Vivimos hiperconectados y eso permite que controlen nuestra mente

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Vivimos hiperconectados y eso permite que controlen nuestra mente

Fuente: BBC Mundo
Autor: Irene Hernández Velasco

«La geopolítica actual va mucho más allá de los límites geográficos concretos para convertirse en el ejercicio de un geopoder con ambiciones universales. Se materializa en la permanente rivalidad por el control de toda la humanidad. Y la forma mejor, la más completa, de lograr dicho control es actuar sobre la mente de las personas, lo que hoy es más sencillo que nunca gracias a las nuevas tecnologías».

Así comienza «El Dominio Mental» (Ed. Ariel), el nuevo libro del experto en geopolítica Pedro Baños. Se trata de un libro de 542 páginas en el que, con profundo detalle, este coronel del ejército español en la reserva que ha sido jefe de Contrainteligencia y Seguridad del Cuerpo del Ejército Europeo de Estrasburgo detalla las variadas técnicas que utiliza el poder para controlar nuestras emociones.

«Porque quien consigue controlar nuestra mente consigue el poder», sentencia Baños.

Su nuevo libro se titula «El dominio mental». ¿Realmente podemos ser dominados a través de la mente?

Sí, con rotundidad. Hay que pensar que ese conjunto formado por la mente y el cerebro -hablaríamos tanto de la parte etérea como de la parte física- es nuestro centro de mando, donde se regula absolutamente todo.

Y cuando digo todo, me refiero a los pensamientos, a nuestras acciones, a nuestras decisiones… Por tanto, quien es capaz de controlar ese centro de mando, controla individuos y sociedades completas.

¿Esa forma de control es nueva?

Siempre se ha intentado ese control de la mente a lo largo de la historia a través de múltiples sistemas. Hoy en día, la gran diferencia es la tecnología.

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Vivimos en un mundo hiperconectado en el que estamos permanentemente inmersos en medios electrónicos. Y esa hiperconexión permite no sólo el control mental, sino que sea mucho más intenso en todos los órdenes. Esta es la gran diferencia.

De hecho, hasta los ejércitos están cambiando sus denominaciones. Antes, por ejemplo, hablaban de operaciones psicológicas, y hoy en día se las llama operaciones de influencia y buscan precisamente actuar ya no solamente sobre las mentes de los combatientes o los militares sino cada vez más en las de la población civil.

¿Qué saben de nosotros? Porque me imagino que para poder controlarnos antes tienen que conocernos….

Esa es la clave. Evidentemente, para poder controlarnos y dirigirnos, lo primero es hacer una vigilancia sobre nosotros.

Hoy en día lo saben todo de nosotros, incluso saben cosas que ni nosotros mismos sospechamos. Establecen perfiles psicológicos sobre nosotros tan perfectos que probablemente ni siquiera nosotros seamos conscientes de que ese es nuestro perfil psicológico.

Saben cosas de nosotros que ni siquiera nuestro círculo más íntimo, incluso nuestra familia, conoce.

Todo lo que hacemos en los medios electrónicos, dentro de esta hiperconectividad, va dejando un rastro, va dejando una huella. Y todos esos millones datos, que son analizados por algoritmos, por la inteligencia artificial, permiten establecer esos perfiles psicológicos.

Y una vez que se tiene ese perfil sobre cada uno de nosotros, se puede actuar para condicionarnos mentalmente tanto de forma individual como de forma colectiva: por barrios, por regiones, por provincias…

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¿Nos puede dar algún ejemplo de cómo, a través de la información que disponen de nosotros, nos llegan a controlar?

Eso lo estamos viendo ahora mismo, por ejemplo, con los procesos electorales. Lo acabamos de ver en Estados Unidos.

La hipervigilancia se realiza con datos que además no hace falta que nos obliguen a darlos, nosotros voluntariamente aportamos una cantidad ingente de datos sobre nosotros mismos, por ejemplo, dónde vivimos, lo que gastamos, en qué lo gastamos, el coche que tenemos, las relaciones que mantenemos, a quién damos likes, a qué personas seguimos….

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Los «likes» que damos son parte de la información que ofrecemos sobre nuestros gustos.

Y con toda esa información se establece un perfil psicológico sobre nosotros que, entre otras cosas, permite apuntar nuestra intención de voto, aunque nosotros todavía no lo tengamos demasiado claro.

Y una vez que tienen este perfil de voto, lo que hacen es intentar condicionarnos, sobre todo a aquellas personas que se entiende que pueden tener dudas, que pueden todavía no tener muy claro si inclinarse hacia un candidato o hacia otro….

