Obesidad y trastornos alimentarios desde la perspectiva del olfato

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Obesidad y trastornos alimentarios desde la perspectiva del olfato
Por Luis Carlos H. Delgado y Graciela Verónica García

Desde la perspectiva nasal pueden proponerse características peculiares sobre  tres patologías frecuentes: el alcoholismo, el tabaquismo, la obesidad y aún en los trastornos alimentarios tales como la bulimia y la anorexia.

Obesidad
El olor del alimento conecta al obeso con una sensación de embelesamiento y resarcimiento que lo obnubila. Se siente seducido por la fuente del deseo que no es otra cosa que su madre llena de todo el olor y el alimento existente para tranquilizarlo. Pero allí está también la causa de su irritación ya que ese mismo aroma lo conecta con experiencias negativas de esperas largas, tensas y ansiosas. Como bebé soporta frente al estímulo invasor olfativo, postergaciones desmedidas en la espera de la satisfacción alimenticia. Se produce en él un fenómeno parecido al gradiente de meta. Huele, se angustia, aumenta la tensión, aparece el miedo, la irritabilidad y el desespero. No puede esperar más el alimento, el olor se vuelve insoportable para un estómago que muerde, y se abalanza sobre la comida. El olor no le anticipa que vendrá un alimento a saciarlo, sino que éste se le escapará por debajo de sus narices.
Lo que activamente busca el obeso entonces es tragar en lugar de degustar. Tragar todo lo que sea posible disociando olfato y comida. Lo olido es objeto de deseo; lo comido, realidad y significante. El aroma del alimento es el olor de la madre que seduce como embelesamiento pero frustra porque no lo da. Tragará entonces más de lo necesario, intentando por desplazamiento cantidad por calidad.  La intensidad de presencia de la madre significada en el alimento es inconscientemente controlada, incorporada, sometida, despreciada y  destruida. Defensas maníacas y psicopáticas frente a un olor y un objeto promotores de venganza. «Lo dejaron con la galleta colgada y habrá que tomarse una revancha”.
A continuación se transcriben las  conclusiones del trabajo de Mauricio Abadi acerca de algunos mecanismos en la psicogénesis de la obesidad, conectadas con la hipótesis de los niveles profundos del psiquismo, próxima a la nuestra. La diferencia entre ambas reside en que Abadi implica fundamentalmente al psiquismo fetal mientras que nosotros ponemos el acento en la etapa nasal.

  1. El tejido adiposo representa para el obeso una reserva de alimento; corresponde a la internalización en su cuerpo de una madre nutricia.
  2. Representa una protección contra el frío y contra las carencias psicológicas simbolizadas por el frío (falta de afecto, etc.)
  3. Más profundamente representa a la madre embarazada que lo envuelve, del mismo modo que lo rodeó el vientre materno en la vida intrauterina, reeditando así la primitiva relación simbiótica del feto con la madre.
  4. Esta internalización de la madre se produce como consecuencia de un mecanismo de defensa, frente al temor de destruirla y perderla y sufrir entonces una muerte retaliativa. Al introyectarla como tejido adiposo, la repara, la recupera, la controla en su propio cuerpo, protegiéndola de su propia destructividad y protegiéndose “detrás de ella”, de la venganza edípica de padre y hermanos.
  5. El tejido grasoso, en función de este significado de envoltorio materno defensivo, reedita el papel de acolchado defensivo del líquido amniótico.
  6. El “espacio intermedio” en el obeso, concepto señalado por E. Pichon Riviere, representaría una abstracción cuyo contenido, en la fantasía inconsciente, correspondería al cuerpo envolvente de la madre embarazada.
  7. El obeso tiene dos esquemas corporales básicos: el correspondiente a su condición de obeso y que sería la representación fantaseada del esquema corporal de la madre embarazada; el correspondiente a su propia estructura somática, independiente de su retorno intrauterino.
  8. Este segundo esquema corporal del obeso corresponde a su fantasía de ser un individuo patológicamente delgado, frágil y vulnerable.
  9. Se señala una útil discriminación entre retorno intrauterino y retorno a la vida fetal. Y se sugiere la hipótesis de que el retorno a una vida intrauterina en el obeso no implica de ningún modo su retorno a la vida fetal. De allí los grados de desarrollo evolutivo muy acentuados en la personalidad del obeso.
  10. La actividad oral en el obeso no está, sino en parte y muy secundariamente, al servicio de una sadismo destructivo. Su rol principal está al servicio de una necesidad de reparación del objeto materno, destruido.
  11. La destrucción de ese objeto materno que el obeso, apelando a su oralidad, trata de reparar y así recuperar y controlar dentro de su cuerpo, se ha operado en fantasías inconscientes y actuaciones que corresponden a niveles esencialmente post-orales: analsádicos y fálicos.
  12. Esas fantasías y dinamismos psicológicos, correspondientes a los puntos de fijación analsádicos y fálicos, configuran la personalidad preobesa, subtractum latente detrás de la personalidad obesa.
  13. El tejido adiposo es interpretado como un impedimento anhelado en cuanto a través de las limitación de movimientos, el obeso logra poner un freno, a manera de chaleco de fuerza, a su temida destructividad analsádica y fálica.
  14. La hiperorexia del obeso es interpretada como un desplazamiento de la actividad genital prohibida. De ahí la culpa por ser comilón y la vergüenza por delatar esa culpa a través de la obesidad consiguiente.
  15. Se señala el sentido de la obesidad como mecanismo defensivo frente al peligro mortal de la escena primaria: la grasa sería la somatización de un mecanismo que separa a los padres en el coito.
  16. El tejido adiposo es interpretado como un material aparentemente inerte, pero en el fondo dotado de una actividad parasitaria, orientada contra el cuerpo mismo del sujeto que lo aloja. De ahí, la necesidad de comer para alimentar a ese parásito, antes de que el parásito hambriento descargue su voracidad (a manera de un cáncer) contra el sujeto mismo que lo aloja.

