El doctor Pun Chong no quiere más juguetes

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Falta un mes para Navidad. El timbre de este albergue para niños con enfermedades neoplásicas llamado «Inspira«, en Surco, empieza a sonar con más frecuencia.

Arrancan los ofrecimientos: que la chocolatada, que el panetón, que los juguetes, que las donaciones de ropa, de electrodomésticos, que alguna vecina se ofrece a llevar el televisor de tubos que ya no usa.

En vísperas de Navidad, todos quieren cumplir con su acto de bondad del año. Pero el doctor Ricardo Pun Chong, cirujano fundador del albergue, no quiere más regalos y no es que sea un sobrado.

«Recibimos donativos de todo tipo. Hace poco me mandaron un televisor de esos grandes y antiguos que no cabía en ningún rincón, o me llegan camioncitos sin rueditas o muñecas sin cabeza, o las cosas más insólitas. Al final tengo que pagar a un ropavejero para que se las lleven porque no nos sirven», apunta Pun.

Lo que dice es políticamente incorrecto. ¿Cómo no voltear la mirada en estos días y no colaborar con los niños con cáncer de alguna forma?

«Es que en diciembre esto se llena de regalos, los niños se sienten más queridos que nunca, la gente viene a verlos, ellos se encariñan, pero pasa la Navidad, llega enero, todos se van a la playa, y no regresan más, y los niños se deprimen y el cáncer sube».

No se trata de dejar de apoyar, subraya Pun, quien a continuación nos explica en qué consiste su ética de colaboración y todo el trabajo que hay que hacer para que un albergue como este siga en marcha.

Un albergue como «Inspira» acoge a 36 huéspedes, que son niños diagnosticados con cáncer y sus familiares provenientes del interior del país, que no tienen dinero para pagar un alojamiento y que, además, deben viajar a Lima a atenderse en el Instituto de Enfermedades Neoplásicas (INEN) porque los hospitales de provincia no se dan abasto.

Aquí un dato: en todo el país hay 21 oncólogos pediatras. Veinte de ellos están en Lima y el que resta en Arequipa. Por ello, los pacientes de las demás regiones se ven obligados a venir a la capital.

De alguna forma «Inspira» y los cuatro alojamientos que hay en Lima los auxilian pues el tiempo promedio que una familia debe permanecer en la ciudad, batiéndose entre consultas médicas y quimioterapias, es de 4 a 36 meses, en caso de que el niño haya sido diagnosticado con leucemia linfática aguda, que es el cáncer infantil más común, precisa Juan García, oncólogo del INEN.

Ética para el colaborador

No se trata de dar por dar.

La primera vez que el doctor Pun, médico cirujano, hijo de descendientes chinos, fue a un albergue para niños con cáncer cometió varios errores.

Fue un 23 de diciembre, una colega le había roto el corazón y él, que buscaba en esta visita una respuesta a su vacío personal, hizo lo que todos, pasó varias veces la tarjeta de crédito y compró muchos juguetes.

Y cuando vio a una niña a la que le habían amputado una pierna, la complació comprándole todo: una peluca, un celular, una computadora.

«Quería comprar con cosas la falta de su pierna», dice Pun. Hasta que un día el niño que dormía al lado de la cama de la niña le dijo: Doctor Pun, ¿usted no me trae juguetes porque tengo dos piernas?

«Se cometen muchos errores –agrega el médico–, yo me di cuenta a tiempo. Los niños de este albergue pueden recibir hasta tres regalos al día en estas fechas, y claro, son niños y su lógica es: ya que recibo tantos juguetes por estar enfermo entonces no voy a querer sanar; o cuando llegue a su pueblo el hermano va ver que ha recibido tantos juguetes que va desear estar enfermo como él o ella», apunta.

Este albergue tiene tres reglas estrictas: No juguetes en exceso, no azúcar y no televisor.

Antes de llenarlos de juguetes es preferible colaborar con cosas más útiles como una lavadora industrial, por ejemplo, como la que regaló una minera la Navidad pasada, aconsejada por Pun, o un camión de mudanza o una congeladora o muchas Barbies (que Pun con seguridad venderá para recaudar fondos).

