Narciso, el extasiado

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La psicopatología que entraña el mito de Narciso ilustra sobre aspectos etiológicos de la drogadicción por inhalantes y otras sustancias incorporadas por vía nasal. La erogeneidad olfativa estructura, como toda zona erógena, fantasías específicas; su núcleo esencial organiza aspectos esenciales de la vida fantasmática. Como los procesos psíquicos que le corresponden son tan primitivos y profundos, la penetración intuitiva en el seno de la interioridad enfrenta grandes dificultades. Sin embargo, el investigador analítico, puede intentar el camino opuesto orientándose hacia las producciones culturales en la creencia de encontrar allí señales o marcas de las influencias inconscientes de tales fantasías. Así hemos procedido en la interpretación de este mito que adquiere el sentido de un lenguaje de órgano, determinado por las cargas emanadas de su representación profunda.

Narciso significa etimológicamente “el atontado”, de allí también narcosis, narcóticos, narcolépticos, una serie de derivaciones que lo vuelven de interés para nuestra hipótesis de trabajo. Según la versión de Pluvio Ovidio Nasón, oriundo de Sulmona, Italia, (43 a.C.- 17 d.C.) en su “Metamorfosis”, Narciso es procreado por el Dios Cefiso que es río, producto de una violación hacia la ninfa oceánica Liriope. Fue esta la razón por la cual  Liriope no deseó a este hijo durante su embarazo; sólo tras el parto, cuando pudo ver que el niño era muy bello, pudo aceptarlo.

Deseosa de saber si su hijo viviría muchos años, la joven madre fue en busca del tebano Tiresias, ciego pero con el don de la videncia,  decodificador del oráculo divino quien le manifestó que Narciso tendría una larga vida siempre que no llegase a conocerse ni a escudriñarse jamás. Palabras oscuras para la madre que pudieron ser olvidadas olvidadas.

En cuanto a la belleza de Narciso, fue tanta que, según otras versiones del mito, era deseado por hombres y mujeres enamorados perdidamente de él. Aminias, hombre y mortal, también cayó en las redes de la fascinación sin ser correspondido. Narciso no amaba a nadie, insulso frente a los demás jamás se le conoció ni se le escuchó sobre alguien a quien amase. No había cabida para otro en la vida de Narciso y como Aminias fuera demasiado persistente en su deseo, Narciso le entregó una espada para que le pusiera fin suicidándose, cosa que el enamorado ejecutó prestamente. En esta versión será el padre de Aminias quien ejecuta a Narciso cumpliéndose la Ley Taliónica.

En otra, Narciso tiene una hermana gemela. Él se enamora de ella, pero esta hermana muere, entonces Narciso cae en una desesperación melancólica que lo lleva a la muerte arrojándose a las aguas del río Cefiso.

Otra versión nos cuenta que no es en el río Cefiso donde se ahoga, sino en un estanque.

 Si no un argumento común, oscurecida la memoria de una personaje parido bajo el desamor de la madre y abandono paterno, criado en un contexto divino pero plebeyo por un origen que denuncia el mal amor; el potencial de su belleza se impone en el recuerdo del mito y al fin vemos a Narciso pasearse por bosques y jardines, llegar a un estanque o tal vez un río, por qué no las mismas aguas de Cefiso, e inclinarse sobre ellas para descubrir, fascinado, un hermosísimo rostro que emerge del fondo. Extasiado, se asoma mucho más para contemplarlo y súbitamente enamorado trata de acercársele y apresar la imagen para sí. Es la primera vez que siente ese amor incondicional, extremadamente peligroso ya que su vida está en juego en la imprudencia de la pasión o en el de amarse con desmesura. Cae entonces y muere ahogado, quién sabe si dándose cuenta si fue la imagen de otro o la suya propia, la que lo atrajo de tal manera.

El mito se completa con el resurgimiento de Narciso metamorfoseado en una flor aromática, de color entre blanco amarillento y crema, considerada como una flor cautivante. La “flor de Narciso” reaparecerá en otros mitos de engaños y muerte.

Sin desestimar ninguna de las interpretaciones dilucidaremos ahora las relaciones del mito con lo olfativo y nuestras construcciones sobre los aspectos psicopatológicos de la adicción: el olor como organizador olfativo primario del psiquismo, la fusión madre-hijo, el amor ciego, la regresión olfativa.

Narciso es producto de una violación entre un río que tiene su aroma propio, al que en particular extendemos la experiencia de todas las riberas: su aroma costero de aguas dulces, cuando son puras; pestilentes, podridas, terrosas, que obligan retirar el rostro cuando no están oxigenadas. ¿No corren las víctimas de la violación a querer bañarse para borrar el olor apestoso que deja la agresión sobre su cuerpo?

