad de las parejas. Hay personas que tienen este sentido hipertrofiado y sus narices les dicen más que sus propios ojos. Debemos aceptar que si usted en verdad “ama” todos los flujos corporales y las transpiraciones de ese otro ser y les son agradables.



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