Fantasías olfativas del mito de Mirra y Adonis en relación a la postulación de la etapa nasal

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MIRRA Y SU HIJO OLOROSO

Si “fantasía” designa al mundo imaginario y la actividad creadora que lo anima, el concepto «fantasía específica” hace referencia a la zona erógena en relación a la cual se estructura esa fantasía singular y que es posible pesquisar a partir de los productos culturales. 

No pretendemos que este análisis sea probatorio de nuestra hipótesis sobre una etapa psicolibinal nasal olfativa que hemos antepuesto a la oral freudiana y de la cual conjeturamos su papel como organizador primitivo del piquismo; pero nos place utilizar el recurso del mito por el cual adentrarnos en aquellos niveles profundos. Por otra parte este abordaje no es nuevo en la la investigación psicosomática: véase Luis Chioza y los trabajos del CIMP.

La penetración introspectiva en el seno de la interioridad implica grandes dificultades para la captación y descripción de esos estratos primitivos, por lo cual el investigador analítico puede elegir el camino inverso orientándose hacia las producciones culturales y los fenómenos idiomáticos, en la creencia de encontrar allí señales o marcas de las influencias inconscientes que los han generado. Es entonces que el estudio etimológico y la interpretación de los mitos como de otros productos humanos centrados en una función biológica, alcanzan en su indagación el sentido de un lenguaje de órgano determinado por el predominio estructurante de la misma.

El mito de Psique y Eros nos brindó anteriormente la oportunidad de una aproximación semejante; aquí avanzaremos de la mano de Jean-Pierre Vernant, en su introducción al libro de Marcel Detienne, Les jardins d Adonis. La mythologie des aromates en Grece,) para un nueva exploración de lo olfativo. (1)

En principio recordemos el mito de Adonis.

En él, como en Psique y Eros, otra vez aparece Venus satisfaciendo el ruego del enamorado Pigmalión dándole vida a la estatua que éste ha modelado. Hecho el milagro nacen de su unión carnal con la criatura, Pafos y Ciniras. Éste último nos interesa, pues su hija será Esmirna, o Mirra; por ella nos conectamos con lo olfativo ya que la mirra es una gomorresina en forma de lágrimas, de gusto amargo, aromática, que los antiguos tenían por un bálsamo precioso. Fácil es asociarla con el nacimiento de Jesús y la visita de los Reyes Magos, quienes la ofrecieron junto a incienso y oro. Interpreta alguna tradición: oro por ser Rey, incienso por ser Dios, Mirra por ser hombre. (2) (3). Que el aroma esté puesto en la Epifanía, brinda un sustento a la presencia de lo nasal en el comienzo de la vida; pero si hemos de atenernos al mito la Mirra no es merecedora de dignidad religiosa; así lo proclama Orfeo: “¿Por qué la Arabia, que produce las flores de más finos aromas, el cinamomo, el incienso,… igualmente se jacta de la Mirra?”. La historia lamentable de Esmirna narra que concibió un amor incestuoso hacia su padre. Rechazada intenta ahorcarse pero es salvada por su criada que tras una lucha interior decide ayudarla, introduciéndola en el lecho de Ciniras aprovechando su embriaguez. El incesto se repitió muchas noches amparado por la oscuridad, hasta que el hombre, deseoso de contemplar a su enamorada preparó luces para descubrirla. Ocurrido esto, la visión de su hija lo desespera y pone a Esmirna en huida de su furiosa reacción. Aterrada, ruega el prodigio de «ni vivir ni morir», ya que fatal para los otros le parece su vida o su muerte. A los pocos segundos comienza a cubrirse desde los pies de corteza y raíces transformándose en el árbol de Mirra. Así transformada despedirá de su tronco, a los diez meses, el fruto incestuoso de su vientre que no será otro que el oloroso Adonis. Dotado de una seducción a la que nadie puede resistir, el niño aromático se entrega a los placeres amorosos en la edad que corresponden juegos inocentes.

