El olfato

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Havelock Ellis

La Selección Sexual en el Hombre

I. El sentido organizado que más pronto responde a la sensibilidad táctil de la piel es, en la mayoría de los casos, el del olfato. En un principio es hasta difícil diferenciar su sensibilidad de la sensibilidad del tacto. El hoyo del epitelio ciliado o las movibles y delicadas antenas que en algunos animales son sensibles y delicadas al estimulante del olor, lo son también al estimulante del tacto, y esto ocurre con el caracol, por ejemplo, el cual tiene al parecer la sensibilidad olfatoria repartida por todo el cuerpo [1].

el olfato

El sentido del olfato se especializa gradualmente, y cuando el del gusto o paladar se desarrolla, forman ambos una especie de sentido químico. A medida que recorremos por su orden la escala zoológica, observamos que el sentido del olfato adquiere nueva y mayor importancia. Entre los vertebrados inferiores, una vez que empezaron su vida sobre la tierra, el sentido del olfato fue el que más utilidad les produjo, desarrollándose en ellos con una rapidez pasmosa. Edinger ha descubierto que en el cerebro de los reptiles el “área olfatoria” es de una extensión enorme, llegando a cubrir la mayor parte de la corteza.  Entre los mamíferos, el olfato es el más desarrollado de todos los sentidos, el que primero y con mayor precisión les informa el carácter de todo cuanto a ellos se aproxima; el que dirige sus operaciones mentales y despierta sus impulsos emocionales. Entre los monos, sin embargo, ha perdido ya mucho de su importancia, y en el hombre se ha convertido en sentido casi rudimentario, dejando el lugar de preeminencia y supremacía al sentido de la vista.

El profesor G. Elliot Smith, una de las primeras autoridades del cerebro, ha recopilado los hechos referentes a la influencia del sentido olfatorio entre los mamíferos, Elliot Smith divide el cerebro en rhinencephalon y neopallium. Lo primero se refiere a todas aquellas regiones que son principalmente olfatorias: el bulbo olfatorio, su pedúnculo, el tuberculum olfactorium y el locus perforatus, el lóbulo periforme, el cuerpo paraterminal y toda la formación hipocampal. El neopallium es el casco dorsal del cerebrocon su frontal, su parietal y su occipitalcorrespondientes, comprendiendo toda aquella parte del cerebro en donde se reúnen las principales actividades asociativas, las cuales alcanzan su mayor desarrollo en el hombre.

En los primeros mamíferos – dice Elliot Smith – las regiones olfatorias ocupan la mayor parte del hemisferio cerebral, cosa que no debe extrañarnos si tenemos en cuenta que la parte delantera del cerebro es en los animales primitivos un apéndice (llamémosle así) del aparato olfatorio.

Todas las regiones del rhinencephalon, tan definidas en los mamíferos macrosmáticos, se encuentran también en nuestro cerebro. El pequeño bulbo olfatorio elipsoidal se halla sujeto a la plancha del hueso etmoides por los nervios olfatorios.

La preponderancia de la región olfatoria en el sistema nervioso de los vertebrados ha producido casi siempre una relación psíquica y muy íntima entre el estímulo olfatorio y el impulso sexual.

Con los monos, y sobre todo con el hombre todo ello ha variado en absoluto. El sentido del olfato sigue existiendo universalmente, es cierto, y en idéntico grado de delicadeza, pero se ve hoy muy descuidado e inobservado. Es, no obstante, un auxiliar poderoso en la exploración del mundo exterior. A los salvajes se los acusa a veces injustamente de ser indiferentes a los malos olores; pero lo cierto es que tienen una comprensión especial del significado de los distintos olores, a pesar de que en ellos no está este sentido más desarrollado que entre los pueblos civilizados.

Además, el olor sigue tomando parte activa en la vida emocional del hombre, sobre todo en los países cálidos. Sin embargo, tanto en la vida práctica como en la emocional, en la ciencia y en el arte, el olfato es en condiciones normales un simple auxiliar de los demás sentidos.

