Artistas bipolares: William Blake, Emily Dickinson, Charles Baudelaire

Inicio » Autores y Reflexiones » Artistas bipolares: William Blake, Emily Dickinson, Charles Baudelaire

William Blake
Excesos de pena y de dicha

Desde joven William Blake atravesó por períodos que él mismo describió cómo «un hondo pozo de melancolía, una melancolía sin razón alguna», seguidos por estados de enorme exaltación y grandiosidad. irritable y receloso, padecía ataques de furia y de paranoia. Artísticamente, sin embargo, es considerado un profeta visionario, un poeta místico, un artista plástico de nota y un precursor excepcional de su época.

Blake nació en el Londres de 1757 y los paisajes de su ciudad natal abundan en la obra de¡ poeta, tanto en escenas de pesadlilla. como transformados en un puevo paraiso. Tercer hijo de un artesano fabricante de medias ocupación que en esa época era frecuente entre los miembros de la clase media baja , tuvo una escasa educación formal, pero su Interés en diversos ámbitos del conocimiento lo impulsaron a convertirse en un modelo de intelectual autodidacto. Gracias a motivación y su perseverancia, logró un profundo conocimiento de la Biblia y de los clásicos.

Pero su verdadero mentor fue su hermano mayor, muerto de tisis a los veinte años. Blake, que presenció el fallecimiento, relató detalladamente cómo el alma del difunto «ascendía hacia el cielo entre aplausos de alegría». Ilustrador de sus propios libros y tenaz defensor de la supremacía de la Imagínación sobre el racionalismo y el materialismo imperantes en el siglo XVIII, su interés por los fenómenos paranormales y los seres de otras dimensiones como ángeles y arcángeles, lo llevo a relacionarse con «psíquicos», visionarios y librepensadores, personajes que abundaban en el Londres de ese entonces.

Aunque durante siglos fue calificado de loco por sus abruptos cambios de humor y prolongados estados depresivos, paulatinamente fue descartándose esa idea. Desde la perspectiva de la ciencia psiquiátrica contemporánea puede aventurarse que no era un demente sino un sujeto excéntrico, esclavo de crisis maniacodepresivas que lo hacían oscilar cíclicamente entre el alborozo y la alegría rebosante y el más profundo e incomprensible abatimiento.

Sin embargo, las fluctuaciones de su estado emocional jamás obstaculizaron el proceso de creación de obras plásticas o literarias. Al contrario, ese desequilibrio, sumado a su extremo misticismo y dones proféticos, enriquecieron su estilo y lo hicieron trascender en la historia como un hombre de mente aguda y visionaria, capaz de adelantarse a los acontecimientos de su época y ver más allá de los sentidos corrientes.

Tras un breve período de aprendizaje en diversas imprentas, ingresó a la Royal Academy of Arts. Siete años más tarde estableció su propio taller y, contando siempre con la ayuda de su abnegada esposa Catherine, dividía su tiempo entre las ilustraciones, la poesía y la imprenta. Entre sus primeros trabajos figura Todas las Relígiones Son Una y No Exíste la Refigión Natural, escrito y pintado por él mismo. En 1789, estimulado por la Revolución Francesa, produjo su primera creación reconocida, Cantos de Inocencía.

A partir de entonces, se desató en Blake una verdadera «fiebre creativa» con obras que mezclaban una visión apocalíptica del mundo con el fervor político, la revisión del cristianismo y la exploración psicológica. Tal energía era motivada en parte por los importantes sucesos políticos que se desarrollaban en Europa y Estados Unidos y por la fuerza que le infundía saberse un hombre destinado para los más elevados propósitos. La Revolución Francesa representaba para él una necesaria irrupción contra el corrupto Antiguo Régimen y la Declaración de Independencia en Norteamérica constituía una enérgica manifestación juvenil contra las fuerzas del autoritarismo.
Más tarde, el hecho de que algunas de las revoluciones de esa época dieran paso al terror, la anarquía y la imposición de controles aún más estrictos se tradujo en un giro fundamental en su obra. De 1794 en adelante, sus poemas y grabados reflejan un sentimiento de contradicción y expresan las paradojas y complejidades de la rebelión. Como artista y ciudadano se mantuvo fiel a los principios de igualdad en todas sus formas ya sea social, política o sexual y se opuso radicalmente a cualquier forma de convencionalismo. Rechazó el orden establecido, se manifestó como republicano y se refirió con pasión al reino de la libertad y de la felicidad universales.

En 1800 se trasladó a una localidad campestre, donde pasó un idílico período. Pero la felicidad terminó bruscamente cuando fue acusado de alta traición por increpar a un soldado que orinaba en su jardín. El episodio motivó su regreso a Londres, donde produjo obras de carácter monumental, como Milton y Jerusalén dos grandes obras que constituyen su testamento espiritual , e impresionantes ilustraciones para La Divina Comedia y El Libro de Job.

