En camino del Borda a la comunidad

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Salir del Borda no es fácil. En la mayoría de los casos, el afuera -la sociedad- no recibe a sus hijos ahora recuperados con los brazos abiertos. Son frecuentes los casos en que las familias se niegan a volver a cobijar en su seno al pariente que se perdió en la enfermedad y en los que los empleadores de antaño no devuelven las llamadas. El afuera es inhóspito, está hecho de soledad y desamparo.

Como si esto fuera poco, los que salen deben aprender a reconocerse como seres independientes, deben acostumbrarse a que no haya enfermeras, médicos ni psicólogos atentos a cada paso que dan. ¿Cómo facilitar, entonces, la resinserción de estas personas que han sido dadas de alta de su patología pero que carecen de una red social que las reciba? Las llamadas casas de medio camino han sido pensadas para cumplir con este propósito.

«Están a mitad de camino entre dos lugares, como un punto intermedio, de transición, entre la institución cerrada y la comunidad, entre la dependencia y la autonomía», comenta la licenciada Fabiana Paesano, trabajadora social que actualmente se desempeña en la casa de medio camino inaugurada hace un par de semanas en el porteño barrio de Flores.

Sin un lugar en el mundo

Llamamos a la puerta de una vieja y típica casona de Flores y es Carlos quien baja a abrirnos. Este salteño de 42 años ha pasado casi cinco internado en el Borda, pero desde hace dos semanas es uno de los cuatro inquilinos de la casa de medio camino que depende de la Dirección de Programas Especiales de la Subsecretaría de Salud de la Ciudad de Buenos Aires.

De pie, apoyado en la baranda de la escalera, Carlos nos cuenta que los casi cinco años que estuvo internado no fueron de corrido. «Primero fueron dos años y medio, estuve dos meses afuera y caí otra vez», dice, y aclara: «Yo me autointerné: cuando salí del hospital me había quedado sin trabajo y al poco tiempo sin donde vivir. Estuve vagando unas semanas y empecé a estar de nuevo mal. No me quedó otra que volver al hospital».

La historia de Carlos es bastante paradigmática. «Durante las internaciones prolongadas la red social del paciente se cierra rápidamente; éste pierde sus referentes, sus vínculos y sus roles -explica la licenciada Paesano-. De este modo, suma a su patología alteraciones a nivel de sus relaciones afectivas, ocupacionales y con el medio ambiente y, hallándose en condiciones de alta, no encuentra un lugar: queda entonces marginado, encerrado en un afuera que no lo acepta.»

Es justamente en estos casos, en que la persona que ha sido dada de alta (médica y judicialmente) presenta algún tipo de vulnerabilidad social, que las llamadas casas de medio camino brindan «un lugar donde cada residente puede desarrollar su proyecto personal, sostenido y acompañado por los demás integrantes del grupo».

«En la casa de medio camino permanecen seis meses», agrega Paesano. Durante este tiempo, y con ayuda de la citada asistente social, los inquilinos trabajan en la reconstrucción de sus vínculos con la sociedad; esto es, principalmente, restablecer los lazos familiares y reinsertarse en el mercado laboral.

«Desde el servicio social se intenta ayudar al ex paciente a participar tanto como sea posible de la vida en la comunidad -explica-; se lo asesora en la búsqueda de alternativas que le permitan satisfacer sus necesidades sociales básicas (alimentación, vivienda, educación, vestido, tiempo libre).»

La medida de una familia

«La experiencia de vivir en esta casa es ideal, porque por ahora somos nada más que cuatro: es como la medida de una familia», ironiza Ernesto, de 52 años, que espera pronto volver a vivir con su familia y retomar proyectos laborales puestos entre paréntesis por su estada en el hospital Borda. En la casa, cuenta, las responsabilidades están divididas: «Los dos que saben cocinar, cocinan, y el resto se encarga de la limpieza».

Si bien reciben periódicamente la visita de una trabajadora social, una psicóloga y dos voluntarias, estos cuatro inquilinos (la casa tiene espacio para diez) deben hacerse cargo de sus tareas cotidianas. «Acá no tienen a una enfermera que les haga la cama y que les controle la medicación; ya no cuentan con los beneficios secundarios que tenían al estar internados -apunta Paesano-. Acá se toma la cotidianidad como un espacio verdadero de tratamiento; la idea es generar espacios que sirvan para que el sujeto resuelva los problemas por sí mismo.»

Pero recobrar la autonomía perdida no suele ser una tarea fácil. «El jueves tuve la primera charla con ellos cuatro desde que llegaron, y estaban hechos unos trapitos -recuerda-. Se lamentaban de estar solos, de que no había nadie; en realidad, ellos esperaban que les hiciéramos las camas, la comida, que nosotras les diéramos los medicamentos.»

«Es como el dolor que experimenta una persona que ha estado mucho tiempo enyesada y comienza a caminar de nuevo», asegura esta trabajadora social. Pero el dolor pasará y, cumplidos los seis meses de estada en la casa de medio camino, sus actuales moradores retornarán al afuera; de las redes sociales que hayan sabido construirse durante este tiempo dependerá en gran medida su futuro.

Por Sebastián A. Ríos
De la Redacción de LA NACION

De libertades y reglas de convivencia

Si bien la estada en la casa de medio camino inaugurada hace unas semanas en el barrio de Flores difiere en numerosos aspectos de la internación en un hospital psicoasistencial como el Borda, no cabe duda de que es la libertad que allí se vuelve a saborear la que marca un hito en el camino de regreso a la sociedad.

«Quienes viven temporariamente en la casa de medio camino pueden salir y volver a ella cuando quieren; son ellos mismos quienes manejan su propio tiempo -dice la licenciada Fabiana Paesano-. Algunos, por ejemplo, se van el fin de semana a pasarlo con sus familias y después vuelven; de hecho, la mayoría pasó las fiestas con sus familiares o con amigos.»

Visitas, alcohol y agresión

Sin embargo, estos ex pacientes no pueden recibir visitas de ningún tipo dentro de la casa: ésa es una de las reglas que deben cumplir. No tomar bebidas alcohólicas y evitar la agresividad entre los habitantes de la casa son las otras dos reglas.

«Nos llevamos muy bien, somos todos muy tranquilos», dice Carlos, una de las cuatro personas que tras ser dadas de alta del hospital Borda fueron derivadas a la casa de medio camino. «Por ahora la convivencia es muy buena -agrega uno de sus compañeros, Ernesto-; todos los que estamos acá nos merecíamos que nos dieran el alta.»

Fuente: La Nación



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