Hacia la convivencia necesaria

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Daniel Barenboim acaba de recibir en Berlín el Premio a la Comprensión y la Tolerancia Mutuas. En su discurso de agradecimiento, que aquí se reproduce, destacó la importancia de las instituciones culturales en la difusión de los valores humanos y llamó a trabajar por la paz entre israelíes y palestinos

Recibir el Premio a la Comprensión y la Tolerancia Mutuas, y recibirlo aquí, en el Museo Judío de Berlín, es una experiencia profundamente conmovedora. El hecho de que me sienta tan profundamente conmovido tiene algo que ver con las personas que me han conferido este alto honor. Tiene algo que ver con el señor Von Weizsäcker, que ha seguido mi carrera en Alemania con tanto interés y afecto. Todavía guardo un recuerdo vívido de aquellos momentos emocionantes, de aquel viaje a Israel en que, gracias a su patrocinio, una orquesta de la por entonces República Democrática Alemana pudo actuar por primera vez en Israel.

Muchas gracias también a Michael Blumenthal, por hacer posible que reciba este gran honor en este lugar tan especial. Aquí, en el Museo Judío que, como bien dice el diploma del premio, abarca los dos mil años de historia judeogermana. El nos recuerda el fuerte impacto de un Moses Mendelssohn, así como las consecuencias devastadoras de la intolerancia que, a su vez, nos recuerdan la necesidad de una comprensión mutua entre los hombres en una sociedad moderna.

Comprometerse con los valores espirituales y con el peligro que ellos corren, y hacerlo en este lugar en particular ofrece la oportunidad de un aprendizaje perpetuo tanto a los judíos como a los no judíos. Pero para aprender los unos de los otros, es indispensable tener instituciones culturales, tales como museos, orquestas y teatros, ya se dediquen al arte dramático o al lírico. Aquí, en Berlín, todos los establecimientos de ese tipo compiten en una animada puja artística. De ahí su necesidad de ganarse a diario el apoyo de su público manteniendo los más altos niveles artísticos y el estilo más convincente.

Ahora querría volver al diploma del premio. Allí se dice que la razón de ser del Museo Judío es comprometerse activamente con el pasado y, así, aprender de él y adquirir las herramientas para encarar los problemas de la sociedad, los del presente y los del futuro. Este proceso de aprendizaje piadoso es lo que el Museo Judío representa y defiende más decididamente. Esta decisión, esta perseverancia, le ha asegurado un alto grado de independencia institucional y lo ha hecho acreedor al apoyo pleno del gobierno de Alemania Federal.

Esta interacción exitosa de las autoridades federales y regionales en el Museo Judío debería haber llevado, hace largo tiempo, a un proceso de aprendizaje propio dentro del panorama cultural de Berlín. Un proceso de aprendizaje todavía ausente en lo que a la Staatsoper respecta. Y lo que más me preocupa es, precisamente, esta renuencia a emprender ese proceso de aprendizaje.

La cultura y el recuerdo están estrechamente ligados. Si, en nuestras instituciones culturales, queremos transmitir nuestros valores más íntimos de manera tal que nuestro público los comprenda íntimamente en el mejor sentido de la palabra -los comprenda al extremo de recordarlos en su vida diaria- habremos logrado mucho, en particular respecto a la tolerancia. Dicho esto, viene a mi memoria una sabia advertencia de Goethe. En sus Máximas y reflexiones , dice: «La tolerancia siempre debe ser una transición: debe llevar a la aceptación. Limitarse a tolerar es insultante».

¿Qué mejor lugar para promover esta forma de reconocimiento humano que nuestros teatros, nuestras salas de concierto y de ópera?

Para ello, es imprescindible gozar de plena libertad artística. Pero también necesitamos tener independencia económica para poder llevar a cabo lo que, con razón, se nos exige. Quizá valdría la pena reflexionar acerca de cómo garantizar mejor esas condiciones en el futuro. Aquí, en esta institución, deberíamos aprender a no perder jamás la esperanza, especialmente en cuanto a la comprensión y la razón.

Y desde esta casa, como lo hizo mi estimadísimo amigo David Grossman en su discurso en memoria de Itzhak Rabin, me tomo la libertad de apelar al gobierno de Israel. Después de veinte siglos de existencia como minorías dispersas por el mundo, tuvimos la oportunidad histórica de convertirnos en una nación. No debemos olvidar aquellos valores que han sido respetados a lo largo de la historia judía: la dignidad, la generosidad y la inteligencia. Debemos reconocer el sufrimiento del pueblo palestino. Eso no nos hará más débiles. Debemos recordar que, en el momento de su fundación, Israel prometió que todos sus ciudadanos, judíos o no, serían iguales. El único capital que posee el pueblo judío es de índole moral. No tenemos derecho a ocupar las tierras de otros. Debemos encontrar la inteligencia y la fuerza para luchar por la paz. Y hacerlo, como mínimo, con el doble de la energía con que hemos hecho la guerra. Esta es nuestra herencia judía.

Para fomentar precisamente eso, ahora me sentaré al piano, donde todavía me siento más cómodo que hablando. Junto con nuestro contrabajo solista egipcio de la Orquesta West-Eastern Divan que, como segundo empleo, por así decir, también lo es de la Filarmónica de Berlín, en otras palabras, junto con Nabil Shehata, de origen árabe, tocaré, en este lugar tan especial, el lamento judío Kol Nidrei , escrito por el compositor alemán Max Bruch.

Autor: Daniel Barenboim.
Fuente: La Nacion Line.  
Web: http://www.lanacion.com



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