A pesar de su fructífera obra, murió triste y desilusionado porque nunca obtuvo el reconocimiento que esperaba y jamás pudo superar las penurias económicas. Paradojalmente, durante los siglos posteriores se transformó en un escritor y artista plástico de culto. Inspiró a los poetas románticos y a varios artistas modernos como el desaparecido cantante Jim Morrison , tocados por la llama de exaltación que hizo estremecerse dramáticamente su existencia cotidiana. Con las periódicas luces y sombras en su ánimo, Blake eternizó uno de sus más conocidos Proverbios del Infierno: » El exceso de pena ríe; el exceso de dicha llora».
Emily Dickinson
EL DOLOR DE LA VIDA

Gran parte del misterio que envuelve la figura de Emily Dickinson proviene de sus poes escritos en riguroso secreto, la mayoría inéditos hasta después de su muerte. Con un sofisticado estilo, asombroso para la época, sus versos evocan tanto exuberancia y el gozo como el desaliento y la tristeza. Sus ciclos anímicos fueron tan marcados y divergentes, que es posible establecer bajo qué influencia emocional escribió algunos de sus más famosos versos, algunos catalogados como uno de los logros más notables de la América del siglo XIX.

Emily Dickinson nació el 10 de diciembre de 1830 en Arriherst, localidad puritana de Nueva Inglaterra. Su padre, miembro del Congreso y tesorero del Arriherst College, fue un abogado culto y austero con el que la joven nunca estableció lazos afectivos explícitos. Sin embargo, asumió sus normas y sus creencias como propias y se refugió en las severas tradiciones puritanas que, desde muy niños, les habían impuesto a ella y a sus hermanos Austin y Lavina.

Dickinson estudió en la Academia de Arriherst y en el Seminario Femenino de Mount Holyolke, Massachusetts, del que se retiró poco tiempo después de haber ingresado, presa de un ataque de nostalgia. Aunque al principio manifestó una obstinada rebeldía, ese rígido ambiente calvinista impregnó profundamente su peculiar concepción del universo y marcó con fuego su compleja personalidad. Deliberadamente aislada del mundo, desde 1861 no admitió entrar en contacto con nadie que no estuviera a la altura de sus conocimientos y de sus afectos.

Refugiada en un estilo de vida que describió como «mi blanca elección», vestida siempre con indumentaria de color blanco, se recluyó tras los muros del caserón construido antaño por su abuelo y allí vivió los años de la Guerra Civil, protegida por la lejana figura de un padre autocrático y dominante. Entre él y la frágil y sensible muchacha se estableció una relación de dependencia bastante común en la sociedad anglosajona del siglo XIX. Con sólo Dios como compañero íntimo, los cincuenta años de su vida transcurrieron en la casa paterna, donde la poetisa se dedicaba a las ocupaciones domésticas y revoloteaba de un lado a otro mientras garabateaba aforismos sobre la eternidad, en pedazos de papel que se esmeraba en ocultar. Gracias a esos escritos clandestinos y a algunas cartas, donde plasmó claramente sus vicisitudes emocionales, ha sido posible conocer a la autora, su mundo íntimo, sus tormentos, sus alegrías y su profunda soledad.

A los 30 años, la otrora diligente y activa Emily dejó de recibir visitas y comenzó a aislarse del mundo exterior. Casi no salía de su casa ni recibía visitas. Como una ermitaña, intentaba confortar su espíritu doliente y comprender el misterio del amor, la muerte y la eternidad. Por entonces, comenzó a tomar contacto con el reverendo Charles Wadsworth, una de las pocas personas que comprendía su reclusión y cuyas férreas convicciones tuvieron gran impacto en su pensamiento y en su obra. Aunque se negaba a relacionarse con el mundo exterior, que percibía como amenazante y ajeno, mantenía contacto con varios amigos a través de enigmáticas misivas.

A pesar de su indigencia afectiva, sus arrebatos románticos y sus deseos truncados, mantenía viva la secreta esperanza de una felicidad futura. La aparente cercanía de esa utópica dicha la sumía en períodos de intensa creatividad y exaltación, que luego daban paso a la melancolía, el desgano y la desesperación. «Pasados ya cien añosl nadie el lugar conocel la angustia allí sufridal es una paz inmóvil», escribía. La primera figura de la época en percatarse M valor llíterario de su obra fue el clérigo y escritor Thomas

Higginson; pero a la vez que reconoció su genio, le aconsejó no publicar sus poemas porque contrariaban las convenciones líricas de la época. Jt

Desde otro lado, su gran amiga, la novelista Helen Jackson, intentó infructuosamente convencerla de que publicara un libro.