Venus quedó prendada por su belleza y ocultándolo en un arca se lo confía a Proserpina. Pero ésta sufre la consabida curiosidad y al abrir el arca se enamora de él; lo cría en su propio palacio convirtiéndolo en su amante. Al reclamarlo Venus, Proserpina se niega a devolvérselo. Zeus arbitra el debate entre ambas diosas (se cuenta que en realidad lo relegó a un tribunal menor) y se decide que el joven vivirá un tercio del año con Venus, un tercio con Proserpina y el tercio restante donde quisiera, mas Adonis, en lugar de tomarse esas breves vacaciones para descansar de los reclamos amorosos, prefiere pasar este tercio también con Venus.
Al cabo de varios años, cuando debiera integrarse a la vida social y transformarse en guerrero y esposo, lo matará un jabalí —Ares, celoso benefactor de Venus— clavándole los colmillos en el muslo. Su cuerpo es depositado sobre un plantío de lechuga, resultando que al valor erótico de la planta aromática que lo representara, responde, al final de su carrera con la muerte sobre una planta fría y húmeda, inodora y antifrodisíaca que connota impotencia sexual.
Se asegura que la rosa, que fue blanca hasta ese día, tomó su color rojo por la sangre de Venus que se lastimó un pie con una espina cuando corría a socorrerlo. De la sangre de Adonis habrían nacido las anémonas. Venus fundó en su honor un culto fúnebre anual durante el cual las mujeres del mundo antiguo plantaban en recipientes granos que se regaban con agua caliente, creciendo muy de prisa pero muriendo también muy pronto: eran los “jardines de Adonis”.
Detienne describe y descifra el ritual de las Adonias. Se celebraban en los días de la canícula, de la recolección de las plantas aromáticas, del desenfreno sensual femenino y de la conjunción de la tierra y el sol, cuando culmina en todos sus aspectos la seducción erótica. Sus escenarios no son los templos sino las terrazas, donde amantes perfumados depositan sus jardines y gozan sexualnente hasta la embriaguez. Germinación y muerte de las plantas se sucede bajo el calor del sol siendo al cabo las macetas arrojadas con cuanto contienen al agua fría de las fuentes o a la mar infecunda. Juego ilusorio, antiagricultura, asunto de mujeres que en un ciclo de ocho días contrasta con el trabajo serio de los ocho meses que media entre la sementera y la cosecha. Con todo, la fiesta acaba en el goce de los perfumes, la promesa de los placeres y la inseguridad de la seducción. Junto a la lamentación de los amantes, en los techos es celebrado un simulacro de recolección de plantas aromáticas que las mujeres bajan por las mismas escaleras que sirvieron para subir los jardines. Granos de incienso y panes de Mirra, repartidos en incensarios y pebeteros, reafirman junto al culto de Adonis la seguridad de una buena cosecha tras las lluvias del otoño y la promesa de hermosos hijos para los esposos que se han mantenido ritualmente alejados.

Los comentarios de Jean-Pierre Vernant, valen en sí mismos como una interpretación desde la etapa nasal: “Las mismas esencias perfumadas e incorruptibles que unen la tierra, el cielo y los hombres a los dioses, cuando unen demasiado íntimamente a hombres y mujeres, disuelven el matrimonio en lugar de soldarlo. En el himeneo representan no el ideal, sino esa seducción erótica que es en sí misma nefasta y perversa…”. ” La represión cultural determina la desodorización o la sublimación para romper la fusión madre-hijo. De prolongarse excesivamente el efecto sobre la salud de ambos sería nefasto y perverso. Adonis es el niño-adolescente oloroso y seductor que es inhalado por la diosa madre a su influjo a la vez que se adosa a ella por un vínculo semejante ajeno a toda mediación. Su voluntad de amor no conoce tregua, y en amor vivirá los veranos y las noches oscuras, a la luz del sol y aún en los infiernos. Pero no llegará a ser adulto ni tendrá descendencia, no se incluirá en la vida social ni librará las batallas del vivir si no rompe la fusión olfativa. Su aroma no se elevará en plegarias ni brindará sacrificio en los altares, será absolutamente sustraído a todo fin que no sea el de su himeneo incestuoso. Sólo podrá ser detenido arteramente por un tercero filicida, a quien, como Edipo a Layo, no reconocerá en su eufórica libertad entre la flora y fauna de los bosques. Cuenta Ovidio como Venus previno a Adonis: “No ataques jamás a los animales a quienes la naturaleza dio armas para defenderse. No expongas temerariamente una vida que me es querida. Te diré que los leones y todas las bestias carniceras, me producen un terror sin igual. ¿Quieres saber por qué?… Ven, estoy fatigada. Sentémonos en el césped. Voy a contarte la adversión que hacia ellos tengo…” Y como Yocasta a Edipo, trató de disuadirlo de la actividad peligrosa que pudiera poner fin al vínculo amoroso que los unía. Aún sus últimas palabras sobre el cuerpo yaciente de su amado se expresan en el código de los aromas: “No, no morirás ni en mi memoria ni en la memoria de nadie! ¡Por el dolor de tu pasión y muerte, por el dolor de mi pasión y pena, de tu sangre nacerá una flor! ¡Proserpina cambió a Menta en una flor que llevó su nombre… y yo haré el mismo prodigio en favor de mi amante!”.

