Big Data y neurociencias

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«No nos engañemos, el poder no tolera más que las informaciones que le son útiles. Niega el derecho de información a los periódicos que revelan las miserias y las rebeliones»
Simone de Beauvoir

Muchos científicos de diferentes ámbitos advierten desde hace años, que con el manejo de la macro data, la cibernética y las redes sociales se puede poner en riesgo al sistema democrático.

No sólo porque empresas y Estados puedan manejar información personal, sino porque podrían influir en la toma de decisiones ciudadanas en forma inconsciente. Manejando las conductas de los individuos y de las sociedad, tanto a corto como a largo plazo.

A esta influencia los especialistas la llaman «nunding» o insinuación. El manejo de la información puede manipularse y además rebotar cibernéticamente, retroalimentando una respuesta grupal repetitiva; que avanzará sobre las funciones instintivas de los ciudadanos.

Esta retroalimentación puede romper con algo tan importante como la biodiversidad para la ecología, que es la «diversidad social», que aporta ideas heterogéneas, autodeterminación informativa y posiciones nuevas minoritarias.

Suspender la diversidad social generaría grietas en las sociedades. Llevando al desacuerdo entre personas y grupos sociales en puntos sustanciales de la estructura social. Reforzando ideas y conductas polarizadas, inconexas y muchas veces fundamentalistas.

Un cerebro almacena más que todos los servidores de Google y es más difícil analizarlo

También alejando a los partidos políticos de un consenso social y operativo. Es decir, las redes refuerzan los aspectos diferenciales de la sociedad; «desagregándola». Por lo contrario la inteligencia artificial (IA) refuerza cada vez más el trabajo cibernético conjunto en redes de los sistemas informáticos.

Todavía el cerebro es más poderoso que Internet y acumula más capacidad que el mayor servidor. Pero la cantidad de información cibernética se duplica cada año. Es decir, la información de un año acumula todo lo generado desde la existencia del hombre.

Además, se considera que la cantidad de información se duplicará cada doce horas en diez años, otorgada por 150.000 millones de sensores conectados en red.

Se abren así las puertas de la IA, que intenta emular al cerebro humano, generándose un problema de estado. Se crean así el Proyecto Conectoma y el Proyecto Cerebro de EE.UU., el Programa Cerebro de la Comunidad Económica Europea y el Proyecto Cerebro de China. La IA genera dilema éticos y bioéticos y prácticos, que serán muy difícil predecir en el futuro; cuando sea una «superinteligancia artificial».

La IA no es empática, toma decisiones económicas, eficaces e independientes. Sin embargo, cuesta pensar que sea ética a pesar que controla sociedades, armas e inteligencia militar.

El sistema de información cibernético utiliza la red internet de donde obtiene macroinformación; influyendo en la sociedad intensamente. Internet equivaldría, por ejemplo, aproximadamente a 11.000 de cerebros interconectados al unísono.

El cerebro humano cuenta con aproximadamente 100.000 millones de neuronas conectadas entre 5.000 a 10.000 veces. Esto todavía le otorga una situación astronómica a la capacidad cerebral, mayor que los sistemas actuales. Sin embargo, ya existen programas que buscan la copia cerebral; como el proyecto Blue Brain, que trata de emularlo. Su creador el neurocientífico Henry Markham estima que la memoria necesaria para simular el cerebro es 500 petabytes.

Un ensayo chino de «puntuación ciudadana», que apunta al control informático civil, es uno de los programas más cuestionables. Pues a partir de los clics que se realicen se puntuará a la persona. Esto condicionaría accesos a visas, créditos, educación y demás beneficios que otorgue el país. Un Estado controlador tendrá sobre los ciudadanos una franca invasión sobre los derechos civiles.

Todos estos programas tratan de obtener información con supuestos fines loables, pero con aplicaciones de gran riesgo. Desde tomar información a partir de los macro datos, elaborarlos, evaluarlos y generar una devolución. Esto último puede generar influencia subliminal sobre las personas con diferentes ideologías. Muchas veces no aportan más que información reiterada sobre los mismos pensamientos, constituyendo una función «antigregaria». Otras veces, aún peor, genera información persuasiva, a favor del gobierno o de sus proyectos. La gran cantidad de información permite usar una minería de datos e influir en una «Big nudging» o macroinsinuación. Influencia que se genera a través de análisis supertinteligentes de los datos e impactando a partir de la potencia social que las redes tienen cada vez más sobre nosotros.

