Pensando la evolucion, pensando la vida

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Autor: Máximo Sandín

Ediciones Crimentales, S.L.

Impreso por Publidisa

ISBN: 84-935141-0-1
©  2006, Máximo Sandín
©  2006, de la edición Ediciones Crimentales, S.L.

Los beneficios obtenidos, por parte del autor y la editorial, por la venta de los libros de la presente edición serán íntegramente destinados a ayuda humanitaria para los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf, Argelia
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PRÓLOGO El mundo vive, aproximadamente desde la mitad del siglo pasado, un período de profundos cambios que se intensificaron en la segunda mitad de aquél siglo. No se tratan, con todo, de los cambios resultantes del progreso normal del conocimiento, de la ciencia, de la tecnología, de la economía y de las relaciones sociales, sino de transformaciones que están afectando a los fundamentos, tanto del saber como de las relaciones construidas por los seres humanos en sociedad. Son transformaciones con carácter de ruptura y no de progreso lineal. Las causas de este cambio son demasiado complejas para ser tratadas en pocas líneas. Pero afectaron de forma irrevocable a la ciencia y a la sociedad.
Tales transformaciones, sin embargo, tienen el carácter peculiar de constituir un proceso no concluido. Son «transformaciones en movimiento». Estarnos en medio del proceso y, por eso, no sabemos exactamente para donde nos va a llevar. Pero varios de sus aspectos ya presentan una regularidad suficiente para que podamos delinear un posible rumbo para esas transformaciones.
La ciencia moderna se ha caracterizado por una visión del Universo como un mecanismo compuesto de piezas individuales que actuaban en conjunto, dando mayor valor al funcionamiento de cada pieza para, a partir de la suma del conocimiento particular de cada una, entender el todo. Los programas de investigación fundamentados en esa visión del Universo avanzaron hasta el punto en que se percibió que la realidad, en diversos de sus aspectos, se resistía a ser totalmente dócil a ese abordaje. Apenas una pequeña parcela de la realidad, cuidadosamente seleccionada por el científico, podría ser encendida así, aunque, en rigor, apenas en términos utilitariamente aproximativos.
Hoy se denota con gran frecuencia en los trabajos de los científicos la percepción de la complejidad de] mundo real. Al revés del mecanismo imaginado por Descartes y Newton, se ha establecido con mucha más fidelidad la visión del mundo en la que el papel de cada parte y la interacción entre ellas deben ser entendidos en relación al conjunto que componen. Ninguna parte es lo que es fuera de la totalidad en que interactúa con otras.
Esa transformación acarreó un colapso en el método reduccionista de análisis de la realidad. Las leyes simples de la naturaleza, actuando localmente sobre la materia, no son suficientes para comprender el todo. La naturaleza se ha mostrado mucho más compleja de lo que se imaginaba. Así, ciencias como la física y, posteriormente, la química y otras ciencias que de ellas dependían, pasaron por rupturas en sus teorías generales. Presenciamos una verdadera revolución científica en la terminología de Thomas Kuhn, o un proceso de ruptura epistemológica, como decía Gastón Bachelard.
Pero las revoluciones en el conocimiento, las rupturas con las bases epistemológicas que han atravesado siglos no acontecen en un breve espacio de tiempo. Aún estamos pasando por esos cambios y diversos campos de investigación todavía están «en tránsito». Incluso la física, después de un siglo marcado por los avances de la mecánica cuántica y por la teoría de la relatividad, aún no posee una teoría sintética definitiva que supere las dificultades de sus instrumentos teóricos actuales.
El mundo humano también pasa por cambios profundos y cada vez más el medio ambiente, la economía y la sociedad nos están mostrando que no se someten, sin perjuicio para la continuidad de su existencia equilibrada, a la forma de organización del capitalismo globalizado. Así como fue necesario redefinir la ciencia, muchos sostienen hoy que es preciso redefinir nuestra forma de relación social.