Emily dio vida a más de la mitad de su producción literaria en medio de una etapa de euforia, entre 1862 y 1866. Con la sensación de que el tiempo se le iba de las manos, escribió de manera incesante y obsesiva, pasando por alto algunos detalles que, en tiempos de calma espiritual, le otorgaron una calidad inigualable a su trabajo. Extremadamente sensible, intelectualmente inquieta, poseedora de una peculiar forma de entender el mundo -ligada a la metafísica- y de una capacidad creadora que se manifestó a través de las letras, Dickinson sacó provecho inconscientemente de sus vaivenes anímicos. Su ingeniosa forma de expresarse literariamente, al servicio de un prolífico talento, la consagraron como una de las más célebres representantes de la voz poética estadounidense, junto a Walt Whitman.

Sumergida en su soledad y rodeada de sus letras, murió en su pueblo natal el 15 de mayo de 1886. A pesar de que en vida sólo llegó a publicar siete poemas, después de su muerte se encontraron entre sus papeles dos mil poemas inconclusos. A partir de ese material, Higginson y Mabel Loomis Todd, una amiga de Amherst, editaron la primera selección de su obra, Poemas (1890), que tuvo un gran éxito popular.


Charles Baudelaire
Entre demonios y dioses

Con una reputación sólidamente cimentada sobre Las Flores del Mal, una de las más importantes e influyentes obras de la Europa decimonónica, Charles Baudelaire fue un poeta innovador y polémico, con una originalidad no siempre bien acogida en los círculos ilustrados. Principal representante de la escuela simbolista, traductor y crítico de arte, nació en París en 1821 en el seno de una familia burguesa formada por Frangois Baudelaire, un sacerdote que había colgado los hábitos, y su joven esposa, Caroline Defayis.

Tras la muerte de Frangois, cuando Charles tenía seis años, Caroline se instaló en las afueras de París. La compañía de esa mujer cercana y dulcemente impositiva determinó la infancia de¡ escritor. «Yo siempre estaba vivo en ti, tú eras única y completamente miá», escribió años más tarde, evocando con añoranza lejanos tiempos. Sin embargo, la idílica relación terminó abruptamente cuando su madre conoció al oficial de ejército Jacques Aupick y poco después se casó con él, a pesar de que Charles lo detestaba.

Con la sensación de haber sido abandonado a su suerte y desposeído de¡ único afecto incondicional de su vida, se refugió en las letras y en el arte, aficiones que su padre le había transmitido antes de morir. Con su nuevo grupo familiar vivió en Lyon e inició su educación formal en el Collóge Roya¡. Luego regresó a París, donde asistió al prestigioso establecimiento Louis Le Grand. En esa época comenzó a escribir sus primeros poemas, cargados de melancolía y sentimientos de soledad. Los profesores no supieron comprender la problemática de¡ adolescente y catalogaron injustamente sus versos de «depravados» y plagados de ideas «inadecuadas» para su edad. En abril de 1839 fue expulsado de¡ colegio por sus continuas manifestaciones de indisciplina.

Tiempo después, cuando ingresó a la universidad a estudiar Derecho, su angustia existencial y su disconformidad con el mundo habían llegado a un punto de quiebre. Comenzó a manifestar una conducta eufórica e hiperactiva y un afán por vivir la vida libremente, evitando responsabilidades de cualquier índole. En el Barrio Latino hizo sus primeros contactos con el mundo literario y se convirtió en cliente habitual de concurridos prostíbulos, donde contrajo la sífilis que complicó su salud por el resto de su vida. Con la imaginación exaltada y la creatividad en pleno apogeo, produjo poemas reveladores de¡ momento que vivía. Dueño de una prosa controvertida y de una lírica incomprensible para las conservadoras mentes de sus contemporáneos, quiso reflejar el tormento de su alma, agobiada por temores existenciales, a través de versos sórdidos y desesperanzados que terminaron encasillándolo en el grupo de los «poetas malditos», entre los que estaban también Paul Verlaine y Stéphane Mallarmé.

Los problemas económicos, las permanentes persecuciones en su contra -acusado de obsceno y blasfemo- y las duras crí ticas a su disipado estilo de vida afectaron su ánimo. Sentía que había nacido para estar solo, que nadie comprendería nunca sus verdaderas motivaciones y que la aflicción sería su eterna compañera. Aunque se complacía en aparecer ante los demás como un sujeto duro, irreverente y contestatario, anhelaba un respiro de los tormentos cotidianos. La excesiva consciencia de¡ lado ingrato de la vida se acrecentaba durante períodos en los que sentía que jamás podría alcanzar la paz de espíritu. Por el contrario, el bienestar interior afloraba en su conducta y en sus letras cuando tenía la ilusión de haber dejado atrás la intranquilidad y la búsqueda insaciable de la calma interior. Su trabajo poético oscilaba dramática y peligrosamente entre estos dos polos.

