Vicisitudes de la etapa nasal: Las fijaciones homosexuales

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En “Constructo de una etapa olfativa del desarrollo psicolibidinal” (www.genaltruista.com   julio 16 de 2001) el lector hallará antecedentes de este trabajo basado en la proposición de una etapa postnatal y preoral, que se extendería aproximadamente hasta los tres meses, época en que la etapa oral se instala con plenitud. Com­prende una forma nasal pasiva y una activa separadas por una fase de triangularidad. La fusión con el olor materno es la característica primordial del comienzo, ligadora, capsular, penetrante. A posteriori la inclusión del olor paterno promueve la triangularidad, por lo que en una tercera fase el niño se ve obligado a rastrear activamente, a través de este nuevo aroma, lo que estableció en el comienzo las primeras catexias libidina­les. Estos sucesos evolutivos imprimen hondamente en el sujeto sus huellas, aportando las bases del desarrollo así como los núcleos de identificación e identidad que dan cuenta de sus vicisitudes

Del esquema evolutivo descrito se deducen sus deriva­ciones patológicas. Las que aquí se figuran hipotetizan la influencia del olfato en los procesos de sexuación, intentando dar explicación a las fijaciones homosexuales.

La etapa nasal pasiva ha estado desarrollándose durante un tiempo previo al alumbramiento, la fusión olfativa con la madre es la característica primordial de esta fase que suma experiencias olorosas en el canal del parto y a través del período en el cual los aromas forman parte de su diario contacto con ella, cuyo aleja­miento es a unos pocos pasos y a escasa distancia de su lecho. Niño y madre fueron una misma cosa, reeditando la fantasía del Nirvana intrauterino y de una  fuente magnética de posesión mutua.

Considerando sintéticamente las vicisitudes de este período, en el caso de una niña, puede ocurrir que no supere la fijación a la primera etapa nasal, aquélla donde la identificación olfativa con la madre iniciaba el esbozo de la identidad sexual. Si durante este desarrollo la madre, por propia patología, no se reconecta con su hombre, la fusión madre-hija podría complicarse sumándose al amor de iden­tificación materna la elección de la madre en amor objetal. La inclusión del padre se imposibilitaría instalándose un núcleo de fijación homosexual.

Resulta entonces que la niña y su objeto amoroso serán de un mismo sexo fe­menino. La percepción del hombre permanece negada, esta­bleciéndose en consecuencia la negación del pene.

El sentimiento que trae aparejado este mecanismo de intenso componente narcisista, es una especie de culto a Venus —pubis angelical o isla de Lesbos— donde la ideali­zación enaltece la díada. La completud es total, pero de va­gina a vagina, y los mecanismos de defensa se orientan en este sentido.

     Estos episodios transcurren en la etapa nasal pasiva, donde las decisiones maternas imprimen el curso, pero po­drían estar reforzadas o determinadas por la naturaleza constitucional de la hija, capaz de retener a la madre en su atmósfera.

Las fijaciones y regresiones a esta etapa explican las ca­racterísticas de la homosexualidad pasiva, que busca en la amante una madre o mantiene a la madre como amante. Lo siniestro en ella será lo masculino, quedando orientada al reencuentro de la vagina materna.

El poema de Baudelaire, “Lesbos”, ilustra con claridad este idilio. Junto a las expresiones del Eros homosexual fe­menino, se expresa la absoluta forclusión del padre:

“…

Lesbos, donde las Frines la una a la otra se atraen,

 donde jamás un suspiro queda sin eco.

   …

deja al viejo Platón fruncir el ojo austero;

   …

¿Quién de los dioses se atreverá, Lesbos, a ser tu juez

  y condenar tu frente empalidecida en los trabajos?

   …

Pues Lesbos entre todos me ha escogido en la tierra

 para cantar el secreto de sus vírgenes en flores,

y yo fui desde la infancia admitido en el negro misterio

de las risas desenfrenadas mezcladas con los umbríos llantos”.

BANDELAIRE, CHARLES: Poesía completa. Libros. Río Nuevo, Ma­drid, 1974.

