Más Allá del Principio del Placer

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Sigmund Freud

La conclusión obtenida hasta este momento, que estatuye una tajante oposición entre las “pulsiones yoicas” y las pulsiones sexuales, y según la cual las primeras se esfuerzan en el sentido de la muerte y las segundas en el de la continuación de la vida, resultará sin duda insatisfactoria en muchos aspectos, aun para nosotros mismos.  En efecto, de acuerdo con nuestros supuestos, las pulsiones yoicas provienen de la animación de materia inanimada y quieren restablecer la condición de inanimado. En cambio, en cuanto a las pulsiones sexuales, es palmario que reproducen estados primitivos del ser vivo, pero la meta que se empeñan en alcanzar por todos los medios es la fusión de dos células germinales diferenciadas de una manera determinada. Si esta unión no se produce, la célula germinal muere como todos los otros elementos del organismo pluricelular. Sólo bajo esta condición puede la función genésica prolongar la vida y conferirle la apariencia de la inmortalidad. Ahora bien, ¿qué acontecimiento importante sobrevenido en el curso evolutivo de la sustancia viva es repetido por la reproducción genésica o su precursora, la copulación entre dos protistas?[1]. No sabemos decirlo, y por eso, si todo nuestro edificio conceptual hubiera de revelarse erróneo, lo sentiríamos como un alivio. Caería por tierra la oposición entre pulsiones yoicas (de muerte)[2] y pulsiones sexuales (de vida), y con ello también la compulsión de repetición perdería el significado que se le atribuye.

Según la grandiosa concepción de W. Fliess [1906], todos los fenómenos vitales de los organismos – incluida su muerte, desde luego – están sujetos al cumplimiento de ciertos plazos en lo que se expresa la dependencia de dos sustancias vivas, una masculina y una femenina, respecto del año solar.

Reviste máximo interés para nosotros el tratamiento que ha recibido el tema de la duración de la vida y de la muerte de los organismos en los trabajos de A. Weismann (1882, 1884, 1892, entre otros) A este investigador se debe la diferenciación entre sustancia viva en una mitad mortal y una inmortal. La mortal es el cuerpo en sentido estricto, el soma; sólo ella está sujeta a la muerte natural. Pero las células germinales son en potencia inmortales, en cuanto son capaces bajo ciertas condiciones favorables, de desarrollarse en un nuevo individuo (dicho de otro modo: de rodearse con un nuevo soma).

Lo que nos cautiva aquí es la inesperada analogía con nuestra concepción, desarrollada por caminos tan diferentes. Weissman, en un abordaje morfológico de la sustancia viva discierne en ella un componente pronunciado hacia la muerte, el soma, el cuerpo excepto el material genésico y relativo a la herencia, y otro inmortal, justamente ese plasma germinal que sirve a la conservación de la especie, a la reproducción. Por nuestra parte, no hemos abordado la sustancia viva sino las fuerzas que actúan en ella, y nos vimos llevados a distinguir dos clases de pulsiones: las  que pretenden conducir la vida a la muerte, y las otras, las pulsiones sexuales, que de continuo aspiran a la renovación de la vida, y la realizan.

Pero la ilusión de un acuerdo significativo se disipa tan pronto nos enteramos del juicio de Weismann sobre el problema de la muerte. En efecto, él hace que la distinción entre soma mortal y plasma germinal inmortal valga sólo para los organismos pluricelulares; en cambio, en los animales unicelulares, individuo y célula de reproducción son una y la misma cosa. Por eso declara a estos últimos potencialmente inmortales; la muerte aparece únicamente entre los metazoos, los pluricelulares. Esta muerte de los seres vivos superiores es, si, una muerte natural, producto de causas internas, pero no descansa en una propiedad originaria de la sustancia viva, no puede entenderse como una necesidad absoluta, fundada en la naturaleza de la vida.