 II. El sentido olfatorio participó del ímpetu que recibieron las investigaciones sensorias. A fines del siglo XIX un eminente médico francés, Hyppolyte Cloquet, discípulo de Cabanis, se dedicó al estudio de esta especialidad. Después de publicar en el año 1815 un trabajo preliminar, editó en 1821 su obra Osprhrésiologie ou Traité des odeurs, du sens et des organes de l’olfaction, monografía completa acerca de la anatomía, la fisiología, y la patología de los órganos del olfato y de las funciones de los mismos, obra que puede ser aún considerada de consulto, a pesar de los nuevos descubrimientos que luego se han hecho sobre la materia. Después de la época de Cloquet, el estudio del sentido del olfato fue cayendo poco a poco en desuso.

El escrito que más ha influido en dar nuevamente al estudio del olfato toda la importancia que merece y requiere, es, sin duda alguna, el profesor Zwaardemaker de Utrecht. La aparición de su primer olfatómetro en 1888, y en 1895 la de su notable trabajo Die Physiologie des Geruchs, dieron a la fisiología del sentido olfatorio nueva y mayor importancia y abrieron camino a grandes y positivos estudios, dedicándose los observadores de todos los países al análisis de dichos trabajos.

La tendencia más general y antigua en lo que a la teoría del olfato se refiere, se inclinaba a considerar a éste como una especie de sentido químico al que estimulaban pequeñas partículas de sustancias sólidas. También prevaleció, sin embargo, la teoría de la vibración que hacía del olfato un sentido parecido al del oído.

La hipótesis vibradora de la acción de los olores ha influido algo en los últimos fisiólogos que se han ocupado particularmente de la olfación. “Es probable”, dice Zwaardemaker (l’Année Psychologique, año 1989),”que el aroma sea un atributo psíquico-químico de las moléculas”.

El carácter principal de las imágenes del olfato es el ser una cosa intermedia entre las del gusto o el tacto y las de la vista y el sonido. Es decir, tienen algo de la vaguedad de las primeras y algo de la riqueza y variedad de los segundos. Estéticamente, también ocupan un lugar intermedio pero de menor utilidad práctica que los otros. Nos procuran una cantidad enorme de pequeñas sensaciones de poca utilidad práctica en sí, pero que se asocian de tal modo a la realidad de la vida, que alfin adquieren un significado emotivo, a veces muy considerable. Su fuerza emocional tal vez dependa de que su centro anatómico esté situado en la parte más antigua del cerebro. Desde ese lugar remoto de nuestra mente nos muestran el encanto o la repulsión de las cosas distantes y vagas. Por esta razón es por lo que están sujetas a la influencia del recuerdo emocional, y en un grado sorprendente si consideramos que son mucho mas precisas que las sensaciones del tacto. Un olor imperceptible puede en un instante sernos agradable y desagradable, según sea el momento emocional que resulte de su recuerdo.  De modo que nuestra experiencia olfatoria constituye una serie más o menos continua de sensaciones secundarias que nos acompañan toda la vida y que, si bien no tienen un gran significado práctico, encierran por su variedad, su intimidad, su facilidad emocional y sus reverberaciones remotas en nuestro cerebro un significado emotivo de bastante trascendencia.

Estos caracteres – a la vez tan vagos y tan específicos, tan inútiles y tan íntimos – fueron los que indujeron a algunos autores a descubrir el sentido del olfato como un sentido imaginativo ante todo. Ningún otro sentido tiene como éste el poder de sugestión [2], la habilidad de despertar antiguos recuerdos con reverberaciones amplias y profundas. Ningún otro nos procura impresiones que varían de color y de tono emocional, según la actitud general del recipiente. Los olores pueden a la vez dominar la vida emocional o servirla como esclavos. Con el uso del incienso, las religiones han utilizado las virtudes simbólicas e imaginativas de la fragancia. Las leyendas de los santos hablan del olor de santidad que emana de los cuerpos de personas virtuosas, sobre todo después de su muerte. Bajo el influjo de la civilización tienden a desaparecer estas ideas primitivas sobre el olor; pero en cambio se acentúa más el lado imaginativo del sentido olfatorio, apareciendo entonces numerosas impresiones personales de todo género.

Rousseau (Emile, libro II) [3] juzgaba el olor como el sentido de la imaginación.  Cloquet se refería frecuentemente a las cualidades de los olores que hablaban particularmente a la imaginación, a sus caracteres irregulares e inconstantes, al poder que tienen de intoxicar la imaginación y la mente y a las curiosas preferencias individuales y de raza en materia de olores.

Passy y Zwaademaker, las dos autoridades modernas en materias de la olfación, insisten del mismo modo acerca de los caracteres del sentido del olfato: su extrema actividad y su vaguedad. Las sensaciones olfatorias despiertan en nosotros sensaciones vagas, percepciones indefinidas acompañadas de una fuerte emoción.

