Siguiendo a nuestras narices

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Si uno es un animal, hay pocas cosas tan valiosas como el olfato.  En un mundo sin lenguaje, muchas veces es solo el olfato el responsable de la comunicación.  Los compuestos químicos que transportan estos mensajes sin olor son llamadas feromonas, y mientras que muchos animales pueden producirlas, se pensaba que los animales superiores, los humanos, estaban por encima de tales señales olfatorias.

La semana pasada todo eso cambió.  En un trabajo publicado en Nature, la psicóloga Martha McClintock de la Universidad de Chicago describe lo que podría ser la mejor evidencia de la existencia de feromonas en los humanos.  En un experimento simple y directo, ella pudo aumentar y disminuir la velocidad de los ciclos de un grupo de mujeres exponiéndolas al olor de transpiración de otras mujeres.  El comando ovulatorio, ella cree, era transmitido por feromonas.

Si McClintock tiene razón, las implicancias podrían ser masivas ofreciendo no solo nuevas evidencias de comunicación humana sino también aplicación médicas prácticas.  “Una vez que se establece que existen las feromonas,”dice McClintock, “la pregunta es que tan poderosas pueden ser.”

Para la mayoría de los científicos, las feromonas no son nada nuevo.  En los años 30, entomólogos descubrieron que las polillas hembras eran capaces de excitar a los machos aun cuando estos no las pueden ver o escuchar.  Los machos, descubrieron, “huelen”a las hembras, captando su aroma del aire a través de antenas exquisitamente sensibles.  Una vez que se aisló esta fragancia, se encontró que era extremadamente poderosa, capaz de estimular millones de polillas con concentraciones muy bajas.

 Por otro lado, las feromonas emitidas por las abejas reinas impiden que otras hembras maduren sexualmente, asegurándose que los genes de la reina continúen siendo dominantes. 

Entre los peces, los marcadores olfatorios secretados por las hembras producen que los machos quintupliquen el número de espermatozoides de la noche a la mañana.

Cuando son dañados por un predador, algunos anfibios emiten un compuesto que advierte a los otros de mantenerse fuera del peligro.

El descubrimiento de tendencias similares en humanos no fue fácil.  McClintock comenzó hace 30 años.  Como estudiante de Wellesly College, se dio cuenta de que las mujeres en su dormitorio muchas veces desarrollaban patrones menstruales muy similares.  En otros animales, este tipo de sincronicidad tiene ventajas de supervivencia.  “Cuando uno ve a otros criando hijos, es un buen momento para uno mismo,” dice McClintock.

El fenómeno intrigó a McClintock, y ella junto con Kathleen Stern recientemente lo reevaluaron, tratando no solo de observar la ovulación sino de manipularla.  Ellas reunieron a un grupo de 29 mujeres y les pidieron a 9 de ellas a utilizar toallas debajo de sus brazos por varias horas, o antes o después de la ovulación.  Cuando se les daban las toallas a las demás mujeres para olerlas, los resultados eran sorprendentes.  Las toallas de pre-ovulación acortaban los ciclos menstruales por tanto como 14 días en el 68% de las mujeres.  Las toallas de post-ovulación otro grupo de 68 % experimentaba ciclos que eran hasta 12 días más largos.  Claramente, algo estaba llevando al grupo a la sincronización.

Entre otros científicos, las reacciones ante el estudio han sido muy positivas, pero todavía hay muchas preguntas.  Aun si existen las feromonas humanas, no está del todo claro como el cuerpo las procesa.  Los mamíferos y los reptiles detectan a las feromonas con una pequeña cavidad llamada órgano vomeronasal.  Los anatomistas no creen que el humano tenga un órgano vomeronasal y no están seguros de que necesitemos uno para poder percibir feromonas.

McClintock, mientras tanto, sigue investigando.  Los tratamientos con feromonas designados a regular la ovulación podrían ser utilizados por parejas que quieren concebir tanto como para las que no quieren.  Otros investigadores creen que las feromonas que alteran el estado de ánimo podrían aliviar la depresión y el estrés.  Otros hasta creen que los compuestos podrían controlar la actividad prostática en los hombres, reduciendo el riesgo de cáncer.

Fuente: Time.com (Marzo 23, 1998)



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