A partir de ese instante, a esa persona se le empiezan a mandar mensajes personalizados o, como ha pasado en Estados Unidos, se le insiste hasta la saciedad en que vote, se le llega a mandar a su domicilio hasta diez veces las papeletas para que vote por correo. De ese modo se condiciona el voto, y se sabe perfectamente a quién se tiene que condicionar.

Y, como decía antes, no sólo se condiciona a personas individuales, sino incluso se trata de condicionar a ciudades o estados enteros -como ha ocurrido en Estados Unidos con los llamados estados swing, esos estados que van alternando el voto dependiendo de las circunstancias- actuando de una manera cada vez más quirúrgica.

Efectivamente, para hacer eso necesitan conocernos perfectamente. Pero hoy en día nos conocen muy, muy bien, de manera muy afinada.

Por lo que cuenta, deduzco que los partidos políticos son algunos de los poderes que hacen uso de toda esa información sobre nosotros para tratar de manipularnos. ¿Quién más? ¿También los Estados e intentan controlarnos mentalmente?

Los dos principales beneficiados de esta hipervigilancia, y por tanto de este hiperconocimiento sobre nosotros, son por un lado el mundo económico, el mundo comercial, y por otro lado el mundo político.

El mundo comercial y el mundo político se benefician de «este hiperconocimiento sobre nosotros», dice el autor.

Y cuando decimos el mundo político hablamos tanto de grupos políticos como de gobiernos, que también compran estos datos o saben cómo hacerse con ellos a través de los profesionales que trabajan a su servicio, para tratar de condicionarnos psicológicamente.

Saben perfectamente el mensaje exacto que tienen que mandar en cada momento.

Para eso tienen a algunos de los mejores especialistas en sociología, en antropología, en psiquiatría, en psicología… Saben el mensaje que tienen que ir mandándonos en cada momento para condicionarnos en todos los sentidos.

Y lo mismo que ocurre en el ámbito político ocurre en el ámbito comercial, cada vez con mayor intensidad y con estrategias verdaderamente sibilinas que nos pasan desapercibidas.

Y si eso es así, ¿cómo es que no nos rebelamos ante semejante atropello?

Porque, como digo en mi libro, hemos entrado en lo que yo llamo ‘la sociedad de la resignación’. En algunos casos no nos damos cuenta de lo que están haciendo, por esto se lleva a cabo de una manera tremendamente astuta, muy camuflada, muy oculta.

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Nuestra información personal tiene un gran valor para las compañías.

Y en otros casos, aunque nos demos cuenta, hemos entrado en un estado de pasividad tal -o mejor dicho, nos tienen en un estado de pasividad y atonía tal- que no somos capaces de reaccionar, a pesar de que vemos todos los días cómo nos engañan, cómo nos mienten.

Ese estado de pasividad impide una reacción ciudadana, una reacción de la sociedad, y desde luego es algo perfectamente estudiado para que no se produzca esa rebelión social.

En «El Dominio Mental» dice textualmente: «Si nos colman de entretenimiento estéril, jamás podremos adquirir conocimientos enriquecedores que nos permitan construir nuestro propio pensamiento crítico, dudar de las permanentes imposiciones». ¿El entretenimiento es para mantenernos en ese estado de letargo?

Sí, el entretenimiento masivo es parte del juego. Es un entretenimiento pasajero, pero que no nos proporciona sustancia. Las personas, por supuesto, tienen derecho después de un día de trabajo o de estudio a evadir su mente.

El experto explora en su libro el manejo de «nuestros pensamientos a distancia».

Pero el problema es que eso, que antes era una pequeña parte de la vida de las personas, se está convirtiendo en una parte cada vez más mayoritaria.

El problema es que vemos cómo el entretenimiento -incluido el entretenimiento gratuito, que cada vez va a más- permite mantener a las sociedades en este estado de apatía en que nos encontramos, en ese estado de resignación.

Cuando surge cualquier problema verdaderamente estructural al que tendríamos que prestar atención de repente, y no por casualidad, surge algo que nos entretiene todavía muchísimo más y que nos tiene enfrascados en discusiones estériles que no llegan a ningún sitio, pero que camuflan los verdaderos problemas de la sociedad.

¿Qué podríamos o qué deberíamos hacer para evitar que nos controlen mentalmente?

Lo primero, entender que esto sucede, que esto pasa, que no es ninguna fabulación. Por eso en mi libro incluyo más de 470 referencias, en muchos casos a revistas científicas, artículos científicos… Lo primero es entender que esto sucede.