Maudsley habla del poder sugestivo de los olores. “Hay ciertos olores que me traen infaliblemente a la memoria escenas de mi niñez, y todos creo yo que pudiéramos decir lo mismo”. Otro escritor, E. Dillon [4] observa que “ningún sentido tiene un poder de sugestión tan grande como el del olfato”.

Ribot tiene hecho un interesante estudio acerca de la naturaleza de la memoria emocional de los olores. Por “memoria emocional” entiéndase la revivificación espontánea o voluntaria de una imagen bien olfatoria, bien de otra índole. (Para tal cuestión en general, véase un artículo de F.Pillon, “La memoria afectiva; su importancia teórica y práctica” en la Revista Filosófica de diciembre de 1902 y de enero 1903).

Los olores son unos estimulantes poderosos del sistema nervioso, y como todo estimulante producen un aumento de energía, que si es excesivo o prolongado suele traer consigo el agotamiento nervioso.

En medicina es cosa sabida que los aromas que contienen sales volátiles son antiespasmódicos y anestésicos, y que sirven para estimular la digestión, la circulación y el sistema nervioso, pero que tomados en grandes dosis producen una depresión general.

La inhalación de los olores [5] produce una especie de “intoxicación sensorial”, y el sistema se estimula con ello aumentando su actividad; la agudeza visual se acentúa, y la excitación general se exacerba. Estos efectos se obtienen en personas sanas y normales; pero tanto Shields como Feré observaron que en personas con un sistema nervioso muy sensible, los efectos eran mucho más pronunciados.

III. Al tratar el aspecto sexual del olor en la especie humana, debemos partir de un hecho fundamental – hecho que tratamos de disimular en nuestras relaciones sociales -: que todos los hombres y todas las mujeres son olorosos. Este hecho existe en todas las razas. El olor penetrante de muchos, no todos, los negros es harto conocido; y no es debido a la falta de limpieza, pues Joest observa que éste aumenta abriendo los poros de la piel.

Aún cuando el olor distintivo particular de la mayoría de la gente no es lo suficientemente pronunciado para ser perceptible, hay casos en que es más discernible para todo el mundo. El caso más famoso que se conoce es el de Alejandro el Grande, cuyo cuerpo, según Plutarco, emanaba un olor tan delicioso que sus túnicas quedaban como empapadas en un perfume aromático (Convivalium Disputationum, libro I, quest.6).  Kenedy y otros citan el agradable olor de Walt Whitman. El perfume que, según los antiguos escritores emanaba de los cuerpos de las personas santas, (discutido por Görres en el segundo toma de su Christliche Mystik) y que se conoce en el idioma vulgar por el nombre puramente metafórico de “olor de santidad”, era debido a condiciones nerviosas y anormales de los que primero se hicieron distinguir por este fenómeno, pues es cosa sabida que estas condiciones de anormalidad producen ciertos olores.  En la misma locura, por ejemplo, se observa a veces un olor personal que es un ayudante eficaz al hacer el diagnóstico.

Según Georges Dumas (Journal de Psychologie, septiembre-octubre de 1907), el olor de santidad es a veces debido a la acetona y puede ser consecuencia de la diabetes.

[6] Es un hecho significativo, tanto en lo que se refiere a la relación sexual ancestral de los olores del cuerpo y su asociación sexual en estos tiempos, aquel que hace mucho tiempo declaró Hipócrates, que hasta la pubertad no reúnen dichos olores los caracteres que son especiales a los adultos. El niño, el adulto y el anciano tienen cada cual su olor particular.

Durante la menstruación las mujeres exhalan un olor distinto al del fluido menstrual, y que se nota particularmente en el aliento, parecido al de las violetas y al del cloroformo. Pouchet declaró que uno o dos días antes de la menstruación suelen exhalar un olor especial. Las jóvenes cuando menstrúan, dicen algunos, que huelen a cuero. Aubert de Lyon (citado por Galopin), describe el olor de una mujer durante la menstruación diciendo que es una mezcla agradable y aromática que recuerda el olor del cloroformo.  Yo mismo conozco a un hombre que tiene fuertes simpatías y antipatías olfatorias y que advierte la presencia de la menstruación por el olfato.