En 1842 recibió la herencia de su padre. El dinero, que pudo solucionar definitivamente su situación financiera, fue dilapidado rápidamente en opio, hashish, ropa vinos de primera calidad, pinturas y libros. En su habitación de¡ Hotel Pimodan, en la ¡le SaintLouis, escribía sin cesar, acompañado por Jeanne Duval, una atractiva mulata que se esmeró en llenar sus vacíos afectivos; se convirtió en su compañera durante veinte años y fue la musa inspiradora de sus más sensuales poemas de amor. Cuando su madre y su padrastro comprobaron que en dos años había malgastado más de la mitad de su fortuna y que los acreedores lo buscaban por todo París, restringieron legalmente su acceso a la herencia y le asignaron una modesta pensión mensual, suficiente para sobrevivir pero no para pagar sus deudas.
La precariedad económica lo desequilibró totalmente. Deprimido paz de tomar las riendas de comenzó a alimentar una olvidada dependencia financiera y emocional de su madre y a acrecentar el exacerbado odio que sentía por Aupick. Sus cambios de humor comenzaron a acentuarse y la 
melancolía se volvió un rasgo permanente de su personalidad. Fue en esa desesperada etapa, marcada por un intento de suicidio, que escribió Las Flores del MaL. Jamás imaginó que ese conjunto de poemas, reconocidos póstumamente como una obra maestra, le darían fama eterna. Poco tiempo después escribió Las Lesbianas y tres años más tarde Limbo, que según sus propias palabras representaba las «preocupaciones y melancolías de la juventud moderna».

Incomprendido por los editores de la época, que no captaron la genialidad de su estilo ni se interesaron por su temática, Baudelaire desistió de la idea de publicar sus poemas y comenzó a trabajar como crítico de arte en la prensa nacional, analizando con agudeza los trabajos de pintores franceses contemporáneos como Delacroix, Daumier y Manet. Paralelamente, publicó su novela La Fanfarlo, reveladora de sus altibajos emocionales, sus dualidades y sus contradicciones. El antihéroe de la obra, Samuel Cramer -considerado un perfecto autorretrato de¡ autor-, se siente dividido entre dos atracciones igualmente fuertes. Por un lado, el deseo hacia el ideal puro y divino -encarnado por la materna¡ y respetable Madame de Cosmelly- y, por otro, el gusto por la sensualidad, el erotismo y el lado oscuro de la vida, representado por una fogosa bailarina.

Su primer gran éxito literario fueron sus traducciones de las obras del escritor estadounidense Edgar Allan Poe, con el que se identificaba plenamente. Sus historias, casi tan oscuras como la poesía de Baudelaire, cautivaron tanto su interés que se dedicó concienzudamente a la tarea durante casi una década. La fama que ganó gracias a Poe le permitió publicar por fin Las flores de/ mal. Pero la obra no tuvo el efecto que esperaba. El gobierno francés lo acusó de atentar contra la moral pública y, pese a que la élite literaria francesa salió en su defensa, fue multado y seis de los poemas censurados.

Este nuevo fracaso lo sumió en una nueva y prolongada crisis maníaco-depresiva. Amargado, incomprendido y derrotado, escribió los mejores poemas de su vida. Tiempo después veían la luz Los Paraísos artificiales, estudio analítico basado en sus propias experiencias con algunas drogas e insp en las Confesiones de un Consumidor de Opio, de¡ escritor británico Thomas De Quincey. Ansioso de Dios, pese al rechazo de los dogmas religiosos, inició una búsqueda incansable de la esencia divina en todo lo que lo rodeaba. A medio camino entre la exaltación y el desconsuelo, se obsesionó con el pecado original, resurgió con más fuerza que nunca su dual atracción hacia lo divino y lo diabólico. Autotorturado con la idea de un dios castigador, su salud física y sicológica se deterioró notoriamente. Aislado de¡ mundo, sufría crisis gástricas y los síntomas de su sífilis recrudecían. Para combatir el dolor, fumaba opio y aspiraba éter.

En 1864 se trasladó a Bélgica. Pensaba que en esa tierra vecina su trabajo podría ser justamente valorado y que tal vez algún editor se interesaría por publicar sus obras completas. Tres años más tarde tuvo que regresar a París, aquejado por una parálisis facial. Su agonía fue larga y dolorosa. Mufló el 31 de agosto de 1867, a los 46 años, en una casa de reposo en la que se confinó durante su último año de vida. En los brazos de su madre y acompañado por la música de Wagner, interpretada por sus amigos más cercanos, dejó atrás una vida de emociones pendulares y profundo desasosiego espiritual.

Fuente: Gentileza de Abbott Neurociencias.



La Agencia de Marketing Way2net nos provee servicios de Marketing Digital, Posicionamiento Web y SEO, Diseño y actualización de nuestra pagina web.