Otro modo de derivación patológica puede ocurrir en el segundo momento de la etapa nasal, con el viraje de la madre al padre involucrándolo en triangularidad. La hija persevera en la fusión a pesar de haber conocido el olor masculino. Siente peligrar su integridad psíquica y corporal dado que la separación de la madre amedrenta su yo rudimentario con amenazas de muerte y violenta sus disposiciones constitu­cionales. Comparemos con Lesbos un segundo poema de Baudelaire, “Delfina e Hipólita”, que sirve para ilustrar en este caso el intento de seducción, obligado por el conflicto des­pertado por la triangularidad:

“A la pálida claridad de lámparas languidecientes,

 sobre profundos cojines todos impregnados de olor,

 Hipólita soñaba con caricias poderosas

que alzaran la cortina de su joven candor.

Ella buscaba, con ojo turbado por la tempestad,

de su candor el cielo ya lejano,

igual que un viajero que vuelve la cabeza

hacia los horizontes azules dejados atrás por la mañana.

   …

Tendida a sus pies, sosegada y llena de alegría,

 Delfina la incubaba con sus ojos ardientes,

 como un animal fuerte que vigila una presa,

 después de haberla, al principio, marcado con los dientes.

   …

   —         Hipólita, corazón querido, ¿qué dices de estas cosas?

¿Comprendes ahora que no hay que ofrecer

el holocausto sagrado de tus primeras rosas

a los soplos violentos que podrían ajarlas?

Mis besos son ligeros como esos efímeros

 que acarician de noche los grandes lagos transparentes,

 y éstos de tu amante cavarán sus carriles

 como los carros o los arados chirriantes;

pasarán sobre ti como un pesado atelaje

de caballos y de bueyes de cascos sin piedad…

Hipólita, hermana mía, vuelve pues tu rostro,

tú, mi alma y mi corazón, mi todo y mi mitad,

¡vuelve hacia mí tus ojos llenos de azul y de estrellas!

¡Por una de estas miradas encantadoras, bálsamo divino,

 de los placeres más obscuros levantaré las velas

 y te adormeceré en un sueño sin fin!»

     El acercamiento de la madre al padre cierne sobre la niña una intensa desilusión de doble significado: que la madre esté en la búsqueda de algo de lo cual carece, y el que no lo busque en ella. A través de este desengaño debe aprehender que no completa y que no tiene lo que la madre desea. Las pa­labras que Delfina dirige a Hipólita bien pudieran ser pro­nunciadas por la niña en la intención de persuadirla a re­nunciar al olor paterno y a las formas de la pasión masculi­na, pero será un intento fallido; se quiebra desde la madre la fuente de retroalimentación narcisista. Apelará entonces a un nuevo recurso para ser una con ella: negar la triangularidad que amenaza la fusión.

     Gracias a esta defensa reinterpretará el olor del padre que conlleva la madre, como si en realidad fuese de ella propio. Que es como afirmar que la madre es la que posee el pene oloroso.

     En el interjuego de los mecanismos de proyección e in­troyección se identificará con la madre fálica, por lo cual deviene hombre. Ambas tienen pene. En consecuencia se instaura en la pareja la bisexualidad. Ambas tienen pene y ambas tienen vagina. La mujer fijada en esta posición bus­cará objetos amorosos femeninos fálicos para retroalimentar­se, como así también, objetos masculinos castrados con los cuales potenciar la carencia del pene en el hombre y, en contrapartida, la posesión del mismo en ella. Los sentimien­tos correlativos serán la desvalorización, desestima o inferiorización de lo masculino.

     La desilusión antedicha puede ser elaborada de otra manera dando lugar a un tercer tipo de homosexualidad. La niña se identificará con el olor del padre para poseer el pene y dárselo a la madre. Aparece la denegación y forclusión de la carencia materna y del órgano vaginal. La triangularidad se desvanece prolongando las fantasías de completud, pero el vínculo se tiñe de sadomasoquismo por el reproche latente de la primitiva búsqueda que ha dirigido la madre hacia la figura del padre y por el repudio de la carencia en la madre que esto implica. El órgano vaginal pierde su valor como identidad sexual.

Una mujer así orientada se procurará objetas amorosos femeninos para presentarse en rol activo una relación con componentes sádicos. La fase correspondiente a este desa­rrollo psicopatológico corresponde a la nasal activa, en la cual la mujer intenta la igualdad con el hombre no dándole cabi­da a lo opuesto; masculinizando su aspecto y vestimenta, amanerando su conducta y, en general, desarrollando rasgos secundarios y terciarios masculinos.