No se ha cumplido nuestra expectativa de que la biología habría de desechar de plano el reconocimiento de la pulsión de muerte. Podemos seguir ocupándonos de su posibilidad si tenemos otros fundamentos para hacerlo. Comoquiera que fuese, la llamativa semejanza de la separación que traza Weismann entre soma y plasma germinal, y nuestra división entre pulsiones de muerte y pulsiones de vida, queda en pie y recupera su valor.

Detengámonos un poco en esta concepción eminentemente dualista de la vida pulsional.

Es opinión general que la unión de numerosas células en una “sociedad” vital, el carácter pluricelular de los organismos, constituye un medio para la prolongación de su vida. Una célula ayuda a preservar la vida de las otras, y ese “Estado” celular puede pervivir aunque algunas de sus células mueran, podría ensayarse transferir a la relación recíproca entre las células la teoría de la libido elaborada por el psicoanálisis. Imaginaríamos entonces que las pulsiones de vida o sexuales, activas en cada célula, son las que toman por objeto a las otras células, neutralizando en parte sus pulsiones de muerte (vale decir, los procesos provocados por estas últimas) y manteniéndolas de ese modo en vida; al mismo tiempo, otras células procuran lo mismo a las primeras, y otras, todavía, se sacrifican a sí mismas en el ejercicio de esta función libidinosa. En cuanto a las células germinales, se comportarían de manera absolutamente “narcisista”, según la designación que solemos usar en la doctrina de las neurosis cuando un individuo total retiene su libido en el interior del yo y no desembolsa nada de ella en investiduras de objeto. Las células germinales han menester de su libido – la actividad de sus pulsiones de vida – para sí mismas, en calidad de reserva, con miras a su posterior actividad, de grandiosa dimensión anabólica. Quizás habría que declarar narcisistas, en este mismo sentido, a las células de los neoplasmas malignos que destruyen al organismo, en efecto, la patología está preparada para considerar congénitos sus gérmenes y atribuirles propiedades embrionales. De tal suerte, la libido de nuestras pulsiones sexuales coincidiría con el Eros de los poetas y filósofos, el Eros que cohesiona todo lo viviente.

Hay una concepción que despoja al problema de la reproducción de su secreto encanto, presentándola como un fenómeno parcial de crecimiento (multiplicación por división, por renuevo, por gemiparidad). En un espíritu sobriamente darwinista podría concebirse la génesis de la reproducción por células germinales diferenciadas sexualmente: la ventaja de la amphimixis, lograda en cierto momento por la copulación casual de dos protistas, fue mantenida durante largo tiempo en la evolución y después se sacó partido de ella[3].

Lo mismo que a raíz de la muerte [cf. pág.48], se plantea aquí el problema: ¿ Acaso hay que suponer en los protistas sólo lo que muestran? ¿No puede conjeturarse que nacieron por primera vez en ellos fuerzas y procesos que sólo se volvieron visibles en los seres vivos superiores? La citada concepción de la sexualidad sirve de muy poco a nuestros propósitos. Se podría objetarle que presupone la existencia de pulsiones de vida que actúan ya en el ser vivo más simple; de lo contrario, en efecto, la copulación, que contrarresta el curso vital y dificulta la tarea de de-vivir, no habría sido mantenida y desarrollada, sino evitada.  

Entonces, si no queremos abandonar la hipótesis de las pulsiones de muerte, hay que asociarlas desde el comienzo mismo con unas pulsiones de vida. Pero es preciso confesarlo: trabajamos ahí con una ecuación de dos incógnitas.

¿Aventuraremos, siguiendo la indicación del filósofo poeta,[4] la hipótesis de que la sustancia viva fue desgarrada, a raíz de su animación, en pequeñas partículas que desde entonces aspiran a reunirse por medio de las pulsiones sexuales? ¿Y que estas, en las que persiste la afinidad química de la materia inanimada, superan poco a poco, a lo largo del reino de los protistas, las dificultades que opone a esta aspiración un medio cargado de estímulos que hacen peligrar la vida, medio que obliga a la formación de un estrato cortical protector¿Que estas partículas de sustancia viva dispersadas alcanzan así el estado pluricelular y finalmente transfieren a las células germinales, en concentración suprema, la pulsión a la reunión?[5]

Es probable que los defectos de nuestra descripción desaparecieran si en lugar de los términos psicológicos pudiéramos usar ya los fisiológicos o químicos. Pero en verdad también estos pertenecen a un lenguaje figurado, aunque nos es familiar desde hace más tiempo y es, quizá, más simple.