En el mejor de los casos se puede donar dinero, pues los gastos de este albergue suman hasta 5,600 dólares mensuales, que incluyen el alquiler, los servicios y el sueldo de los únicos tres trabajadores, pues la mayoría de los que laboran aquí son voluntarios.

Estos gastos son solventados por el ingenio del doctor Pun. Desde la venta de marcianos y caramelos en los microbuses hasta lo recaudado en conciertos y actividades como la Caminata 4K México Inspira del próximo 17 de diciembre. Todo suma para mantener este albergue que ha estado a punto de cerrar más de un par de veces.

«Inspira» también es territorio restringido para los dulces y los chocolates. Cada Navidad, el doctor Pun tiene que repartir una perorata alimenticia entre los entusiastas que quieren organizar la tradicional chocolatada navideña.

«Los caramelos y las golosinas no nutren –dice–, aquí se cuida la nutrición. Son niños que reciben horas intensas de quimio que deben estar muy bien alimentados. El panetón y la gaseosa no alimentan”, apunta el médico mientras al otro lado de la sala dos niñas construyen una torre con bloques de plástico.

Anjelhi de 6 años, natural de Cusco, tiene un tumor cerebral, y la piurana María de 10, la de la cabecita pelada, tiene leucemia y acaba de volver exhausta de su quimioterapia en el INEN, pero las dos juegan y se pelean y se amistan como solo lo hacen las niñas.

Y por eso es que no hay televisores en esta casa, la tercera regla.

«Los niños del albergue deben jugar como cualquier niño en lugar de estar como entes frente a la pantalla», señala Pun, y las madres deben hablar entre ellas y compartir sus pesares y sus pequeños triunfos en lugar de ver telenovelas.

«¿Meterás provincianos?»

«Aquí nada es color de rosa –continúa Pun–, el 2014 se murieron 14 niños, pero eso no me hace llorar tanto. Lo que me hace llorar es que el vecino del frente piense que yo he comprado mi auto con dinero del albergue».

Cuando Ricardo Pun decidió abrir un albergue para niños con cáncer no era un hombre rico o un heredero filántropo. Cuando decidió bancarse el trabajo de buscar una casa y sostener un albergue lo hizo porque necesitaba un sentido (o porque estaba loco): «O haces algo o no haces nada», dice tajante y ni bien uno de los niños se le acerca empieza con las muecas y los gestos de payaso.

Aquí no hay lugar para la tristeza. Un gesto de pena puede significar un bajón en el sistema inmunológico de estos niños.

«¿Qué? ¿Vas a meter 30 provincianos en mi casa? ¿Y con cáncer? Y si se mueren, van a dejar sus espíritus. ¡No hay forma!» , eso le dijeron al médico cuando buscó una casa de alquiler para su albergue. Fue una búsqueda difícil, se demoró tres años en encontrar un lugar. El 2018 «Inspira» cumplirá diez.

Se han mudado dos veces y por sus camarotes han pasado 900 familias provincianas que no desfallecieron en la intensa rutina que acarrea tener un hijo con cáncer. Porque hay quienes claudican. El 15% deja el tratamiento, vuelve a su tierra y los niños tienen un desenlace infeliz.

Pero ese no es el caso de la cusqueña Midiam Paredes y su hija Anjelhi, diagnosticada con histiocitosis de células de Langerhans, una rara enfermedad que le ha originado tumores en diferentes órganos, le ha comprometido el desarrollo óseo, le ha precipitado una sordera y un problema del habla. Desde hace tres años, cinco días a la semana, las dos cumplen con todas las citas en el INEN.

La madre no volverá a su pueblo hasta ver a su hija recuperada. «Se pueden quedar todo el tiempo que lo necesiten», subraya Pun que juega con María, la pequeña de cabecita pelada que sueña con viajar al mar Caribe y ver tortugas gigantes cuando supere la enfermedad. No quiere juguetes esta Navidad, quiere a alguien con quien jugar y a quien contarle sus sueños.

Fuente: https://larepublica.pe/domingo/1150278-el-doctor-punno-quiere-mAs-juguetes



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