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A partir de ahí, yo creo que la sociedad en su conjunto tiene que hacer un esfuerzo para no permitir que nos lleven a estos estados de pasividad absoluta, debemos exigir tener buenos dirigentes, dirigentes que cumplan con los requisitos de honradez, de transparencia y de verdadera vocación de servicio.

Y eso lo tenemos que exigir los ciudadanos, porque si no nos seguirán tomando el pelo casi de manera sistemática.

El problema es que por lo que usted dice los propios Estados, los propios gobiernos, están involucrados en manipularnos a través del dominio mental. Es decir: quien debería de protegernos nos está agrediendo, ¿no?

Esa es la cuestión. El problema es que, efectivamente, aquellos que nos deberían guiar por el buen camino son los primeros que nos distraen con todo tipo de artimañas psicológicas.

Sólo hay que ver un poco de las noticias para darse cuenta de que esto pasa lamentablemente a diario. Y, curiosamente, los que hablan de desinformación son los grandes desinformadores.

Todos los avances que se están produciendo en el campo de la neurociencia, ¿harán que el dominio mental sea aún más potente y efectivo?

Sí. Ya no sólo hablamos de que nos instalen un chip en el cerebro -ya hay muchas personas que lo tienen insertado por cuestiones sanitarias y de salud-, sino que hablamos incluso de poder manejar cada vez más nuestros pensamientos a distancia.

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En el libro hablo de las armas sónicas, de las armas electromagnéticas, de las armas psicotrónicas… Y vemos que no es ninguna fábula.

Yo incluso indico en el libro dónde se pueden comprar. Estamos hablando de la capacidad de poder modificar y alterar los pensamientos de las personas, sus percepciones, incluso a distancia.

Estamos entrando en una época verdaderamente muy, muy compleja por todo lo que permite la tecnología. Y esto lo podemos enlazar con esta guerra mental en la que vemos cómo las grandes potencias están desarrollando capacidades para sus propios soldados verdaderamente espectaculares.

Hace muy pocos días, el jefe del Estado Mayor británico comentó que dentro de 10 años el 25% de su ejército estará constituido por robots, es decir, robots-soldados.

Estaríamos hablando de unos 30.000 robots-soldados y de 90.000 humanos. Pero la cuestión es que esos 90.000 humanos, ese 75% del ejército británico, probablemente serán no robots-soldados sino soldados-robots. Serán seres humanos potenciados física y psíquicamente.

Vamos a entrar en una época en la que los soldados, bien con psicofármacos o con otro tipo de procedimientos, se van a convertir en verdaderos soldados-robot que no van a tener miedo a nada, que no van a sufrir pánico en el combate, que no van a sentir dolor cuando reciban el impacto de una bala o de la metralla.

Estamos entrando en una época que va cambiar completamente incluso el espectro de las guerras.

¿Se trata entonces de deshumanizarnos?

Totalmente. Y ese es el riesgo: que dejemos la esencia de lo que somos y entremos en una fase de deshumanización absoluta.

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En el caso concreto de las guerras, ya de por sí inhumanas, a partir de ahora estarán completamente deshumanizadas, tanto por los robots-soldados como por los soldados-robot.

Al final lo que estamos perdiendo en estos procesos de potenciación es el alma, el alma del ser humano, y eso no lo podemos perder.

¿También en América Latina hay intentos de dominación mental?

Por supuesto, esto es algo que afecta a todo el mundo. Si México, un país al que yo tengo mucho cariño, tuviera buenos dirigentes y si Estados Unidos le dejara, podría ser uno de los seis más poderoso del mundo, una de las seis principales economías del mundo.

Y México en concreto se puede estar viendo muy afectado por estas influencias psicológicas para, entre otras cosas, impedirles despegar con la suficiente eficacia.

Todo esto del control mental haría realidad la peor de las distopías, ¿no? Incluso el famoso libro de George Orwell «1984» se queda corto ante el panorama que usted alerta que nos podemos encontrar….

Totalmente. Para mí, lo que estamos viviendo es una distopía real en la que se mezclan tres libros. Uno sería, efectivamente, «1984» de Orwell. Pero también «Un mundo feliz» de Aldous Huxley y «Fahrenheit 451», de Ray Bradbury.

¿Qué ve de cada uno de esos libros en la situación actual?

Empezamos por el último que he mencionado, por «Fahrenheit 451», de Ray Bradbury: estamos dejando de leer y en muchos casos, cada vez más, toda la información que recibimos nos llega a través de medios electrónicos.

Hay estudios que señalan que en algunos países casi el 70% de la población recibe la información a través exclusivamente de Twitter o de Facebook.

