Operación Triunfo… ¿de qué?

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En casi cualquier punto de nuestro holograma social podemos encontrar hoy la llave que abra todas las claves que intervienen finalmente en nuestra identidad humana, en nuestras sensaciones individuales y colectivas. El más grande catalizador de masas, la televisión, nos ha ofrecido recientemente esta nueva atalaya privilegiada desde donde poder mirar socialmente. “Operación Triunfo”, el producto televisivo de mayor éxito en la historia de la televisión española, será nuestro laboratorio social para la reflexión.

De lleno en la sociedad invisible como apunta acertadamente Daniel Innerarity, nada es lo que parece, o nada es tan sencillo como la imagen que el plano televisivo se afana en presentar. Sin apartarnos de esta lógica, “Operación Triunfo” es mucho más que un programa de televisión que cosecha todos los éxitos. Veamos la superficie.

La televisión pública española (TVE) ha emitido durante cuatro meses un programa musical donde 16 jóvenes, que son preparados y formados por profesores y artistas en una Academia, compiten en un proceso eliminatorio, para finalmente elegir al vencedor que representará a España en el Festival de Eurovisión. El proceso de elección y eliminación se ha desarrollado en 15 galas televisivas donde el público, los profesores, el jurado y los propios concursantes hacían las labores finales de selección.

Las contundentes cifras hacen honor al título de este producto televisivo: “Operación Triunfo” ha batido récords de audiencias, de venta de discos, de videos, de llamadas de teléfonos, de mensajes de emails, de solicitudes de casting, de listas de espera de público para asistir a las galas, y de repercusión tanto en medios de comunicación nacionales e internacionales.

Ya en la superficie aparecen datos que revelan el por qué de nuestra elección de laboratorio: de manera gradual e imparable un programa de televisión se sitúa fuera del medio establecido y pasa a convertirse en un hecho social, cargándose de prismas que vislumbran otras realidades sociales. Profundicemos un poco más para ganar en detalles.

La combinación de TVE y Telefónica-Admira, terminó por ser un binomio tremendamente eficaz. Idea, producción y emisión se juntaron con viento a favor. Operación Triunfo es una producción de gigante holandés ENDEMOL – participación de Admira, 99,2%-, que es la mayor productora del mundo de contenidos para la televisión en abierto, de pago e internet. Endemol está instalada en 21 países y produce más de 13.000 horas anuales de televisión que se exhiben en más de 30 países de cuatro continentes.

En paralelo, una de las empresas más grandes de España, El Corte Inglés, de la mano de Sony Music, abrazaron gustosamente el éxito sirviendo de canal de distribución comercial. Desde que comenzó a cristalizarse el triunfo, éstas y otras empresas se sumaron (se suman todavía de cara a la segunda entrega) a esta estela de ganancias, que no son sólo económicas.

Estas empresas monopolísticas, tanto por la vía del capital, como por la vía de lo público, se adueñaron del mercado. Pero la novedad estriba en las nuevas uniones estratégicas que se producen para salir a un mercado –mediático- cada vez más complejo y diversificado.

Televisión en abierto (TVE), televisión de pago (Canal Satélite Digital), teléfono (Telefónica-Movistar), internet (Portalmix), y una cadena de comercios (El Corte Inglés), confluyen estratégicamente potenciándose unos a otros con el fin último de hacer llegar la oferta-producto a una demanda creciente. Con Operación Triunfo se ha dado a luz a un nuevo sujeto social, mitad audiencia y mitad consumidor. Un sujeto que podríamos denominar consumidor mediático, y que necesita un nuevo tratamiento, y nuevas formas de abordaje comercial.

Cambio Cultural

Pero no todo es tratamiento de mercado o análisis de cifras. Se ha producido, como se ha señalado antes con este fenómeno televisivo, un hecho social, y eso habilita otros campos de estudio. En ese sentido podemos observar que el cambio se produce a nivel cultural.

De manera colectiva ahora nos reconocemos en otros lugares, en otros fenómenos, que han sido habilitados, creados con nuestra caja de herramientas cultural en el sentido que le da Ann Swidler, refiriéndose a la cultura como un tool kit de hábitos, habilidades y estilos a partir de los cuales la gente construye estrategias de acción.

Ese reconocimiento como nación o pueblo, (uso habitual en la Europa nacionalista de la segunda mitad del siglo XIX) se produce en el inicio del siglo XXI con el auge y cierta imposición de lo visual. Lo visual termina por concretarse porque viene precedido, desde hace largos años, y de forma insaciable, por una enorme necesidad de expresión.

La expresividad cultural está en auge y circula a gran velocidad, potenciada por los canales de la globalización, ofreciendo al mismo tiempo, como se puede ver en la escena internacional, una época de incertidumbre que hace más real que nunca aquel concepto que habla de las consecuencias no queridas de la acción. Gran sociedad de la información conviviendo con la multiplicidad de identidades en conflicto.

