La catástrofe ecológica

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Autor: Dr. José A. Mainetti

I.1. La nueva antropodicea

El problema del medio ambiente significa el mayor desafío -aquel de la supervivencia-para la humanidad en el umbral del tercer milenio. La amenaza de un cataclismo ecológico está reemplazando al holocausto nuclear como el más terrible fantasma al acecho de la civilización. Homo sapiens (?) se ve obligado a un mea culpa ante la devastación de la tierra, el agotamiento de los recursos naturales y el deterioro de la biosfera, cuya causa señalada es la explotación industrial del planeta por obra de la ciencia y la tecnología al servicio de la idea moderna del progreso. Surge entonces la pregunta acerca del sentido de la revolución ambiental para la autocomprensión humana. Conciencia ecológica y conciencia antropológica coincidirían en un nuevo relato del hombre (antropodisea) y en una nueva justificación del hombre (antropodicea) (1).

Según observara Freud (2), el escándalo desatado inicialmente por la teoría psicoanalítica es comparable a las reacciones generadas en el siglo XVII con la cosmología galileica y en el siglo XIX con la biología darwiniana. A lo largo de la historia moderna, en efecto, el hombre se habría visto menoscabado en su autoestima por la pérdida sucesiva, a modo de «heridas narcisistas», de tres ilusiones reconfortantes: la ilusión de coincidir con el centro del mundo, la ilusión de filiación genealógica singular, y la ilusión de acceso a la plena conciencia de sí. Junto a Freud en la capitis diminutio de la autoconciencia, otros dos «maestros de la sospecha», Marx y Nietzsche, continuaron el desenmascaramiento del sujeto para dar lugar a los instintos sexual, económico, de poderío- en la interpretación de la historia y la cultura (3).

A esas tres reducciones históricas del ser del hombre -la cosmológica, la biológica y la psicológica- cabe añadir una cuarta, la reducción moral por la conducta ecocida y suicida. El animal humano se revela como una catástrofe para la naturaleza y como un proyecto fallido de la misma, desestabilizador de la vida y autodestructivo. Otra vez más se pone al descubierto un valor negativo del hombre, y ahora justamente el maleficio como condición del ser o estar en el mundo de un «mal bicho». Con ello surge otra vez también la reflexión antropológica justificativa, en este caso acerca de si, pese a su estupidez antiecológica y agresividad nuclear que generan la crisis de supervivencia, el «animal racional» tiene todavía algo que le justifique. La Teodicea (justificación de la acción divina a pesar del mal existente en el mundo) se convierte en Antropodicea justificación del acontecer humano no obstante los males que acarrea), y el homo infirmus viene a definir la condición del humanismo: que vale la pena vivir es el auténtico argumento De hominis dignitate , aquel que da la medida del hombre, este ser jamás plenamente justificable a los ojos de Dios o para el devenir del mundo, esa condición pasible de la misantropía teológica y la indiferencia cosmológica (4).

En la Biblia existe un doble relato antropodiceico (y antropodiseico) con sentido ecológico, el adánico y el noático, ambos del Génesis. Primeramente el «pecado original» que acompaña el devenir humano como salida de los límites naturales e instintivos, cuya consecuencia es la pérdida del Edén o la destrucción del jardín en el que fuera el hombre emplazado. Tras el capítulo de la descendencia de Adán, el libro de Noé, la sobrecogedora, fascinante y tremenda historia en la que Dios pone a juicio la creación a causa de la corrupción humana -«la tierra estaba corrompida ante Dios y llena toda de violencia». Sólo Noé encuentra gracia a los ojos de Dios y viene a ser el segundo padre de la humanidad. El vívido relato de la construcción del Arca, el Diluvio Universal, la salvación de la especie humana junto a las demás especies, el arco iris como señal del pacto con el que Dios selló su promesa de nunca más «maldecir a la tierra por el hombre». . . todo ello configura en el imaginario bíblico la escena original de la catástrofe ecológica y la justificación cósmica del hombre (5).

  I.2. La ciencia del medio

El auge de la ecología -la ciencia de las interrelaciones de los organismos con el medio ambiente, en escalas auto, demo y sinoecológicas- es el resultado histórico de una relación dialéctica entre el hombre y la naturaleza. A la posición originaria de identificación o simbiosis (racionalidad mítico-religiosa de las culturas arcaicas, naturalismos como paradigmas holísticos o movimientos contraculturales), sigue la posición de dominio del hombre sobre la naturaleza, consumada en la civilización occidental por la confluencia de la tradición bíblica, la filosofía griega la ciencia moderna. Pero esta última con la economía capitalista y la tecnología industrial, se ha hecho responsable en las dos últimas centurias de una polución y escasez de reservas sin precedentes. La (con) ciencia ecológica nace como una tercera posición, de síntesis entre la inmanencia y la trascendencia, la sacralización y la explotación en las relaciones hombre-naturaleza (6). La crisis ecológica enseña cómo la naturaleza ha pasado, de ser un «medio» de producción y de habitat para el hombre, a ser objeto universal del conocimiento y fin fundamental del quehacer humanos.