   Homosexualidad femenina

     PRIMER TIPO              SEGUNDO TIPO            TERCER TIPO

  IDENTIFICACIÓN             Madre                          Madre                           Padre
                                        femenina                      fálica

  IDENTIDAD                      Femenina                     Bisexual                        Masculina

  OBJETO DE AMOR          Mujer                           Mujer                            Mujer

                                         (valorizada)                  (fálica)                            (castrada)

                                                                            Varón

                                                                            (castrado)

 TAPA NASAL                    Pasiva                         Viraje al padre                 Activa

En el varón, las vicisitudes del Edipo también transitan en fases. En la nasal pasiva él es mujer y tiene vagina como su madre: la identificación con el olor de la madre es el re­curso inicial que asegura la fusión y amortigua la angustia de muerte. El apartamiento de la figura paterna y la negación del propio olor son responsables que la fusión se mantenga más allá de los límites evolutivos, nutriendo la identificación femenina con la madre y la identidad femenina. A partir de esta fijación ocurrirá que en la adultez se procure un rol pasivo tendiendo a elegir un objeto amoroso igual a él. De­sarrollará rasgos secundarios y terciarios femeninos, ama­nerará su aspecto, se disfrazará de mujer en la relación sexual asumiendo una identidad femenina (travestis y tran­sexuales) para involucrarse con un objeto amoroso masculino donde su rol pasivo estará revestido de masoquismo. Si toma como objeto amoroso una mujer, establecerá con ella un es­pejo donde la impotencia, anorgasmia y otros síntomas, con­taminen la pareja que tendrá, a su vez, características ma­ternales. En ella intentará volver a ser la hija o la madre perfecta. Puede que se transforme en un solterón amanerado y onanista, apegado a su madre o a sus tías.

En el caso en que la madre involucra al padre en la triangularidad, la lectura de esta desilusión, como en la niña, será doble. Por un lado su madre es carente y por otro se orienta a un tercero que no es él. La fusión se quiebra. Para evitarlo se posesionará del olor paterno y lo proyecta sobre la madre. Niega la carencia materna al otorgarle el pene pa­terno, haciendo de ella una madre fálica. Ambos resultan entonces iguales y completos. El tercero incluido en el olor es negado. En el encuentro amoroso, al que lo lanza la vida, retornarán lo reprimido y negado que son la carencia materna y la existencia de un tercero. El rol activo o pasivo serán indistintos en la relación pues primará la fantasía que predomine como resolutoriamente mágica: tiene pene y lo da a otro, como lo dio a su madre para preservar su narcisismo, o desea tener el pene de otro para identificarse con quién lo separa de ella. A su vez rechaza a la mujer vivenciada como castrada. Un hombre así orientado podrá ser casado con una mujer con características fálicas manteniendo, a la vez, un partenaire masculino como pareja. Con la mujer establecerá una relación indistintamente matriarcal o patriarcal, pero la fuente de su placer sexual será un objeto masculino.

En un tercer tipo la identificación será con el padre. El repudio y rechazo a la mujer es lo manifiesto del latente re­proche hacia la madre que eligió no estar con él. La identi­ficación masculina con el padre tiene las características de la identificación con el agresor. En el sufrimiento de la defusión ha envidiado a la madre por tener un hombre como el padre, y desvalorizado a la vagina que simboliza la carencia ma­terna. De allí el repudio, rivalidad o competencia con la mujer, y la elección de un objeto de amor masculino. Lo que no modifica su presentación fenoménica de tipo varonil.

Homosexualidad masculina

          Primer tipo            Segundo tipo                      Tercer tipo
IDENTIFICACION                      Madre                 Madre fálica                          Padre
IDENTIDAD                           Femenina                 Bisexual                         Masculina
OBJETO DE AMOR               Masculino           Masc. Femenino                   Masculino     ETAPA NASAL                       Pasiva                Viraje al padre                         Activa

NOTAS Y APUNTES MONOGRÁFICOS

Francoise Ladame, afirma: «en el estado actual de nuestros conoci­mientos ni la psiquiatría ni el psicoanálisis pueden proponer una teoría ge­neral de la homosexualidad de la mujer”. Asimismo señala la resistencia so­ciocultural a considerarla normal o natural.