“Dicho esto, Venus extendió un néctar sobre la sangre de Adonis y de las gotas de ésta nacieron pequeños pétalos rojos. Esta flor desde entonces, dura poco tiempo, porque los mismos vientos que la hacen brillar, la hacen mustiarse”. (4)

Notas

(1) Vernant, Jean-Pierre. “Entre bestias y dioses. De los jardines de Adonis a la mitología de las plantas aromáticas” en Mito y sociedad en la Grecia antigua, Siglo XXI, Madrid, 1982. (Mithe et socicte en Greco ancienne, F. Maspero, Pañs, 1974.)
(2) (3) El nacimiento de Cristo y su muerte están vinculados al elemento oloroso. Con respecto al pesebre, su imagen religiosa no es ajena a la de un sentido social, pero la connotación olfativa que implica nos reconecta, como el saber popular lo ha establecido, con el simbolismo de la vagina. El pesebre es un lugar pequeño, acogedor, donde el niño perseguido por el mandato de Herodes, (y para el cuál no encuentran lugar en el mesón) es protegido en el marco de lo terruño y la animalidad. El recipiente cóncavo de paja y olor natural no es otro que el cajón donde comen las bestias. Nacimiento, animalidad, olor, alimento, se conjugan sublimados por la tradición que ordena al ganado contemplando, manso y sin alimentarse, al niño alojado en el comedero. Los aromas ofrecidos a su dignidad por los Reyes Magos pueden tapar los hedores del pesebre, sublimándolo también y ofrendado a lo divino. La mirra, a su vez, aceite amargo para embalsamar a los muertos está allí anunciando la Pasión de Jesús. Con la muerte ocurrirá la misma regla: un aroma para tapar la descomposición y putrefacción del cadáver y como ofrenda del mismo al Señor.
Del Nuevo Testamento: ‘María trajo como medio litro de aceite perfumado, de nardo muy fino y muy caro. Ungió con él los pies del Señor y se los secó con sus cabellos. Y toda la casa se llenó con el olor del perfume. Judas Iscariote, el discípulo que entrega a Jesús, dijo: “Este perfume podría haberse vendido en trescientas monedas de plata, para ayudar a los pobres”… Pero Jesús le dijo: “Déjala, me está ungiendo de antemano, para el día de mi muerte. A los pobres los tiene siempre entre ustedes. Pero a mí no me tendrá siempre”.
… También vino Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús. Trajo como cien libras de Mirra perfumada y áloe. Envolvieron el cuerpo de Jesús con lienzos perfumados con esta mezcla de aromas, según la costumbre de enterrar a los judíos”.
(4) Delgado L.C.H.- García G.V.: La etapa nasal Editorial Galerna. Buenos Aires.1992. (Ver artículos de los autores en archivo temario: Olfato; Genaltruista)

Autor: Dr. Luis Carlos H. Delgado y Graciela V. García



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