El Desafío de Fausto por Hans Christoph Binswanger

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En la segunda parte de su obra, Fausto (1832), Goethe confronta las promesas y fallas de la Revolución Industrial y del crecimiento económico que creó.  Sus observaciones mantienen relevancia hoy en día.

El protagonista de Goethe representa al hombre moderno quien, a través de la ciencia, busca someter a la naturaleza y construir una nueva economía de libertad y prosperidad.  La exaltación de Fausto expresa la delicia del hombre moderno ante la cornucopia de estas nuevas riquezas.  Pero no todo es rosa en este jardín económico, ya que Goethe advierte que estas riquezas pueden ser construidas sobre la base de una ilusión insostenible. 

Goethe muestra como, a través de una combinación de la actividad económica y el progreso tecnológico, se efectúa la manipulación de la naturaleza y de las fuerzas de la naturaleza. 

Fausto es un empresario vigoroso que presiona a sus trabajadores hasta el máximo.  Sin embargo, Goethe se da cuenta de que la visión empresarial y la labor humana no son suficientes para alcanzar el gran proyecto.  Se necesita dinero para pagarle a los trabajadores quienes, lejos de casa, no tienen forma de subsistir.  Sin embargo, la provisión limitada de oro que puede ser minado es insuficiente para proveer el requerimiento monetario del proyecto.  Fausto resuelve este problema con la ayuda del emperador, o sea, el estado, fundando un banco que utiliza el dinero de papel, una moneda que no puede convertirse en oro.

Es estado obtiene una ganancia del invento de la moneda de papel utilizándola para pagar sus deudas.  Pero Fausto invierte el dinero en la producción de bienes y a través de esta transacción crea un equivalente entre los bienes manufacturados y la moneda de papel, así convirtiendo al papel sin valor en un instrumento con poder de compra.  La potencia de este poder de compra deriva de fuentes nuevas y tradicionales de energía.  Fausto no depende más de la labor humana solamente, sino también en las máquinas impulsadas por energía recién creadas porque estas últimas son más eficientes.

En Fausto, Goethe describe, con precisión histórica, el establecimiento de tres instrumentos cruciales que permitieron el crecimiento económico y sirvieron como motor para el desarrollo futuro: (1) La creación de la moneda papel, que comenzó con el uso por parte del Banco de Inglaterra a fines del siglo 17 y conforma la base de nuestro sistema de moneda global, con su potencial para la expansión constante; (2)  El invento de la máquina de vapor de James Watt a fines del siglo 18 y el uso del carbón, que marcó el comienzo de la Revolución Industrial; (3) la ley de propiedad romana de “dominio” en el Código Napoleón, el nuevo código civil creado por Napoleón a principios del siglo 19.  Este concepto de pertenencia provee la sanción legal necesaria para la creciente subordinación de la naturaleza para los requerimientos de la explotación económica.

Goethe no sólo muestra como Fausto, el representante del hombre moderno, realiza este proyecto masivo de progreso económico, sino también muestra los peligros existentes y potenciales asociados con él.  El progreso humano consiste en manipular a la naturaleza construyendo un mundo artificial de ciudades, industria, transporte y agricultura intensificada.  Con mucho ingenio, Goethe nos dice que la intervención en el ambiente natural que esto demanda puede tener consecuencias inesperadas porque la naturaleza reacciona de acuerdo a sus propias leyes, que los humanos nunca pueden prevenir completamente.  Las consecuencias sin intención y sin anticipación pueden destruir enteramente o en parte los éxitos alcanzados por las intervenciones anteriores. 

El verdadero peligro es que Fausto, el hombre moderno, no reconoce la necesidad de planeamiento cuidadoso para prevenir tales daños.  Goethe simboliza esta ciega irresponsabilidad con la pérdida de la vista de Fausto.  Fausto está tan obsesionado con sus planes para manipular a la naturaleza que pierde la noción de  las realidades que requieren reflexiones cuidadosas.

La conferencia de Río sobre “Desarrollo Sostenible”(1992) demostró que vivimos en un mundo finito y limitado y que el desarrollo solo es sostenible si tomamos conciencia de estas limitaciones.  Esto es un desafío para Fausto, un desafío para el hombre moderno.  Aquí también Goethe fue profeta.  En sus comentarios sobre “El juicio contemplativo” escribe: “Nuestra meta debe ser, a través de la contemplación de los procesos incesantes de la naturaleza, hacernos dignos de poder compartir la espiritualidad en sus producciones”.  En otras palabras, debemos ser observadores cuidadosos de los parámetros de la naturaleza y permitirnos, ahora más que nunca, ser guiados por ellos.  En vez de continuar intentando dominar a la naturaleza con el pensamiento linear, debemos cultivar una sensibilidad intuitiva hacia sus complejidades.  La ciencia debe responder a esta reorientación desarrollando la tecnología correspondiente.  Necesitamos desarrollar productos que producen menos desechos, duran más, son reciclables, consumen menos energía, y se adaptan con gracia al paisaje.

Esto solo es posible si los economistas, también, comprenden que menos puede significar más, que en la producción económica lo que importa no es la cantidad producida sino su utilidad y que el crecimiento cualitativo y cuantitativo puede beneficiar a la humanidad sin el daño a la naturaleza.   



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