Esto sucede con redes como Facebook, que obtienen gran cantidad de información y pueden influir a partir de ella. El Estado debe controlarlo para evitar abusos. Desde impactos desleales sobre consumos hasta influencias sobre la toma de decisiones políticas. Especialmente en campañas electorales, como ya se ha corroborado con el caso Cambrige Analytica en el 2016, un caso de «fisura» reconocido por Facebook, que maneja la friolera de más 2.000 millones de usuarios, un cuarto del mundo.

El problema es cuando el Estado son las empresas, pues entonces no hay quien las controle. Se ponen en riesgo los derechos civiles y, finalmente, la democracia. Pasa el manejo de la macroinformación a generar una especie monopolio jerárquico del Estado. Lo que los investigadores de la Unión Europea llaman feudalismo 2.0.

Cambridge Analítica realizó estudios psicográficos en el 2016 a partir de un test que realizaba inocentemente a los usuarios. Incorporaba así un conjunto de información privada que habría usado electoralmente en varios países. En otros casos, directamente se aprovecharon las fisuras del sistema por la cual se cuela información.

Aún en estudios de investigación social aceptados por las personas debería pasar por un control de un comité de ética y de los Estados. Para detectar cualquier problema funcional o moral de la investigación.

La influencia que realiza la IA apela a funciones instintivas primarias; desde la alimentación, la agresividad, el miedo, la intuición, el altruismo y la sexualidad, entre otros. Todos mecanismos inconscientes, manipulables por sistemas de Big Data.

Desinformar, desunir grupos, ocultar datos, generar sofismas y posverdades rompe los lazos sociales que unen a los grupos disidentes con un gobierno o una empresa.

Según una teoría de los psicólogos de medios Edward Deci, de la Universidad de Rochester, y Richard Ryan, de la Universidad Católica de Australia, los medios exitosos como la televisión o las redes apelan a la satisfacción de instintos básicos, aunque no siempre los mismos. Entre ellos, el de autonomía, el de cooperación y el de competencia. La autonomía estaría más relacionada con los medios gráficos y la cooperación y la competencia en las redes sociales como Twitter, WhatsApp o Facebook.

Todavía falta mucho para poder descubrir todo el cerebro humano, dado el complejo sistema de redes, de millones de neuronas que lo constituyen. El enjambre neuronal es denominado conectoma, procesando aproximadamente 1.000 exaotetos de información (unidad gigantesca de almacenamiento informático).

Un cerebro almacena más que todos los servidores de Google; es decir, analizar el sistema nervioso es más dificultoso que investigar el mayor motor de búsqueda en Internet. Sin embargo, se ha adelantado años luz en el estudio del funcionamiento neuronal y prontamente nos superará.

Estamos sujetos a poderes invisibles que revolucionan la información. Esa cantidad de macrodatos es cada vez mayor. Hará desaparecer trabajos y empresas, incluso de las más grandes, que hoy bendicen la big data. Se proyecta que dentro de una década habrá desaparecido el 40 % de las grandes compañías y la mitad de sus empleados.

No es casual que especialistas y genios en el tema, como Stephen Hawking, Elon Musk, Bill Gates y Steve Wozniak, así como un conjunto de científicos europeos (estos últimos reunidos en un «manifiesto digital») adviertan sobre los riesgos que conlleva el manejo indiscriminado de datos. Superinteligencia que muchos de ellos contribuyeron a crear. Algo parecido a Einstein o Oppenheimer y su relación con los riesgos de la energía nuclear.

Hoy la Big Data es utilizada discrecionalmente por los Estados y empresas. Pero la esperanza es que esta información no nos supere como especie. Que la inteligencia artificial, que ya puede aprender de la experiencia, no se independice y termine manejando nuestro futuro. Incluso el de los Estados y su organización.

Fuente: https://www.baenegocios.com/sociedad/Big-Data-y-neurociencias-20190123-0028.html



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