Trastornos alimentarios
La hipótesis de una etapa nasal nos permite especular sobre la significación que tiene el alimento para el paciente con trastornos alimentarios. Al incorporarlo siente que, pese a tratarse de un elemento vital,  está agrediendo a su cuerpo hasta el punto de una posesión diabólica. Esta fantasía no implica solamente al alimento, el ambiente juega el mismo rol que se le asigna. Contribuye a esto la intervención de la madre controlando la heladera, la ingesta, las idas al baño e iniciando discusiones. La significación de la madre es homóloga al  alimento que se mete en el cuerpo y se transforma  en monstruoso.
O días enteros sin comer, alejándose de la familia a la hora clave de sentarse a la mesa. No hay gourmet ni comensal sólo una fuga a otro lugar, pasar desapercibido, desvanecerse. Las ganas de ser nada, sílfides y sílfidos, convertir  el cuerpo en un alfeñique, desaparecer. Cuerpo de niña, de campo de concentración, andróginos.
Más allá de la discusión del trastorno alimentario como síntoma o enfermedad, que preocupa a los científicos,  la consideración de lo olfativo enriquece la comprensión psicodinámica del cuadro trayendo aparejada la hipótesis del no ser. La falta de una comunicación olfativa enuncia la carencia de fusión con la madre nutricia y por lo tanto la experiencia de existir, de identificación y de identidad.
 Microondas, comida chatarra, a nada huelen. El apetito no se despierta así. No hay comida, no hay olores en la cocina.  No se siente al inhalar el dato de la presencia que estimula y a la vez prepara el alimento  que calma la sensación de la aparición del hambre.
Galletitas, goma de mascar, anosmia, nada, agua, mucho líquido, son recursos que anulan y reniegan el  rastreo olfativo. El saber que se está en  un lugar sin ser visto. La madre no debe  meterse ni por la boca ni por la nariz;  el padre, aún no existe en esta fase de la etapa nasal, todo es entre el bebé  y   la madre.
El trastorno del vínculo primario ha desnaturalizado el  olor alimenticio y exacerbado el dilema de comer o morir, crecer o no ser, fortalecerse o sucumbir.
Cuando el bebe comienza a gatear va en busca de un mundo que desea conocer. El asombro y la curiosidad se satisfacen con el tomar los objetos,  llevarlos a la boca, chuparlos  y olerlos. Los niños en su evolución nos hacen oler pegamento, masilla, caramelo, chupetines. ¿Qué sucede si se bloquea este acceso al conocimiento? En los mayores aún el olfato los guía como modalidad incorporativa. ¿Cuál sería la consecuencia de la prohibición, de la asepsia temprana, del impedimento de un goce olfativo previo? De la misma manera, la inducción del rechazo.
El asco y la repulsión son comunes a la bulimia y la anorexia. Da asco la comida, los gordos, su cuerpo en el espejo. La percepción visual distorsiona la propia imagen pues se han abierto los ojos prematuramente sin la previa  experiencia olfativa de la etapa nasal.

Autor: Luis Carlos H. Delgado y Graciela Verónica García.
Fuente: Trabajo enviado en colaboración.



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