Se ha dado el caso de una mujer que exhalaba olor a rosas hasta dos días después del coito. (Mc Bride, citado por Kernan en un interesante sumario titulado “El olor en la patología”, Revista del Doctor, diciembre de 1900) […]

Gustav Klein (citado por Adler, Die Mangelhafte Geschlechtsemp– findungen des Weibes, página 25) dice que la misión especial de las glándulas que se hallan junto al orificio vulvario – glandulæ vestibulares majores – consiste en exhalar una secreción olorosa que sirve de estimulante al macho, pero que dicho fenómeno, reliquia de la periodicidad sexual, no ejerce ya gran influencia en la especie humana.

Es pues, posible que al desarrollo sexual defectuoso vaya unido a algún defecto olfatorio correspondiente. Heschl[7] cita un caso en el que la ausencia de ambos nervios olfatorios coincidía con un desarrollo defectuoso de los órganos sexuales. Féré observa que los impotentes sienten repugnancia por los olores sexuales. El doctor Kiernan asegura que en las mujeres, después de la ooforectomía tiende a disminuir ( y a veces a aumentar) el sentido del olfato. Dichas cuestiones, sin embargo, requieren un más profundo y detenido estudio.

Son, por lo demás, muy raros los casos en que el único factor de selección sexual es el olfato.   Sin embargo, la eficacia exclusiva del sentido olfatorio es raro, no tanto por que las impresiones de dicho sentido sean ineficaces, sino porque los olores personales agradables no son lo bastante fuertes y penetrantes, y el órgano del olfato es demasiado obtuso para permitir que el olor supere la vista. Sin embargo, para mucha gente resultan agradables dichos olores, sobre todo si emanan de una persona sana y sexualmente atractiva, y siendo ésta la persona amada son a veces de un encanto irresistible, aumentándose su potencia por el hecho de ser muchos los olores corporales, como ya hemos dicho, estimulantes nerviosos de bastante importancia.

Es fácil también que las asociaciones sexuales del olor se hayan definido y fortificado más por la correlación que existe entre el desarrollo del órgano olfatorio y el aparato sexual. Ya de antiguo, y también en estos tiempos, se ha observado que una nariz grande implica a veces un miembro masculino de gran tamaño también. En el período de la pubertad se verifica un crecimiento en el septum de la nariz, cosa que concuerda perfectamente con la teoría de asociación que venimos explicando, y que, dada la simpatía entre la región sexual y la región olfatoria, ambas se desarrollan a un tiempo por el impulso de una influencia común.[8]

De una y otra cosa puede, pues, deducirse que existe una  relación íntima tanto en hombres como en mujeres, entre la membrana mucosa olfatoria de la nariz y el aparato genital, que ambas dan a veces muestras de cierta armonía de acción, que las influencias que dominan a la esfera genital afectan también a la nariz y que, en ocasiones, las influencias que dominan a ésta afectan a la esfera genital. Algunos se inclinan a creer que la asociación es extremadamente intima, hasta el punto de que ambas regiones responden al más ligero estimulo aplicado a una de ellas.  En cambio otras niegan la existencia de semejante relación, a pesar de que indudablemente existe en gran número de personas una relación refleja de esta índole. Entre otras cosas se ha observado  que en muchos casos la congestión de la nariz proviene de la menstruación.

Las hemorragias nasales ocurren casi siempre en la pubertad y durante la adolescencia.

El profesor Hack, de Friburgo, llamó la atención de los médicos en el año 1884 sobre la relación íntima que a su juicio existía entre la nariz y varios estados de hiperexcitabilidad nerviosa en distintas partes del cuerpo. Esta teoría, reconocida ya desde hacía mucho tiempo por los médicos, recibió nuevo impulso de Hack y sus discípulos, los cuales llegaron a asegurar su importancia. (Sir Félix Semon, Revista de Medicina Británica, 9 de noviembre de 1901.) Otros observadores que en los años más recientes han dedicado su tiempo al estudio de esta misma teoría han incurrido a veces en las mismas exageraciones que Hack. Partiendo del principio de que las mujeres durante la menstruación suelen padecer un grado de congestión nasal que no existe en épocas normales, Fliess (Die Beziehugen zwischen Nase und Weiblichen Geschlechtsorganen, 1897), ha lanzado una opinión que ha servido para aclarar algunos puntos de este interesante pero oscuro problema. Schiff, a pesar de su escepticismo, ha confirmado algunos de los estudios de Fliess, asegurando que en un gran número de casos logró dominar la menstruación dolorosa, pintando con cocaínas las “puntas genitales” de la nariz, evitando toda probabilidad de sugestión.  Benedikt demuestra que la nariz no es el único órgano que tiene una relación de simpatía con la esfera sexual; pero sugiere la idea de que tal vez el mecanismo de dicha relación esté implicado en el gran problema de la armonía entre el crecimiento y nutrición de las distintas partes del organismo. Desde este punto de vista adquiere gran significación la existencia de un tejido eréctil en la nariz.