Advirtamos bien que la incerteza de nuestra especulación se vio aumentada en alto grado por la necesidad de tomar prestamos a la ciencia biológica. La biología es verdaderamente un reino de posibilidades ilimitadas; tenemos que esperar de ella los esclarecimientos mas sorprendentes y no podemos columbrar las respuestas que decenios mas adelante dará a los interrogantes que le planteamos. Quizá las dé tales que derrumben todo nuestro artificial edificio de hipótesis.[6]


[1] En lo que sigue, Freud parece emplear indistintamente los términos “protista” y “protozoo” para designar a los organismos unicelulares.

[2] Primera vez que apareció esta expresión en una obra publicada.

[3] No obstante, Weissman (1892) niega también esta ventaja : “La fecundación en manera alguna significa un rejuvenecimiento o renovación de la vida; ella no sería necesaria para la persistencia de la vida, no es más que un dispositivo que sirve para posibilitar la mezcla de dos diversas tendencias hereditarias”. Empero, considera que un efecto de esa mezcla es cierto incremento de la variabilidad de los seres vivos

[4]  Se refiere a la teoría que Platón hace desarrollar en El Banquete por Aristófanes, y que no sólo trata del origen de la pulsión sexual, sino de su más importante variación respecto al objeto. Ver Más Allá del Principio del Placer, página 56 (Ediciones Amorrortu)

[5] Magnetismo

[6] Agreguemos aquí algunas palabras destinadas a esclarecer nuestra terminología, que en el curso de estas elucidaciones ha tenido un cierto desarrollo. Supimos que eran las “pulsiones” sexuales por su relación con los sexos y con la función de reproducción. Y después conservamos ese nombre cuando los resultados del psicoanálisis nos obligaron a aflojar el nexo de esas pulsiones con la reproducción. Con la tesis de la libido narcisista y la extensión del concepto de libido a la célula individual, la pulsión sexual se nos convirtió en Eros, que procura esforzar las partes de la sustancia viva unas hacia otra y cohesionarlas; y las comúnmente llamadas pulsiones sexuales aparecieron como la parte de este Eros vuelta hacia el objeto. Según la especulación, este Eros actúa desde el comienzo de la vida y como “pulsión de vida”, entra en oposición con la “pulsión de muerte” nacida por la animación de lo inorgánico. La especulación busca entonces resolver el enigma de la vida mediante la hipótesis de estas dos pulsiones que luchan entre si desde los orígenes. [Agregado en 1921] Menos abarcable es quizás el cambio experimentado por el concepto de “pulsiones yoicas”. Originariamente llamamos así a todas aquellas orientaciones pulsionales que nos resultaban menos conocidas, que podían diferenciarse de las pulsiones sexuales dirigidas al objeto; pusimos las pulsiones yoicas en oposición a las pulsiones sexuales, cuya expresión es la libido. Mas tarde entramos en el análisis del yo y discernimos que también una parte de las “pulsiones yoicas” es de naturaleza libidinosa y ha tomado por objeto al yo propio. Estas pulsiones de autoconservacion narcisistas debieron computarseentonces, entre las pulsiones sexuales libidinosas. La oposición entrepulsiones yoicas y pulsiones sexualesse convirtió en la que media entre pulsiones yoicas y pulsiones de objeto, ambas de naturaleza libidinosa. Pero en su lugar surgió una nueva oposición entre pulsiones libidinosas (yoicas y de objeto) y otras que han de estatuirse en el interior del yo y quizá puedan pesquisarse en las pulisones de destrucción. La especulación convirtió esta oposición en la que media entre pulsiones de vida (Eros) y pulsiones de muerte.



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