La víctima es Liríope, una ninfa oceánica. Ella es mar, océano, brisa marina. Esencialmente distinta al río. Fuerte, salada, con características femeninas y olores particulares asociados a peces y frutos del mar… inmensa, profunda y extensa. La desembocadura del río Cefiso la descubre abierta, posiblemente dispuesta al encuentro con otro amante, de lo que aprovecha.

De esa violencia Liríope concibe al niño, rechazado en sus entrañas. La gestación encuentra al embrión sin otra percepción que la de una madre que lo desprecia. Se amasa para ambos el sentimiento oceánico de abandono y soledad infinita.

Quizá por esa condición de no ser deseado, su fenotipo encuentra las dotes de la belleza, único don por el cual la madre lo aceptará… en ningún momento, ninguna de las versiones del mito hablan del amor materno. La palabra “aceptación” desdibuja el afecto y lo torna técnico. En la “aceptación” no está implícito el amor incondicional de madre. La condición que ha tenido Narciso para ser amado fue la suerte de haber nacido bello.

Los primeros días del niño transcurren en una atmósfera tensa: despreciado, decretado como execrable, producto de un encuentro bestial y ruin; la madre abandónica desde su vientre se ve compelida ahora a revertir el odio hacia el violador para poder mirar a Narciso y reconocerlo como “hijo”.

Desde esa ausencia de “deseo de madre,” ya que no eligió serlo, la ambivalencia afectiva de Liriope se torna drástica, con vaivenes demasiado fluctuantes, abismales y extremos. El odio por lo masculino, por la escena primaria reeditada en la violación, hace sucumbir en ella la posibilidad de establecer el “lazo de amor” que se amasa naturalmente durante los meses de la gestación y que luego del parto continúan de manera estrecha y dialéctica por las características de la crianza humana. Sus brazos, su olor de parto, su cuerpo emanando aromas, los efluvios hormonales y el aroma de la leche de sus pechos, en contacto con la ternura, las caricias, la voz plena de significados, el cuerpo de mensajes olorosos, están ausentes en la vida diaria de Narciso niño, deprivándolo de la oportunidad de establecer con su madre un “nido de crianza”. Las bases pilares para fundar las primeras experiencias gratificantes de relación amorosa, con el significado de un amor entrañable e incondicional, no están concedidos, por lo que Narciso parte con un desarrollo psicolibidinal no transitado por la etapa nasal de una manera natural y esperable para cualquier vida humana.

Tal vez, para poder salir de ese marasmo en el que están inmersos, la madre consulta al ciego vidente. Tiresias, siendo ciego, tiene olfato para percibir aquello que los demás no conocen. No necesita ver al niño para determinar su futuro… puede “oler” que algo no está bien en el origen del recién nacido, quizá los resabios del olor del padre en la piel de ambos y en el sexo de Narciso.

Sabemos que Zeus compensó a Tiresias de la ceguera que le produjo Heras, hermana y esposa de Zeus, por contrariarla en la disputa con aquél. La cuestión era quién disfrutaba más del acto sexual, si el hombre o la mujer, por lo que recurrieron a Tiresias cuya autoridad en el asunto provendría de la experiencia de participar de ambos sexos, ya que por siete años fue transformado en mujer volviendo luego al suyo. Sin vacilar respondió que si el goce del amor se componía de diez partes, la mujer se quedaba con nueve y el hombre con una sola. Heras se encolerizó por haber revelado el goce secreto de su sexo multiorgásmico. Como Zeus no podía revertir la acción de la diosa subsanó la ceguera dotando a Tiresias con el poder de la profecía y el privilegio de una vida  de siete generaciones.

Este otro mito dentro del que nos ocupa merece también algunas interpretaciones. ¿Comparan los dioses hermanos la experiencia incestuosa del goce potenciado por la prohibición? Como en la drogadicción por inhalantes, la fantasía del acceso incestuoso genera la penalización de una madre internalizada, atando al sujeto a la forma del amor ciego, por el cual le es necesario oler para alcanzar el goce. Con el olfato devienen todas las sensaciones: el olor de la madre, el olor del coito, el olor vejatorio de la escena primitiva en la piel de la madre. Tal lo que identifica Tiresias en aquel niño condenado a no saber nada acerca del secreto familiar. Tiresias, le da el límite de su existencia “no deberá conocerse ni escudriñarse jamás.”

Con Tiresias se repite además el esquema evolutivo de “ser mujer” primero, para luego renunciar a la identificación con la vagina y pasar a una identificación masculina correspondiente al propio género, gracias a la identificación olorosa paterna. La temporalidad enmarca las etapas: hasta los tres meses en la temporalidad humana el predominio del olfato que cumple las fases de la olfacción pasiva, la triangularidad y la olfacción activa de búsqueda.

El olfato nos trae información acerca de nosotros mismos y del mundo exterior con antelación a la vista, fusión de relación que da la posibilidad de elaborar las primeras bases del sí mismo, establecer los núcleos fundamentales del amor a otros, consolidar los núcleos de la identidad sexual y  primeras identificaciones.