Hay un hecho que demuestra y confirma la íntima relación que existe entre los centros sexuales y el órgano olfatorio: el de ser muy frecuente, según aseguran los alienistas, que la demencia de un carácter sexual vaya acompañada de alucinación del olfato.

Muchos y muy eminentes alienistas de distintos países opinan que existe una relación marcadísima entre las alucinaciones olfatorias y las manifestaciones sexuales, y aun cuando algunos competentes se han mostrado dudosos acerca de esta teoría, lo evidenciado indica claramente la existencia de dicha relación. Las alucinaciones olfatorias son relativamente raras; comparadas con las de la vista y del oído, son más frecuentes en las mujeres que en los hombres y suelen ocurrir en los períodos de desarreglos sexuales, en la adolescencia, después de fiebres puerperales, al cambio de vida, en mujeres que padecen desarreglos ováricos y en personas ancianas sujetas a deseos sexuales y sobre todo en los casos de excesiva masturbación.

Féré refiere el caso harto significativo de un joven, el cual tenía alucinaciones olfatorias siempre que experimentaba el orgasmo; subsiguientemente padeció de ataques epilépticos, y estas alucinaciones constituyeron el aura.

Resulta interesante tener presente a este propósito que las alucinaciones del olfato y del paladar son muy frecuentes en todas las formas de locura religiosa. El doctor Zurcher, por ejemplo, en su tesis inaugural sobre Juana de Arco (Jeanne d’Arc, Leipzig, 1895, página 72) opina que en los casos de locura religiosa un 60 % de las alucinaciones son del paladar y del olfato; en ella cita las alucinaciones olfatorias de los grandes iniciadores religiosos, como San Francisco de Asis, Katherina Emmerich, Lazzaretti y los anabaptistas. [9]

En  algunas personas el olor tiene una preponderancia emocional singularísima. Estos casos excepcionales pertenecen a lo que Binet en su estudio del fetichismo sexual llama el tipo olfatorio, y forman un grupo, aún siendo más pequeño y menos importante que  los de tipo visual, auditorio y psicomotor, que puede sin embargo ser clasificado y comparado con ellos. Las personas que lo componen son más sensibles que la generalidad a los olores, y sienten simpatías y antipatías olfatorias mucho más pronunciadas.

Es indudable también que gran número de personas neurasténicas, y sobre todo las que padecen de neurastenia sexual, son extraordinariamente susceptibles a las influencias olfatorias. En este caso se encuentran muchos poetas y novelistas; los franceses sobre todo. Baudelaire[10] es, de los grandes poetas, el que más ha insistido acerca del significado imaginativo y emocional del olor; las Flores del mal y muchos de sus Pequeños poemas en prosa son, desde este punto de vista, de gran interés para nosotros. No cabe la menor duda de que en la vida imaginativa y emocional de Baudelaire el sentido del olfato representa un papel de gran importancia, y que, según dijo el mismo poeta, para él era el olor lo que para otros el arte de la música. En todas las novelas de Zola [11], pero particularmente en La falta del abate Mouret, se ve la misma insistencia acerca del significado y trascendencia de los olores de todas clases. El profesor Leopold Bernard hizo un detenido estudio sobre el particular en las obras de Zola [12], atribuyendo el interés en los olores que aquellas demostraban, a una sensibilidad olfatoria anormal y a un desarrollo extraordinario de la región olfatoria del cerebro del gran novelista. Dicha suposición, sin embargo, no tenía razón de ser ni fundamento, y un examen detenido de la sensibilidad olfatoria de Zola, dirigido por M. Passy, demostró que en realidad ésta era inferior a lo normal [13]. Al mismo tiempo se comprobó que Zola era de un tipo olfatorio psíquico, que en él influían de un modo especial los olores y que tenía para ellos una memoria extraordinaria, como sucede a veces con los perfumistas: con menos agudeza olfatoria que en la generalidad, tenía más facilidad que otros en distinguir los distintos olores, y es fácil que en la juventud su agudeza olfatoria fuese superior a la normal. Del mismo modo que Zola, Nietzsche, en sus escritos, demuestra una gran sensibilidad y marcada antipatía hacia varios olores, cosas que consideran muchos como prueba de una sensibilidad física de extraordinaria agudeza.[14]