Ecología es la teoría y tecnología diagnóstico-terapéutica de las heridas planetarias infligidas por la humanidad a la biosfera, cuyas funciones vitales hemos alterado profundamente desde los tiempos del paraíso perdido. Si bien cambios globales como catástrofes geológicas afectaron la vida del planeta desde la aparición de las primeras formas vivientes, el don-finio humano de la tierra inaugura otra era de patología y exterminio que desemboca en una crisis de supervivencia sin precedentes; ese dominio humano empezó por la usurpación de los espacios naturales y hoy termina con la contaminación ambiental, entre cuyos efectos globales preocupa singularmente el llamado «efecto invernadero» o calentamiento climático progresivo del planeta, tan potencialmente letal como el «invierno nuclear» del holocausto (7). La destrucción del ecosistema se dibuja en un mapa planetario que encierra los mayores peligros para la salud ambiental y la calidad de vida (8). La patología humana del ecocidio -patogénesis por alteración de los «elementos» (la tierra, el agua, el aire, los alimentos)- adquiere características epidémicas: enfermedades respiratorias crónicas, cáncer, malformaciones congénitas, mutaciones, trastornos del comportamiento… la suma patológica del siglo XX tiene su clave en la patodicea ecológica.

Donde está la enfermedad está el remedio, y debemos confiar en la tecnociencia que junto a su potencial de autodestrucción nos da también instrumentos de conocimiento y acción nunca antes a nuestro alcance. Por ejemplo, los satélites receptores terráqueos diariamente reportan la condición global por computadoras que recogen millones de observaciones simultáneas, de modo que podemos tener una visión cósmica de los mecanismos generales de la vida en acción y así vigilar nuestro experimento predador con el planeta como a un paciente en monitoreo. La ciencia del medio proveerá, sin duda, una tecnología adecuada para sustituir los recursos naturales explotados, como también para reducir y reciclar los desechos contaminantes, y acaso la biogenética concurra a la solución con la diversidad de nuevas formas de vida. Pero sólo una sabiduría ecológica puede desafiar la crisis de supervivencia mediante un cambio radical en la actitud hacia la naturaleza. La degradación ambiental no es sólo problema que exige soluciones científico-técnicas; en realidad no es tanto un problema en el sentido objetivo de algo exterior al hombre como un problema de conciencia o de actitudes y conducta humanas.

  I.3. La ética ambiental

La crisis ecológica deriva a la postre en el planteamiento de un nuevo sistema ético – la bioética como puente entre los hechos científicos y los valores morales. El problema moral se ha tomado «específico» para el hombre por el imperativo de la sobrevivencia y de una responsabilidad solidaria a fin de preservar la biosfera terráquea. La pregunta de la ética es entonces cómo debemos vivir, al menos para sobrevivir, pero conciliando el imperativo de supervivencia con el de dignidad humana, conciliación que es el meollo de la antropodicea (9).

La megacrisis exige fundar una macroética planetaria basada en el principio de responsabilidad, que representa un nuevo estadio de la conciencia moral en la civilización tecnológica, y se formula así: «Actúa de manera que las consecuencias de tu acción sean compatibles con la permanencia de la vida genuina sobre la tierra» (10). El primer principio de la ética ambiental es el de reciprocidad o mutua obligación por la interdependencia de los seres vivientes en un cuerpo cósmico (ecosfera) amenazado por la patogenicidad del cuerpo técnico (tecnosfera) o conjunto de organismos sintéticos (enseres como automóviles, fábricas, viviendas) que consumen energía y producen desechos desequilibrando el ecosistema natural. La ética de la utilidad y el consumo es cuestionada como estilo de vida ecocida, por cuanto conduce a la proliferación anárquica de ecosistemas artificiales desestabilizadores. La ética ambiental desempolva antiguas virtudes como la frugalidad (productiva y reproductiva) y escribe una nueva tabla de valores revelada por la naturaleza (1l).