     Como las descripciones y observaciones de este autor nos resultan más aproximadas a nuestras elaboraciones, y de mayor coherencia clínica y consistencia de otras que hemos revisado, las resumimos aquí a fin de elucidarlas en función de la propues­ta de una etapa nasal. Ladame postula que las perturbaciones de la homo­sexual están conectadas con niveles «infinitamente más precoces que los edípicos, y que están ligados a una patología de las primeras relaciones ma­terno infantiles. El miedo al padre, representado como un ser sádicoanal, y a todos los hombres, es un tema inicial constante en los tratamientos, apare­ciendo la madre como un objeto no conflictivo. Generalmente es necesario un largo tratamiento para alcanzar el descubrimiento que lo patológico es la re­lación con la madre. Toda agresión o intento de separación de ella, impone inmediatamente reparaciones o sume en la ansiedad de una retaliación ta­liónica. El miedo a la violación sexual encubre en realidad un miedo ontológico a perderse en la masa del otro, sugiriendo que en su primitiva infancia estas pacientes han estado sometidas a madres intrusivas afectadas por dolencias narcisistas. La corriente positiva hacia el padre requiere la superación del nivel fusional simbiótico con la madre, que permita una progresiva indivi­dualización. Recién entonces comenzará a elaborarse el proceso edípico”.

     La homosexualidad, según el autor citado, es un compromiso ante fan­tasmas de anonadamiento o de aniquilación. El self del homosexual no está fragmentado como el del psicótico, aunque es muy frágil, por lo que pesa sobre él la amenaza de la destrucción que tiene la característica de estar limitada a circunstancias especiales existiendo, en consecuencia, como una falla o fisura por donde po­dría producirse el hundimiento o la hemorragia narcisista que debe ser con­trolada con la evitación de lo heterosexual.

 Ladame, F. «LaHomosexualidad Femenina” en Intrcducción a la sexología médica, Abraham y Pasini, Grijal­bo, Barcelona, 1980. (Introduction a la sexologie medicale, Payot, Par(s, 1974).

Con respecto a la homosexualidad masculina, y tras comprobar que los aspectos personalísticos de estos pacientes no difiere mayormente de la po­blación aquejada de neurosis sintomáticas, caracteres neuróticos, neurosis de carácter o de borderline; los autores se preguntan qué es lo que ha hecho de estos individuos, homosexuales. La respuesta postulada es que: “… se ha producido en el curso del desarrollo de estos homosexuales, un defecto particular en la evolución de su narcisismo, defecto que condicionaría una res­puesta particular a la angustia que todo niño varón siente respecto a laestabilidad de su identidad sexual. Todo parece ocurrir como si la única respuesta posible fuera un intento de reparación del “defecto” narcisista, ya sea mediante la bús­quedade una imagen especular, ya sea a través de la búsqueda de bienes que sólo la imagen de una madre todo poderosa y sexualmente indiferenciada (mujer con pene) puede darle, ya sea por proyección de su defecto en un ser al que se vive como semejante y a quien se quisiera dar todo lo que se quisiera recibir de una madre arcaica y todopoderosa, al mismo tiempo  que  identificarse  con  ella.  La  precariedad  de  la  solución  se  traduce clínicamente en el amor imposible, en la carrera del homosexual tras un fantasma”.

         Garrone,G. “La homosexualidad masculina” en la Introducción a la sexología médica, de  Abraham-Passini, o.c.

Extractado de: HAEBERLEE, R.: Determinación del sexo, desarrollo y embriología sexual humana básica. Archivos de sexología. Instituto Robert Koch

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La identificación de una persona como hombre o mujer requiere tomar en cuenta, por lo menos, siete factores diferentes:

1.    Sexo cromosómico, dependiente de la combinación de los genes sexuales X, Y.

2.    Sexo gonadal, es decir la presencia de testículos u ovarios.

3.    Sexo hormonal, correspondientes a su producción por las gonadas.

4.    Estructuras reproductivas accesorias internas: conductos seminales, vesículas seminales, glándula prostática, etc.; trompas de Falopio, útero, vagina, etc.

5.    Órganos sexuales externos: pene y escroto; clítoris, labios mayores y menores, etc.

6.    Sexo de asignación y de educación: un niño con un cuerpo masculino generalmente será educado como hombre; de la misma manera una niña, como mujer.

7.    Autoidentificación sexual: un niño con un cuerpo masculino al que se le enseñe a asumir el papel de un hombre aprenderá generalmente a considerarse hombre. De la misma manera una niña, como mujer.