 Evolutivamente el amor ciego debe dejar de serlo para que la persona se realice en plenitud. La vista permite darse cuenta de una buena forma. Pero en el caso de Narciso, el ver, como estaba vaticinado,  cierra su posibilidad evolutiva y demarca la  muerte. Narciso no pudo superar el amor ciego y su retorno como flor acuática reincide en lo aromático y narcótico de la primera formas de vida postnatal.

El mito no establece en qué momento la madre “lo vio”, es decir, pudo contemplarlo con amor de benevolencia. Nos da cuenta de que lo amó por la belleza de su rostro, seguramente parecido al de ella. Establece con él una relación especular teñida por la culpa de haberlo rechazado, constituyéndose una relación simbiótica, no fusional, que apenas permite superar el trauma. En este marco, sólo “la belleza” borra el vestigio de la violación y promueve la atención necesaria para que no muera, identificando al bebé como producto exclusivo de la madre y semejante a sí misma, negando la visión el olor del sexo de Narciso. Negación cuya impronta permanece en el significado del nombre elegido para él.

Narciso: el atontado, el adormecido, no casualmente derivan de él palabras como “narcosis”, “narcóticos”, “narcolépticos”. Demasiados tóxicos y productos farmacológicos producen sueño y ensueño parecidos a lo que el nombre evoca. Algunos excitan al sistema nervioso, como la “Narcotina”, alcaloide producido por el opio que no necesariamente adormece sino que despierta y pone en alerta. Atontado o excitado, Narciso, deambulando por jardines floridos con su sola compañía, hace del olfato la  exclusiva percepción de sí mismo. No existieron tampoco espejos que lo prematurizaran. Puede que, como tras su muerte, convertido en perfumada flor afrodisíaca, haya sin proponérselo enamorado a hombres y mujeres. Pero hasta entonces y después de ella su ciego mundo será olfativo. El olor el único estímulo organizador, la única evidencia de su existir.

Adormecido por un origen violento y desamorado; no estimulado por la madre ambivalente; ausente el padre, borrado, negado; no hijo, no niño, no persona. Sólo el dato de la belleza no experimentada visualmente, reemplazada por un aroma que bloquea cualquier posibilidad de relación objetal. Narciso sufre de un déficit primario para establecer identificaciones sexuales y organizar una identidad sexual. No puede atravesar el complejo de Edipo olfativo que implicaría la aparición del olor del padre y del coito en la piel de su madre. La referencia al padre es inexistente y como tal violenta el psiquismo de Narciso fijando la violación por la cual nació. Siendo hombre, borrado el coito y toda mención al padre perverso, está condenado a no poder identificarse masculinamente ni concebir relación sexual, no pudiendo por ello amar a nadie.

No desea coito alguno, no desea a nadie más que a sí mismo, condenado a no sentir nada exterior (narcotizado), sólo su olor. Narciso es amado indistintamente por hombres y mujeres porque es asexuado ya que está marcado por el  deseo de la madre de que todo hombre carezca de la posibilidad de penetración agresiva.

Mas la vuelta del padre desencadenará una trágica novedad en el destino de Narciso.

En las riberas del Cefiso, un nuevo aroma lo atrae hacia las aguas. Olor de coito y sexualidad. Se trata de su padre al cual se inclina sin comprender. Descubre entonces en el reflejo aquella imagen en la cual se conjugan el símbolo de su sexo, la verdad de su origen, la verdad de sí mismo, la carne progenitora, la propia carnadura humana, el deseo, el rostro hermafrodita que desata su bisexualidad, el deseo y la pasión.

Se enamora de sí mismo, sucumbe al amor del padre, reencuentra el rostro materno; reniega de todos los amores que despertara, por un único amor que lo sumerge en las aguas del río y que por un breve instante le otorga identidad, evolución y muerte.

1          Obras completas de Freud. Tomo II. Artículo: “Introducción al narcisismo”. (Año: 1914).  Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. España. Año: 1973.

2          “El mito de Narciso y su relación con la psicopatología (ilusión, elusión, alusión). Revista de psicoanálisis AAP. volumen 2   

Dinámica 8. Lic. Carlos L. Gatti, Dr. Néstor R. Stingo, Dra. Liliana N. Avigo y Dra. María C. Zazzi.    

3          “Metamorfosis”. Ovidio. Editorial Alianza. Madrid. 1995.

4          “La divina comedia”. Dante Alighieri. Editorial Juventud. Barcelona. España. Año: 1987

5           “La Etapa Nasal”. Delgado-García. Editorial Galerna. Año: 1992. Capítulo: “ Aspectos Psicoevolutivos del mito de Psique y Eros”.

Fuente: Luis Carlos H. Delgado y Graciela Verónica García



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