La filosofía ambiental inspira la utopía de una civilización ecológica e impulsa un nuevo proyecto político (económico y social) en la humanidad posmodema. Por de pronto, se denuncia el peligro de la dinámica expansiva de la civilización industrial misma y se replantea a radice la dialéctica del progreso. El concepto moderno de progreso cuantitativo -crecimiento material, expansión productiva, aumento del confort y de la población global, etc.- ha ingresado en un decisivo cuestionamiento (progreso no es un concepto que implique necesariamente un valor positivo: hablamos del progreso de una enfermedad, y el crecimiento desordenado es la filosofía del cáncer) (12). Se propone un paradigma alternativo al paradigma de desarrollo tradicional, uno que eleve globalmente la calidad de vida, un desarrollo técnico con miras al crecimiento cualitativo, a la creación y preservación de las mejores condiciones humanas. La humanidad se enfrenta planetariamente a la tarea de planificar su propio crecimiento en función de sus condiciones naturales de vida, dañadas por la civilización industrial (13). Pero la cuestión ecológica tampoco se resuelve con una tecnocracia política o ecodictadura universal: hace falta la educación en una nueva ética civil o cultura moral, a partir de la naturaleza como proyecto axiológico.

En el progreso de la conciencia ecológica un primer paso es otra «Fisiodicea» o justificación de la naturaleza más allá de su uso «natural» para satisfacer las necesidades biológicas o materiales, conforme al modelo instrumental científico-tecnológico (14). Valores no-instrumentales y actitudes no pragmáticas o utilitarias deben construir el nuevo modelo natural de la sociedad ecológica. En realidad, lo que distingue al hombre del resto de los vivientes es su exclusiva relación con la naturaleza, esa capacidad de contemplarla, apreciarla y gozaría por encima de las comunes necesidades naturales. De modo que la buscada antropodicea equivale a esta nueva fisiodicea: la cultura corno compensación de la naturaleza nos ha llevado a la naturaleza como compensación de la cultura. Una teoría compensatoria de la naturaleza «compensa» la teoría compensatoria de la cultura, y esto significa plantear la ética ambiental más allá del nivel corriente de los argumentos utilitaristas para la prevención de los recursos y ámbitos naturales.

En el siguiente cuadro se resumen algunas ideas sobre el nuevo paradigma de la naturaleza. Partiendo de tres disciplinas del espíritu (religión, arte, filosofía) se definen las respectivas actitudes naturales (respeto, imitación, admiración), con los valores esenciales aprehendidos por ellas (sacralidad, creatividad, sabiduría), más los símbolos correspondientes (el arca o el arco de Noé, la estatua de Pigmalión, el búho de Minerva) y tres sentidos fundamentales (alianza, humanización y cosmovisión) (15).