En la historia, existen muchos puntos de coincidencia entre la praxis (concepción y práctica) socioeconómica hegemónico en la sociedad y los aspectos más fundamentales de la ciencia. Son tantos que nos permiten dudar del hecho de que sean sólo «coincidencias». La estabilidad de la jerarquía del mundo feudal y la estructura de la ciencia aristotélica parecen justificarse la una a la otra. La visión del mundo capitalista mercantil y, posteriormente, industrial también tiene innumerables puntos de encuentro con la ciencia moderna. El mecanicismo y el individualismo analítico en la ciencia refleja de modo sorprendente el mecanicismo y el individualismo social de una sociedad mercantil. El cálculo preciso y el deseo de una previsibilidad absoluta en la ciencia también pueden ser comparados con la contabilidad y los balances de un establecimiento comercial. Podríamos multiplicar los ejemplos, pero, tal vez ni así, fuera suficiente para convencer a algunos de que la ciencia no es una actividad autónoma y aislada, sino que está insertada en una sociedad dinámica y acarrea la impronta de esa sociedad.
Las teorías científicas no son descubrimientos emanados de alguna fuente sagrada ni dictadas por divinidades. Son construcciones teóricas hechas por los seres humanos en su constante diálogo con la naturaleza. Y no existe ser humano que no piense a partir de su contexto y de su mundo. Por eso, no es de sorprender la existencia de innumerables puntos de encuentro entre la visión de la ciencia y la visión predominante de la sociedad.
Uno de los ejemplos más emblemáticos de esos puntos de encuentro es la teoría de Darwin sobre la evolución de las especies. Aunque él mismo haya afirmado con todas las letras que su teoría era la teoría de Malthus aplicada a la totalidad de los reinos animal y vegetal, hay quien se resiste a aceptar la vinculación de su ciencia con los presupuestos del liberalismo y del capitalismo industrial. La competencia, la lucha por la supervivencia, el predominio del más apto, son conceptos que pueden ser aplicados tanto para referirse a la sociedad capitalista como para la naturaleza (en la concepción darwinista). La no intervención del estado en la economía y el laissez faire ¿no podrían rememorar el principio del azar en la evolución? ¿Y qué decir de la coronación del «egoísmo» del gen en la biología dos siglos después de que este principio fuera coronado por el liberalismo económico clásico como motor de la sociedad? Para Adam Smith, era el egoísmo de] carnicero, del cervecero o del panadero (las menores partes individuales de la sociedad) el que hacía a la sociedad funcionar; para Richard Dawkins, es el egoísmo del gen (las menores unidades de información sobre la vida) el que hace a la naturaleza funcionar.
Por todo eso, me atrevo a afirmar que la coincidencia entre la insatisfacción con el mundo actual y la insatisfacción creciente con las teorías científicas que incorporan los principios que fundamentan nuestra sociedad global no es casual. Muchos están insatisfechos viendo cómo se destruye la naturaleza, viendo el empobrecimiento de una parte de la población de los países desarrollados, el lanzamiento de miles de millones de seres humanos a condiciones de vida «sub-animales» en los países del Tercer Mundo, a las industrias controlando la investigación científica de acuerdo con sus intereses financieros (y sólo de acuerdo con esos intereses), el crecimiento de la violencia y el deterioro de las sociedades en sus relaciones humanas y en sus valores. Es natural que tampoco estén satisfechos con la ciencia que reproduce en sus bases teóricas y epistemológicas los principios fundamentales que justifican esa sociedad y esa economía.
Por tanto, tenemos dos aspectos confluyentes: por un lado, una naturaleza resistiéndose a ser dócil al mecanicismo reduccionista y al individualismo analítico de la ciencia moderna y, por otro lado, una parte de los seres humanos resistiéndose a ser dóciles a la destrucción gradual de su especie y de su medio ambiente. SI, como he afirmado, la ciencia es fruto del diálogo del ser humano con la naturaleza, este diálogo debe tomar otro rumbo, porque las dos partes involucradas ya «han cambiado de tema».