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Las cámaras ya no están solo afuera. «Respecto a ‘1984’», dice Baños, «en el libro se habla de unas telepantallas que las personas tenían en sus casas para vigilarles. Nosotros esas pantallas ya las tenemos».

Si hablamos de «Un mundo feliz», estaríamos hablando de ese entretenimiento masivo e incluso del soma, esa droga que en el libro se administra a quienes están tristes y que quieren popularizar entre nosotros, nos la están metiendo cada vez más por los ojos a la sociedad.

Respecto a «1984», en el libro se habla de unas telepantallas que las personas tenían en sus casas para vigilarles. Nosotros esas pantallas ya las tenemos, pero encima no nos las ha puesto el gobierno, nos las hemos puesto nosotros, las hemos pagado nosotros.

Además en «1984» de noche, cuando se apagaban las luces, esas telepantallas no podían observar a las personas. Hoy día eso está también superado: nos vigilan de día y de noche porque hay medios mucho más avanzados. La distopía de «1984» no sólo se ha convertido en realidad sino que va muchísimo más allá que en libro.

La democracia es el gobierno del pueblo. Si el pueblo está controlado mentalmente, ¿corre peligro la democracia?

Totalmente, y me preocupa mucho la deriva que está tomando la democracia. Creo que la esencia de lo que es la democracia se está perdiendo.

Cada vez más, a través de muchas maneras, se limita la libertad de expresión, incluso la libertad de prensa está cada vez más amenazada en más países.

En la democracia el pueblo es soberano, es el que tiene la capacidad de decisión. Y con todas las manipulaciones a las que estamos sometidos, la capacidad de decisión de los ciudadanos es en realidad mucho menor.

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La democracia puede acabar en un Estado prácticamente moribundo. Yo desde luego creo que los ciudadanos tenemos la obligación de darle respiración artificial a esta democracia, de resucitarla y de volver a recuperar los derechos que en una democracia auténtica nos corresponde.

Si no lo hacemos, ¿corremos el riego de vivir en una dictadura enmascarada de democracia?

Curiosamente eso es algo que ya decía Huxley y que vemos que se está produciendo. Es lo que yo llamo ‘totalitarismo democrático’, donde cada vez se van imponiendo más ideas, un pensamiento único del que cuesta trabajo salir.

Entre otras cosas porque los ciudadanos cada vez tendemos más a auto-censurarnos por el miedo que tenemos a expresarnos libremente y que se nos ataque y que por ello se nos destruya socialmente, porque hoy en día no hace falta que sea físicamente.

Debemos mantener la absoluta independencia intelectual, pero cada vez nos cuesta más por todas las circunstancias de las que hemos hablado.

No deja de ser curioso que todo esto ocurra con la que se supone que es la generación más formada de la historia de la humanidad y con mayor acceso a la información…

Es que muchas ocasiones ese exceso de información, que es verdad que lo tenemos, también significa exceso de manipulación. Al tener tanta, tanta, tanta información, no nos da tiempo a reflexionar, no nos da tiempo a hacer nuestro propio análisis.

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Las nuevas generaciones han crecido en un mundo bombardeado de información, que no siempre es la correcta.

Cuando queremos madurar algo, nos llega una nueva avalancha de información que hace que olvidemos la primera en segundos. En parte es por las características del mundo actual, su inmediatez, la aceleración de acontecimientos…

Pero también muchas veces es intencionado, con el objetivo precisamente para que no se produzca esa reflexión ciudadana. Recibimos mucha información, sí, pero creo que dista bastante que estemos bien informados y bien formados.

Y además de mucha información, también recibimos mucha desinformación…

Sí, y por parte de todo el mundo.

La desinformación, para simplificarla, podemos dividirla en dos partes. Hay una desinformación internacional, por así denominarla, estratégica, que forma parte del juego al que juegan todas las potencias.

Y subrayo lo de «todas», no podemos acusar a ninguna concreta porque lo hacen todas las grandes potencias.

Eso es parte de esta guerra irrestricta, de esa guerra híbrida que se libra actualmente y, de modo muy preferencial, en el ciberespacio, empezando por las redes sociales y siguiendo incluso hasta por los servicios de mensajería. Todos participan en ese juego desinformación.

Pero por otro lado, existe la desinformación interna dentro de los países. Y en muchos casos, quién lleva la batuta de esa desinformación son los propios gobiernos. Los gobiernos, para condicionar a sus ciudadanos, lanzan permanentemente todo tipo de noticias que no se ajustan a la realidad o a la verdad.

Además, como explico en el libro, hay muchísimas maneras de practicar la desinformación, empezando por no querer dar una información o darla incompleta. Eso también es desinformación, y es un juego al que juegan todos los gobiernos.

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