Democracia Comunicacional

Pero volviendo a nuestros valores colectivos, podemos decir que si la democracia nació en lo político, hoy se desarrolla ampliamente en lo comunicacional. El sociólogo Manuel Castells define nuestra actual democracia como una forma de comunicación interactiva. Es entonces cuando la comunicación con mayúsculas ha pasado a convertirse en el engranaje que articula y da sentido a nuestras sociedades.

El programa de televisión Operación Triunfo, siguiendo la estela progresiva de otros formatos televisivos que también han sido grandes catalizadores de masas, está sirviendo para un desarrollo no previsto de nuestro complejo e indefinido sistema democrático.

Nuestra sociedad ha encontrado en la comunicación televisiva varios elementos claves por donde expresarse con toda su fuerza: siendo masa, acudiendo como tal vestida de audiencia.

El hasta ahora “hermano mayor” de este fenómeno, el fútbol, que está siendo alcanzado por este otro formato de entretenimiento, ejemplifica a la perfección y daría para todo un tratado, para analizar por donde buscamos los rasgos esenciales de nuestra identidad, y hasta el sentido último que podemos dar a nuestra cotidianeidad o existencia.

La televisión, y en concreto estos programas, realizan cierta función colchón o de enfriamiento frente a las muchas frustraciones sociales o políticas. No hablamos sólo de una alternativa basada principalmente en el entretenimiento.

Siguiendo con el ejemplo, en Operación Triunfo, es fácil encontrar otros aspectos que se están demandando y que los mass media ofertan, como: participación, que se traduce literalmente en sistemas de voz y voto; una fuerte interacción, donde individual y colectivamente lo uno no es posible sin lo otro, creándose un estrecho lazo entre programa-audiencia; el sentido, es decir, entretenimiento ligado a las emociones que procura completar los anhelos de un individuo urbanita, calificado por A. Touraine como sujeto vacío.

Mundo afectivo

Emociones, esperanzas… y la televisión, son las dos caras de la misma moneda. Sin tener en cuenta el apartado de las emociones, de los sentimientos, no podemos comprender el por qué del éxito social del actual formato televisivo.

La audiencia más o menos activa de Operación Triunfo, puede constatar esta conexión, que si se lleva con ambición y buen hacer mediático, termina por solidificarse a través de una implicación sentimental que cosecha todos los éxitos.

Por tanto, la evolución de la televisión, y por lo tanto también su papel, ha seguido el camino del impacto visual y emite para alimentar sensaciones y emociones que se intentan regular o exprimir con la finalidad de la implicación antes descrita.

Operación Triunfo cumplió con todos esos mandatos, como si fueran de carácter imperativo, y además de una manera compleja conectó, mejor dicho, cumplió con las ilusiones de triunfo que toda la masa anhela, pero que solo los elegidos consiguen.

También, y esto queda para las teorías más conspirativas o sistémicas, Operación Triunfo sirvió para alimentar o reproducir el sistema, en el sentido de fomentar socialmente las falsas expectativas de éxito, mostrando que todos y todas podemos llegar a él, cuando la extracción de los mejores de la masa sirve precisamente para mantener sin cambios esos dos mundos separados.

Una nueva mutación del ya viejo culebrón, en formatos más actuales, ya sea desde la convivencia (Gran Hermano) o desde la música (Operación Triunfo), ha conseguido que compartamos nuevamente nuestra cotidianeidad y que nos sintamos representados por seres humanos más próximos que desbordan sus emociones ante nosotros.

Las relaciones sociales han cambiado y como en otros momentos de la historia, los avances tecnológicos han influido de manera determinante. Pero en pleno triunfo de la racionalidad tecnológica, la comunidad se busca en historias pequeñas, que se hacen grandes por medio de la llamada todavía “pequeña pantalla”. Historias abarcables y comprensibles triunfan en la inmensidad de lo post-moderno complejo.

Sabemos que la televisión forma parte de una sociedad hecha a base de cruces y desarrollos entre distintos procesos de construcción de identidades culturales, sean éstas reales, simbólicas, ideales, etc. Mirar y analizar la televisión, más allá de los debates acerca de quién perjudica a quién, si la tv al público o el público a la tv, es mirarnos a nosotros mismos en medio de la complejidad y la perplejidad.

Uno de los grandes genios del siglo XX, Picasso, dijo que “no hay mejor negocio que explotar la estupidez humana”. Quizá esa sea una fuerte tendencia, pero hoy nada actúa en una sola dirección, y es mejor seguir activamente el cambio social ampliando horizontes.

Gerardo Neistat Berman es Sociólogo especializado en Comunicación y Cultura.

Fuente: Tendencias científicas



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