Lo más difícil en este diálogo en «cambio de tema» es que las dos partes hablen y sean escuchadas. Si la complejidad de la naturaleza habla en solitario, perderemos las esperanzas de poder comprenderla, dada la insuficiencia de las teorías disponibles. Si el ser humano habla en solitario, a partir de sus insatisfacciones con el mundo, corremos el riesgo de no poder diferenciar un discurso científico de un discurso político o de un manifiesto literario por un mundo nuevo. Si quisiéramos enterrar de una vez la ciencia, condenándola por todos los males de la humanidad, o dejándola para las corporaciones empresariales y para la industria de fármacos, armas y agrotóxicos, no habría problema en romper ese diálogo. Pero si consideramos la ciencia un patrimonio del ser humano y no de las empresas privadas, debemos esforzarnos para establecer un nuevo diálogo. Y esto se está haciendo en diversas ciencias.
Mientras tanto, por razones cuya identificación escapa de los límites de un prólogo, la biología está presentando una fuerte resistencia a incorporar nuevos elementos a un diálogo totalmente dominado por el darwinismo. «El habla» de la naturaleza está siendo ininteligible cada vez que muestra complejidad al contrario que reductibilidad, integración al contrario que lucha, cooperación al contrario que egoísmo salvaje. Cuando se encuentran con esas manifestaciones, muchos biólogos dicen estar frente a «enigmas» (conundrums) inexplicables, y prefieren silenciar a la naturaleza en favor del «habla» oficial de su ciencia. A su vez, «el habla» de los seres humanos insatisfechos con la interpretación darwinista de la sociedad es tomada por muchos biólogos como una interpretación «equivocada» del darwinismo, y prefieren silenciar «el habla» humana.
Este no es, ciertamente, el caso de la totalidad de los biólogos. Este no es, definitivamente, el caso de Máximo Sandín. El lector y la lectora verán en este libro que las ideas de Sandín están perfectamente adecuadas al proceso de «transformación en movimiento» al que me refería arriba. Los artículos aquí reunidos tuvieron un gran impacto en mí cuando los leí por primera vez. Y el aspecto principal de mi encantamiento con sus escritos es justamente su capacidad de restablecer el diálogo con la naturaleza, dejándola hablar y, al mismo tiempo, recomponiendo el habla humana.
En el debate sobre los fundamentos de la biología, están los que dejan hablar a la naturaleza apenas para hacer valer el fundamentalismo de sus creencias religiosas (como si la fe en Dios fuese decurrente de las lagunas de la ciencia, posición teológicamente problemática). Están también los que dejan a la naturaleza hablar, pero no consiguen reformular totalmente su propia habla, tan presos están del discurso oficial del darwinismo. Esto ocurre por razones mas ideológicas y políticas que científicas: por miedo de que la crítica al darwinismo pueda volverse contra sus convicciones acerca de la sociedad y del ser humano; por miedo a ser menospreciado en el ambiente académico; por falta de osadía para proponer nuevas ideas, una vez que nadie puede cuestionar a «los genios»; o incluso por temer ser acusado de mezclar política y ciencia, como si esa mezcla no estuviese ya hecha o como si fuera posible no hacerla.
En este libro de Sandín, Pensando la evolución, pensando la vida , los lectores podrán constatar la abundancia de datos que traducen «el habla» de la naturaleza y, al mismo tiempo, su aguda y osada interpretación de ese habla a partir de lo que una gran parte de la humanidad está hoy intentando hablar. Es, verdaderamente, una tentativa magnífica de presentar a todos aquellos que confían en la vida, en el ser humano y en la ciencia lo que se propone en el primer capítulo de este libro: Una nueva biología para una nueva sociedad .
Para mí (y confío en que así será también para la mayoría de los lectores) las ideas contenidas aquí son una prueba más de las profundas relaciones entre la ciencia y la sociedad: si creemos en una nueva sociedad, necesitamos creer también en una nueva ciencia.

 Mauricio Abdalla
Professor de Filosofia das Ciéncias de Departamento de
Filosofia da Universidade Federal doEspírito Santo –Brasil


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