Lo extraordinario es, que pese a que la mayoría de las personas son cla­ramente masculinas o femeninas, esto no es fijo ni forzoso: La mayoría de los individuos son claramente masculinos o femeninos por los cinco criterios físicos; sin embargo, una minoría no cae dentro de estas características y su sexo es por consiguiente ambiguo (hermafrodis­mo):

1.    Pueden encontrarse otras combinaciones cromosómicas.

2.    Pueden estar presentes tanto tejido testicular como ovárico en el mismo cuerpo.

3.    Una carencia, desequilibrio, o exceso en la producción de hormonas tiene una influencia decisiva en la anatomía y la fisiología de esa persona.

4.    Pueden existir atrofias o ausencia de los órganos sexuales internos o externos.

5.    Puede darse una apariencia engañosa en cuanto a su correspondencia externa e interna.

6.    Es posible educar a un niño  como a una mujer, y viceversa. Puede existir aún cierta incertidumbre acerca del papel social propio del hombre y de la mujer.

7.    Es posible que a pesar de las influencias familiares el sujeto termine por identificarse como mujer; o inversamente, una niña con un cuerpo femenino a quién se le enseñe a asumir el papel de una mujer puede sin embargo identificarse como hombre.

     Los órganos sexuales son de apariencia muy diferentes pero similares en origen y estruc­tura, desarrollándose a partir de la misma masa celular embrionaria. Tanto el embrión femenino como el masculino permanecen sexualmente indiferenciados durante las primeras semanas de vida. Poseen los inicios de glándulas o gónadas sexuales, pero estos inicios son iguales en ambos sexos. El embrión humano es sexualmente indiferenciado durante las primeras semanas de su vida; los inicios de sus gónadas son iguales para ambos sexos. La distinción entre hormonas “masculinas” y hormonas “femeninas” es por lo tanto engañosa; de hecho, es deplorable que las hormonas gonadales siempre fueron llamadas en primer lugar “hormonas sexuales”, porque este término ha conducido a la idea falsa de que éstas determinan de alguna manera comportamientos sexuales.

      La diferencia co­mienza sólo gradualmente durante el crecimiento del bebé antes del nacimiento. Los órganos sexua­les no llegan a ser completamente funcionales hasta después de la pubertad cuando, bajo la influen­cia de ciertas hormonas, finalmente completan su crecimiento. Durante las edades de 12 a 17 años, los varones experimentan normalmente un crecimiento notable de sus órganos sexuales y finalmente su primera eyaculación de semen. También notarán que algo de vello púbi­co comienza a crecer en la base del pene. En las niñas, durante las edades de 11 a 13 años, también el vello comenzará a crecer en y alrededor la vulva y su primera menstruación puede ser esperada normalmente en esta época. Estos signos indican que los órganos sexuales están termi­nando su maduración.

      Las características sexuales secundarias comienzan a aparecer durante la pubertad como re­sultado de la estimulación hormonal. Éstas llegan a ser evidentes primero en las niñas, y un poco más adelante en los niños. En el momento en que termina el crecimiento físico, los cuerpos del hom­bre y de la mujer muestran muchas diferencias muy marcadas.

     Mientras que las glándulas sexuales son imprescindibles para la madura­ción física y la reproducción humana de la persona joven, no son esenciales para la sensibilidad se­xual de adultos. Es decir, no puede haber reproducción sin células germinales (espermatozoide y óvulo), pero puede muy bien haber actividad sexual sin “hormonas sexuales” (andrógenos y estróge­nos).

  Extractado de: HAEBERLEE, E.: Orientación sexual: homosexualidad. Instituto Berlinés, Archivos de Sexología

 El término “orientación sexual” es hoy a menudo usado para referirse a un interés erótico de las personas hacia compañeros sexuales masculinos o femeninos. Sin embargo este interés no es necesariamente una proposición “o…, o…”. Los seres humanos, al igual que otros mamíferos, pueden buscar contacto sexual no sólo con parejas del otro sexo, sino también con aquellas del mismo sexo. En otras palabras, hombres y muje­res pueden incurrir en comportamiento tanto hetero como homosexual. (Los prefijos hetera- homo- significan sencillamente “diferente” y “mismo” en griego).