 PARADIGMA ECOLOGICO DE LA NATURALEZA

DISCIPLINA

ACTITUD

VALOR

SÍMBOLO

SENTIDO

Religión

Respeto

Sacralidad

Noé

Alianza

Arte

Imitación

Creatividad

Pigmalión

Humanización

Filosofía

Admiración

Sabiduría

Minerva

Cosmovisión

Referencias

  1. CL R. Maliandi «La crisis de nuestro tiempo y la dialéctica de la desconfianza», en Escritos de Filosofía , Buenos Aires, 1983, Nº 12, 83-93.
  2. Cit. por G. Canguilhem Idéologie et rationalité dans l’ histoire des sciences de la vie , Vrin, París, 1977. pág. 101.
  3. Al parecer fue Max Scheler, en El puesto del hombre en el cosmos , quien primero atribuyó a los posteriormente llamados por Ricoeur «maestros de la sospecha» (Freud, Marx, Nietzsche) el descubrimiento de los respectivos instintos (sexual, nutricio, dominio).
  4. ¿Quién le teme al antropocidio? Evidentemente sólo importa al hombre y sólo la humanidad puede justificarlo como peccatum historicum : para Dios, Fiat Iustitia pereat mundus ; para el Mundo, Fiat mundus pereat Iustitia .
  5. La alianza de Dios con Noé es universal y cósmica, abarca a todos los hombres y todas las criaturas en el orden de la naturaleza. En este sentido se distingue de otras alianzas bíblicas, con Abraham y el pueblo de Israel, la nueva alianza cristiana. La primera alianza -primera en el orden textual, que puede no ser el cronológico- es por tanto la relación armoniosa con la naturaleza, pax naturae tras bellum contra naturae .
  6. Cf. I. G. Barbour «Environment and Man», en Enc. of Bioethics 1, 366-373. La relación conflictiva hombre-naturaleza -sometimiento del hombre a la naturaleza o sometimiento de la naturaleza al hombre,- se proyecta en la polaridad dialéctica del proceso de civilización entre desarrollo y subdesarrollo, crecimiento y conservación de la vida: en un extremo, el acento en el crecimiento desequilibra la vida, pone en jaque su conservación; en el otro extremo, el acento en la conservación lleva al estancamiento o atrofia de la vida.
  7. La biosfera tiene complejas interacciones, por las cuales el cambio en un elemento de la ecuación natural -tal como el efecto invernadero en la atmósfera- inicia cambios en otros elementos (volumen oceánico, manto glacial nubes, cubierta vegetal, georeflectividad). El efecto invernadero se produce cuando ciertos gases en la atmósfera, producto de la actividad humana, actúan como vidrios de los techos de los invernaderos, dejando pasar la luz solar, pero no permitiendo que se escape el calor. El mayor responsable es el C02 (dióxido de Carbono) que se libera con la destrucción de los árboles, y el consumo de combustibles fósiles como carbono y petróleo. El pronóstico para mediados del siglo XXI es un clima más cálido (aumento global de la temperatura en 4° Celso) y cambios atmosféricos drásticos y devastadores.
  8. La National Geographic Magazine (December, 1988) señala los siguientes peligros puntuales en aumento: 1. Explosión demográfica. 2. Polución del aire. 3. Destrucción de la capa de ozono. 4. Lluvia ácida. 5. Polución del agua. 6. Diversión de aguas. 7. Residuos tóxicos. 8. Peligros radioactivos. 9. Extinción de especies. 10. Depleción íctica. 11. Deforestación 12. Desertificación.
  9. CL K. 0. Apel «The problem of a macroethic of responsability to the future in the crisis of technological civilization: an attempt to come to terms with H. Jonas ‘Principle of responsability»‘. Man and World 20:3-40 (1987) Jonas critica la idea utopista del progreso según el «principio de la esperanza» del marxista Ernest Bloch; Apel reformula a Jonas, manteniendo la idea del progreso y la utopía no sólo como imperativo de sobrevivencia sino de la dignidad humana. Para él, no se trata de una cuestión de prioridad de la sobrevivencia respecto de la dignidad, ni viceversa.
  10. Apel completa la fórmula de Jonas con la propuesta de una ética de la responsabilidad concebida corno una ética que nos manda preservar la existencia de la real comunidad humana de comunicación y, al mismo tiempo, realizar progresivamente la comunidad ideal de comunicación. Fundar una ética de la responsabilidad orientada a las futuras generaciones significa organizar colectivamente esa responsabilidad, institucionalizar en discursos prácticos las responsabilidades hacia el futuro alumbrado por la ciencia y la tecnología. No es una ética mesiánica, que promete el hombre nuevo, ni intenta extirpar la ambigüedad humana abierta al bien y al mal .
  11. CL G. H. Kieffer Bioethics Addison-Wesley, Reading , 1979. (Cap. M «An ethic of nature»). Una idea del gasto energético que significa vivir culturalrnente son las 2.500 calorías del metabolismo del animal humano frente a las 200.000 calorías del episoma cultural (consumo en calefacción, luz, traslación, etc.).
  12. El impacto de la mentalidad ecológica, aplicada a revertir o reducir el rumbo suicida de la creciente depredación y contaminación del entorno natural, es notable en la Economía, disciplina que hoy vuelve a tomar conciencia de su parentesco con la filosofía moral – olkos nomo l = reglas de la casa-, parentesco explícito también en el inicio de su desarrollo moderno como ciencia empírica y luego paulatinamente olvidado. El nuevo paradigma económico del desarrollo se aparta de la visión economicista clásica basada en indicadores agregados como el P.G.B., para el cual son positivos sin discriminación todos los procesos donde ocurren transacciones de mercado, sin importar si éstas son productivas, improductivas o destructivas. Así resulta que la depredación indiscriminada de un recurso natural hace aumentar el PGB, «tal como lo hace una población enferma cuando incremento su consumo de drogas farmacéuticas o de servicios del hospital» (Desarrollo a escala humana, una opción por el futuro, Cepaur -Fundación Dag Hammarskjold, 1986, pág. 57).
  13. Otra disciplina de fundarnentación en la ética ecológica es el derecho ambiental derecho «natural» de la naturaleza como imperativo categórico de una ética de la responsabilidad frente a la crisis ecológica y nuclear. Novedades en este sentido son la figura del delito ecológico contra la seguridad pública y el derecho a la salubridad del medio ambiente entre los derechos humanos de tercera generación.
  14. Véase de la literatura reciente sobre ética ambiental, Holmer Rolston Environmental Ethics Duties to and Values in the Natural World Philadelphia : Temple University Press, 1988; Hans Sachse Okologische Philosophie. Natur – Tecknik Geselischaft . Wissemchaftlich Buchgesellshaft, Darmstadt, 1984.
  15. Es sabido que el mochuelo no tiene orbicular de los párpados, es decir que nunca cierra los ojos, y por eso es símbolo de la filosofía o visión de la totalidad.

Autor: Dr. José A. Mainetti 
Fuente: 
http://www.elabe.bioetica.org



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