Puede, en verdad, decirse que todos los poetas – si bien en menor grado que los mencionados – rinden culto especial a los olores, cosa que no debe extrañarnos, ya que, al parecer, el sentido del olfato es el sentido imaginativo por excelencia[15]

Los caracteres que de la olfación hemos podido señalar hasta ahora nos demuestran que, por lo general, entre los hombres civilizados ejercen gran influencia los olores personales desde el punto de vista de su atracción sexual. Es sin duda alguna el sentido del olfato un sentido primitivo que estaba en su apogeo antes de que los hombres elevaran su espíritu: puede decirse que es un sentido antiestético, y entre los europeos, un sentido obtuso, ya que son incapaces de percibir el olor de la “la flor humana” – como lo llama Goethe – a no ser en momentos de íntimo contacto, y siendo, como es, un sentido esencialmente excepcional, es natural que en el trato social y ordinario, los olores personales tiendan más bien a despertar el instinto antisexual. Siendo necesario cierto grado de tumescencia para que el olor personal, ( lo bastante potente para ser percibido antes de lograr grado alguno de tumescencia), inspire repulsión consciente o inconscientemente, este tiende a despertar prejuicios contra todo género de olores personales. Así ocurre actualmente en la civilización; la mayor parte de la gente siente cierta antipatía por los olores corporales de toda persona que no las atrae sexualmente y adopta una actitud neutra frente a aquellos individuos por quienes sienten predilección sexual.[16]

En literatura se habla más del olor personal de la mujer que del olor corporal del hombre, cosa natural si se tiene en cuenta que la mayor parte de los libros han sido y son escritos por los hombres; pero aun así y todo, no es fácil comprobar cual de los dos sexos es el que sexualmente se deja influir por los olores. Entre los animales, al parecer, éstos influyen lo mismo en los machos que en las hembras, pues aun cuando los primeros son los que generalmente están dotados de glándulas olorosas especiales, las segundas, en la época del celo, exhalan un olor peculiar que sirve de incentivo eficacísimo para atraer al macho.  Las niñas adquieren una mayor sensibilidad olfatoria desde que en ellas se inicia la vida sexual, cosa que, al parecer, no ocurre con los otros sentidos. Parece ser, además, que las niñas de ocho a doce años demuestran mayor interés y conocimiento de los olores que a los niños de la misma edad, y Alice Thayer asegura que en lo que a las flores se refiere, su fragancia influye en las simpatías y antipatías de las niñas en una proporción de un 10% mayor que en los niños.

IV –Hasta aquí nos hemos ocupado principalmente de los olores personales; pero no es posible limitar por más tiempo el significado sexual del olor al terreno puramente animal. Los caracteres varios del olor personal que hemos venido observando – tanto aquellos que le hacen repulsivo como los que le dan atractivo y encanto – nos han llevado al uso de los perfumes artificiales, ya par acentuar el olor personal en los casos en que resulte atractivo, ya para disimularle cuando se tiene por repugnante, al propio tiempo que servía a ambos impulsos desarrollando el gusto por los perfumes y el lado estético del olfato. De este modo – claro que en una forma más sencilla y menos constante – el cuerpo se acostumbró a exigir cierto refinamiento al sentido del olfato, así como con la indumentaria le enseño a exigir el refinamiento de la vista.