  El comportamiento entre miembros del mismo sexo es muy común en la niñez y no es para nada extraño en la adolescencia. De hecho, en los años anteriores a la pubertad las personas en nuestra cultura pueden tener más contacto sexual con miembros de su propio sexo que con los del otro. Durante este periodo, son a menudo activamente desanimados de jugar a los juegos heterose­xuales mientras que su actividad homosexual atrae poca o ninguna atención. Es sólo después que la situación se revierte. Una vez que han llegado a la adolescencia, se espera que chicos y chicas desarrollen intereses exclusivamente heterosexuales, y cualquier exploración homosexual se condena fir­memente. No obstante, muchos individuos siguen teniendo contacto homosexual hasta bien entrados en su vejez.

Para algunos de ellos, estos contactos no representan nada más que incidentes aislados en una vida, por otro lado, predominantemente heterosexual. Para otros, se convierten en una expe­riencia frecuente o esporádica e incluso para otros es la forma preferida e incluso única de expresión sexual.

El género (según este autor) se define como la masculinidad o feminidad de las personas. Se determina sobre la base de ciertas cualidades psicológicas que son estimuladas en un sexo y desalentadas en el otro. Las personas son masculinas o femeninas al grado en el cual se  ajustan a sus géneros. La mayoría de los individuos se ajustan claramente al género apropiado a su sexo físico. Sin embargo, una minoría asume parcialmente un género que contradice su sexo físico (travestismo) y para una minoría más pequeña incluso tal inversión es completa (transexualismo).

La orientación sexual se define como la heterosexualidad u homosexualidad de las personas. Se de­termina con base en la preferencia por los compañeros sexuales. Las personas son heterosexuales u homosexuales al grado en el cual son atraídas eróticamente por parejas del otro o del mismo sexo.

La mayoría de los individuos desarrollan una preferencia erótica clara por las parejas del otro sexo (heterosexualidad). Sin embargo, una minoría son atraídos eróticamente tanto por hombres como por mujeres (ambisexualidad) y una minoría más pequeña incluso es atraída principalmente por parejas de su propio sexo (homosexualidad).

COMENTARIOS

Más allá de una discusión sobre la normalidad o anormalidad de los homosexuales, por otra parte muy avanzada y parcialmente decidida, nuestro aporte consiste en sumar a los distintos factores del desarrollo sexual y de la determinación del género, las consecuencias del pasaje evolutivo por la organización olfativa postnatal durante la cual se conjugan aspectos biológicos y las vicisitudes de la vinculación temprana. Nos preguntamos si tal período no coincide en parte con lo que John Money titula “período crítico”:

“Mis estudios sobre hermafroditismo han apuntado con mucha fuerza hacia el significado de las experiencias encontradas y enfrentadas para establecer el rol y la orientación del género. Esta afirmación no es el respaldo a una teoría simplista de determinismo social y ambiental. Las experiencias se enfrentan, al igual que se encuentran –la conjunción de los dos términos es imperativa- y los encuentros no dictan automáticamente respuestas predecibles. Hay un amplio espacio para la novedad y para procesos cerebrales y cognoscitivos inesperados en el ser humano”.

“A pesar de lo novedoso y de lo inesperado, los procesos cerebrales y cognoscitivos no son infinitamente modificables. La observación de que el rol del género se establece durante el crecimiento no nos debería llevar a la apresurada conclusión de que el rol del género es fácilmente modificable. ¡Todo lo contrario! La evidencia de ejemplos de cambio de reasignación de sexo en el hermafroditismo indica que el rol del género no sólo se establece, sino que también se imprime en forma indeleble. Aunque el género se empieza a imprimir desde el primer cumpleaños, el período crítico se alcanza en la época de los dieciocho meses de edad. A los dos años y medio de edad, el rol del género ya está bien establecido”.

“Aquí hay una analogía con la diferenciación anatómica del embrión. Los aspectos filogenéticos de la impresión evitan la falsa dicotomía entre la biología y el aprendizaje social, uniéndose en una fase crítica del desarrollo. Naturaleza / período crítico / crianza es el nuevo paradigma que reemplaza al viejo paradigma de dos término naturaleza / crianza. El tiempo del período crítico es decretado filogenéticamente. Así lo es también el reconocimiento del liberador de estímulos y la respuesta que se libera y se imprime durante el periodo crítico. Una vez completada la impresión, no hay retroceso. Así, el idioma nativo una vez impreso no se puede erradicar, excepto por una lesión cerebral”.

JOHN MONEY, Ph.D.: Historia del concepto de género en relación con la sexualidad.

Por Luis Carlos H. Delgado y Graciela V. García



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