Espejismos hechiceros

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Sin duda alguna, se puede expresar de modo vívido un hecho que responde a la psicología de masas recurriendo a una «descripción objetiva». Se pueden describir la vestimenta de un flagelante o los gritos en un partido de fútbol, o la muchedumbre reunida frente al palacio de la cancillería desde cuyo balcón resuena la peculiar voz de Hitler, y también se pueden describir de manera muy gráfica los horrores del pogrom; pero todas estas descripciones – aún cuando tengan un trasfondo histórico – en cierto modo no son más que afirmaciones vacías. Lo único que dicen es que existen acciones que responden a la psicología de masas, pero no dicen nada sobre su verdadera función y sus efectos. Si uno quiere saber algo al respecto, debe indagar el alma del individuo, debe preguntarle por qué y de qué modo queda a merced de ese fenómeno incomprensible que nosotros denominamos «psicología de masas» , si, precisamente la dificultad para entenderlo es lo que nos mueve a plantear tales interrogantes. La psicología de masas hace que el individuo aislado esté dispuesto a aceptar como verdad las mentiras más burdas, que se pueden ganar los hombres de gran sensatez y autocrítica para las empresas más increíbles; con ella irrumpen tendencias arcaicas que se creían ya perdidas desde hacía mucho en el abismo de los tiempos y, en medio de toda racionalidad, comienza a surgir un pensamiento mítico. Y solo el alma individual, la que se convierte en presa de semejantes cosas incomprensibles, puede explicarnos algo sobre esto.

Tampoco tiene sentido hablar «inteligentemente» sobre las cosas. Para escribir un ensayo no se necesita de ninguna poesía y los temas que caen dentro del ámbito de las ciencias son los menos indicados para abordarlos como novela; eso es en parte una blasfemia y, en parte, diletantismo. Los temas de la poesía son «eternos»: son las situaciones básicas del hombre al nacer, al crecer, al comer, al dormir, al comprender, al amar y al morir; la figura que corresponde a la verdadera poesía es la «Jedemann» (todo hombre) y por esto, toda verdadera poesía crea modelos humanos.
He intentado abordar mi asunto, este «suceso que responde a la psicología de las masas», desde las dos perspectivas arriba mencionadas.

Trasladé el escenario a un solitario pueblo de montaña – cuya lejanía permita describir recurriendo a los trazos más simples, y ubiqué esa pesquisa del alma individual en el marco del diario del médico del pueblo. El diario es la forma más simple y honesta de reflejar un hecho psicológico; y como los campesinos no escriben diarios, debí poner esta tarea en manos de un intelectual, y lo hice deliberadamente, porque cuando se trata de alguien de quien se puede esperar una absoluta capacidad crítica y autocrítica, sorprende mucho cuando finalmente esta capacidad resulta derrotada por la psicología de masa que triunfa sobre ella.

La fábula es sumamente sencilla: a este pueblo primitivo llega un forastero; este no despierta simpatía entre la gente, al contrario, suscita rechazo y se lo ve ridículo, especialmente porque empieza a mostrarse como un poseso extravagante que trata de imponer sus ideas místicas –o mejor dicho pseudomísticas – sobre la sacralidad de la tierra, el sometimiento de la montaña, etc., y con ello molesta a la gente. Pero poco a poco va ganando adeptos, primero entre los jóvenes, luego entre los adultos, y finalmente hechiza al pueblo entero. Las cosas van adquiriendo una dimensión cada vez más loca, aunque, por cierto, los motivos parecen cada vez más sensatos. Se empieza a creer lo más increíble, surgen visiones paganas y mitológicas, se liberan todos los instintos sádicos, hasta que al final, en una especie de celebración sacrificial pagana en la que degenera una fiesta de consagración de la iglesia, la contrafigura del intruso, una mujer anciana y sabia que corporiza la bondad de la humanidad, se convierte en víctima de la furia desencadenada: es como si hubiese que destruir la sociedad maternal. Luego de este clímax, la sociedad vuelve a civilizarse: incluso el loco, que ha logrado dominar al pueblo, vuelve a integrarse a la vida cotidiana; pero lo humano se ha perdido para siempre.

El médico participa de todos estos sucesos y los narra. Sin darse cuenta, él, que inicialmente tenía del loco una visión más fría y más crítica que cualquier otro, también se ve arrastrado por el delirio. Y, sin advertir lo que ha sucedido, el diario también retorna a la vida cotidiana. Su autor considera que en él nada ha cambiado, que él es el mismo que comenzó a escribir el diario.

Forma parte de la escénica de toda poesía tensionada entre dos épocas culturales el ser partícipe de la búsqueda religiosa; quizá sea esta su prerrogativa más bella. Siempre que la poesía se acerca a lo religioso apela a visiones mitológicas; sucede naturalmente, aunque no sea esa la intención. Se pueden citar numerosos ejemplos contemporáneos, por ejemplo, la mitología bíblica de Mann, la griega de Ulises de Joyce, la pagana de Giono; en estos casos no se trata de algo casual, sino de una necesidad. Y tan necesario, naturalmente necesario, fue en esta libro el giro hacia lo mitológico.

Surgió del interior de su propia temática. Es que forma parte de la esencia esta época reemplazar la decadencia de la religión por una adoración a la naturaleza que se vuelve casi frenética; este giro responde a motivaciones higiénicas, deportivas y de otro tipo, pero obviamente también responde a motivos mucho más profundos, esto es, a razones metafísicas. He investigado estas motivaciones prestando siempre atención, en el diario del médico, a la coincidencia entre el paisaje interior y el exterior; a esa interrelación que existe constantemente entre el paisaje del alma y el escenario exterior. Y si uno presta atención a esta relación que se da de modo más o menos claro en todos los hombres, descubre pronto cuán lista para irrumpir en el alma están las visiones mitológicas. Y porque esto es sin duda así, debemos ver en esta constante disposición a la naturaleza y hacia el mito uno de los motivos que hacen de estos tiempos una época con tal predisposición a los fenómenos signados por la psicología de masas.

El maleficio

Entre los años 1928 y 1935 publiqué mis novelas así como también una obra de teatro que se llevó a escena en Zurich en 1934. Todas estas obras se inscriben en la línea de aquellas dos perspectivas a las que me referí antes; en todas busqué lograr un efecto exotérico por medio de recursos poéticos. Esto es válido sobre todo para mi novela El Maleficio, que comencé a escribir en 1935, pero que, a raíz de los sucesos de aquel momento , no llegué a terminar en ese entonces (logré salvar el manuscrito y llevarlo a EE.UU.). En esta novela intenté develar las raíces de los sucesos ocurridos en Alemania con todo su trasfondo de elementos mágicos y míticos, con todas sus pulsiones de delirio masivo, con su «sobria ceguera y sobrio estado de embriaguez». No pretendí pintar los acontecimientos, sino hallar la forma poética más sencilla que expresara lo verdaderamente humano que surge de las profundidades del alma y de su vínculo con la naturaleza. Mi esperanza estuvo puesta en lograr el efecto didáctico de la poesía ética.

Autor: Hermann Broch
Fuente: Suplemento de Cultura – La Nación – 



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