Pero no quiere decir tal afirmación – y ésta es ahora la base primordial de nuestro punto de vista – que salimos de la esfera sexual, al tratar de los perfumes puramente artificiales, pues tanto aquellos que extraemos de los productos animales, como los que producimos, como ahora se hace frecuentemente por medios químicos, son, o bien olores sexuales de algunos animales o parecidos en su carácter y en su composición a los olores de personas que tratan de acentuarlos y disimularlos. El almizcle es el producto de las glándulas de la Moschus moschiferus macho que corresponden a las glándulas sebáceas del prepucio.  Y no sólo son casi siempre de origen animal y de la parte sexual de éstos, los perfumes que usa el hombre civilizado, sino que hasta  el perfume de las flores puede decirse que es de carácter sexual. Emanan de las plantas en la época reproductiva de éstas, y es indudable que uno de sus primordiales objetos es atraer a los insectos que aseguran la fertilización vegetal, cosa que concuerda perfectamente con el desarrollo olfatorio que en éstos se efectuó en los momentos de apareamiento [17].   Si el olor de las flores se ha desarrollado por ser de utilidad a las plantas, atrayendo a ellos a los insectos y otros seres vivientes, es evidente que tendrían ciertas y determinadas ventajas las plantas que exhalaran un olor sexual animal, de carácter agradable, puesto que dicho olor sería de irresistible atractivo para todos los animales.

Pero el olor del almizcle no se limita en la naturaleza a los animales y las plantas; se encuentra especialmente entre los hombres. Incidentalmente hemos visto ya que dicho olor es uno de los caracteres de algunas razas humanas, y en particular de los chinos. Se dice además del que el olor de la negra es almizcleño, y entre los europeos, las rubias se dice que tienen también un olor almizcleño.

El olor del cuero ejerce una influencia sexual estimulante en muchos hombres y mujeres. Este olor ocupa, al parecer, un lugar intermedio entre los olores corporales y los perfumes artificiales, a los que en ocasiones sirve de base; tal vez sea debido a esto su influencia sexual, pues, como ya hemos visto, tienen por lo general atractivo sexual los olores que no son precisamente corporales, pero que están relacionados con ellos. Moll opina, con mucha razón que el fetichismo del calzado, tal vez la forma más común de perversiones sexuales fetichistas, debe en gran parte su razón de ser al olor formado por el de los pies y los zapatos.[18]

El olor del semen no ha sido aun analizado; pero según Zwaardemaker, los olores que se producen artificialmente se le parecen mucho. El olor del fenogreco leguminoso, dice un botánico que se parece al olor axilar de algunas mujeres, y al propio tiempo que contiene “cumarina”, elemento que da fragancia al heno recién cortado y a otras flores de olor parecido, que producen en algunas personas efectos sexuales, mientras que a otras les recuerda el olor del semen. “Parece natural – me escribe una señora – que las flores, etc., produzcan efectos excitantes, porque primitivamente se hacia siempre el amor al aire libre, entre las flores y las plantas. Otro motivo físico que explica esos efectos sexuales es el parecido que existe entre el olor del semen y el polvo de las hierbas en flor. La primera vez que yo me di cuenta de esa semejanza se me ocurrió de repente que con ella quedaba explicada la sensación  de sexualidad que produce un campo de hierbas en flor y el perfume de ciertas flores. Si tal teoría tiene fundamento, es indudable que las flores deben producir sexualmente en la mujer mayor efecto que en el hombre. No creo que a nadie se le hubiera ocurrido este parecido si antes no le hubieran preocupado los tremendos efectos del polvo de las hierbas. Yo, que lo había notado varias veces, deseaba ardientemente descifrar el enigma”. Como el polvo es el elemento sexual macho de las flores, su efecto estimulante en este sentido, tal vez sea el resultado accidental de una unidad que recorre todo el mundo orgánico, si bien pudiera también obedecer a esa irritación nasal que ataca a innumerables personas en los campos de heno. Otro corresponsal, un hombre, me dice que tiene observado cierto parecido entre el olor del semen y el de las hierbas machacadas. Un amigo, hombre de ciencia que ha hecho amplios estudios acerca de la química orgánica, dice que el olor del semen es igual al que se produce por la acción diastásica al mezclar agua con harina y que es de carácter sexual. Esta declaración nos coloca de nuevo frente a los productos feculosos de las plantas leguminosas. Es evidente que por oscuras y sutiles que aun nos parezcan muchas cuestiones de la fisiología y psicología del sentido del olfato, las relaciones sexuales de éste persisten y no pueden en modo alguno ser negadas.

V-Es cosa harto sabida que los que trabajan en perfumería suelen sufrir por las inhalaciones de los olores que de continuo les rodean. Los que trafican con almizcle están expuestos a la demencia. Son muy conocidos los síntomas que padecen los hombres y mujeres que trabajan en las fábricas de vainilla, en donde se prepara la fruta en bruto. Estos síntomas están estimulados por la constante aspiración del perfume de vainilla, el cual tiene todas las propiedades del aldehído aromático; estos síntomas son variadísimos, entre otros, las erupciones de la piel, excitación general, insomnio, jaqueca, menstruación excesiva, irritación de la vejiga, y en casi todos los casos excitación sexual más o menos pronunciada.

Estamos, pues, en presencia no sólo de una influencia nerviosa, sino de un efecto directo del olor sobre los procedimientos vitales.  Son, pues, más profundos los efectos de los olores que los que se refieren a sus efectos nerviosos; por lo antedicho queda demostrado que influyen directamente en la nutrición. Todo ello nos induce a creer, como dice Passy, que los olores tienen relación íntima con las propiedades de las sustancias orgánicas, y que el sentido del olfato es un fragmento de la sensibilidad general que reacciona al mismo estimulante de éste, pero que conserva su carácter especial por su funcionamiento protector.


[1] Emile Yung, “Les Sens Olfatif de l’Escargot (Helix Pomata”, Archivos de Psicología), 1903

[2] Sugestión y olfato

[3] Referencia literaria: Rousseau (Emile, libro II)

[4] Referencia literaria: E. Dillon, “ Un sentido olvidado”, Nineteenth Century, abril de 1894)

[5] Drogas e inhalación

[6] Referencia: Monin, Les Odeurs du Corps Humain, segunda edición. Paris, 1886, habla acerca de los olores normales y patológicos del cuerpo, y sobre todo de sus secreciones y excreciones.

[7] Citado por Féré en  El instinto sexual, 1902, pág. 133

[8] J.N.Mackenzie, “Relaciones fisiológicas y patológicas entre la nariz y el aparato sexual del hombre”. Johns Hopkins Hospital Bulletin, número 82, enero de 1898, y también Hagen, Sexuelle Osphrésiologie, páginas 15-19)

[9] Alucinaciones olfatorias y religión

[10] Referencia literaria: Baudelaire, Flores del mal y Pequeños poemas en prosa

[11] Referencia literaria: Emile Zola, La falta del abate Mouret (tanto Zola como Huysmans son los dos novelistas que mas han tratado del aspecto olfatorio de la vida, hablan casi siempre de los olores repulsivos, no de los agradables)

[12] Referencia literariaLos olores en las novelas de Zola, Montpellier, 1889

[13] Referencia literaria: Emile Zola, Toulose, págs, 163-165, 173-175

[14] Referencias literarias:

¨    Möbius, Das Pathologische bei Nietzche.

¨    Huysmans, A Rebours

¨    Moll,  Paraíso Perdido

¨    Herrick en sus poesías: “El amor perfuma todo”, “Canción a los enmascarados”, “Al aliento de Julia”, “Al desnudar de Julia”, “ Al sudor de Julia” y a “La señora Ana de Soame”

¨    Shakespeare, Soneto LIV

[15] Hay varios ejemplos que demuestran que Goethe era muy susceptible al atractivo de los olores, hasta el punto de que él mismo confiesa que en una ocasión en que tuvo que marcharse de Weimar para hacer un viaje oficial de dos días, se llevó un corpiño de Frau von Stein para conservar el recuerdo del olor de su cuerpo.

Referencias literarias:

¨    “El cantar de los cantares” de las Noches Arabes

¨    Casanova “Memorias”, prefacio del tomo III

¨    Sir Kenelm Digby “Memorias particulares”

¨    Tolstoi “La guerra y la paz”

¨    d’Danunzio “Trionfo della morte”

¨    Valera “Pepita Jiménez”??(pag79)

¨    Goethe, Fausto

¨    Edouard de Goncourt, Chérie (capitulo LXXXV y XLIV)

¨    Pardo Bazán , La tribuna

[16]  De las indagaciones de Moll se deduce también que entre las personas normales son contadas las que conscientemente ven en el olor un atractivo personal (Untersuchungen über die Libido Sexualis, libro I, página 133)

[17] El profesor Pateau, de Gante, ha llevado a cabo durante varios años una serie de ensayos que tienden a demostrar que a los insectos no los atrae apenas el color de las flores, sino que influye en ellos otro sentido que al parecer es el del olfato. Sus ensayos han sido inscriptos recientemente (1887) en los Bulletins de l’Academic Royale de Belgique.

[18] Moll, Die Konträre Sexualempfindung, tercera edición, 1890, pagina 306



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