El continuo individuo-sociedad, la nueva visión

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Como la partícula y la onda, formamos un continuo con la sociedad en el que todos somos un uno indivisible

La celebración del 1 de mayo constituye una de las denuncias más consistentes de la fractura social que padece nuestra especie desde el Neolítico. Sin embargo, hoy sabemos que esta fractura social es un invento humano, no una ley natural. Surge porque hemos parcelado el mundo y nos lo hemos adueñado motu propio. Y sobre este consenso hemos edificado nuestra experiencia social y generado las desigualdades cotidianas. La realidad, sin embargo, es que formamos un continuo con el entorno y con la sociedad en el que todos somos un uno indivisible, el individuo una ficción filosófica y las desigualdades una desnaturalización de la humanidad. Así descubrimos que el excedente económico, la propiedad y el poder, han perdido el significado que poseyeron para nuestros antepasados. Por ello debemos apurar nuestra imaginación para determinar si el mundo, la vida, la cultura que hemos de vivir en adelante, la viviremos con estos conceptos irreales o la reconstruimos sobre premisas más acordes con nuestros conocimientos actuales. Por Eduardo Martínez.
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El primer hombre que,
habiendo cercado un pedazo de tierra,
dio en pensar «esto es mío», y encontró
gente lo bastante simple para creerle,
fue el verdadero fundador de la sociedad civil.
Jean Jacques Rousseau
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El continuo individuo-sociedad, la nueva visión

El 1 de Mayo de 1886 en Chicago, Estados Unidos, el movimiento obrero organizado realizó una manifestación para pedir un máximo de ocho horas de trabajo diarias que concluyó con varios muertos y numerosas detenciones. En 1889, el Congreso de la II Internacional aprobó que se celebre mundialmente el Día del Trabajo en conmemoración de esa fecha.

Han pasado 116 años del nacimiento de esta conmemoración simbólica y la sociedad sigue comportándose en muchos aspectos como si los conocimientos alcanzados sobre la historia, la sociedad y la naturaleza humana, apenas hubieran evolucionado desde finales del siglo XIX.

La realidad es que nuestra visión del individuo y de la sociedad ha cambiado significativamente, ya que, inspirándonos en la física moderna, contemplamos a ambos conceptos no como una fuente de conflicto permanente e inevitable, sino como un continuo lleno de posibilidades y de oportunidades para alumbrar nuevas formas de convivencia, tal como ocurre en el mundo de las partículas elementales.

El continuo individuo-sociedad es similar al espacio-tiempo de Einstein o al continuo sujeto-objeto derivado de la ciencia del conocimiento: una realidad no puede explicarse sin la otra. El individuo aislado es una ficción filosófica, señala categórico el sociólogo Ely Chinoy. La antítesis entre el individuo y el grupo es una antítesis falsa, añaden Rumney y Maier.

Desde la mitología

No sólo las ciencias sociales, sino que también la mitología judeocristiana deja constancia del continuo individuo-sociedad: Eva no tarda en acompañar a Adán porque no es bueno que el hombre esté solo. Incluso en las teogonías más antiguas se relata que los dioses tampoco están solos: setecientos años antes de Cristo, Hesiodo habla de tres generaciones de dioses previas a la manifestación del inmenso poderío de Zeus, que da lugar a una cuarta generación divina.

Es a través del proceso de socialización que los dioses devienen dioses y nosotros nos convertimos en personas. Sin filiación a una historia, sin transmisión de una conciencia y de un lenguaje heredados, no existe humanización imaginable , destaca Guillebaud. El proceso humano de socialización es complejo y se origina en las relaciones sociales: ellas son la fuente de nuestras creencias, objetivos, valores, emociones y actitudes, que son la estructura de nuestra personalidad.

Hay también en nuestra arquitectura personal ingredientes fisiológicos y anatómicos, pero la personalidad es el resultado de una cultura específica estructurada a través de las relaciones sociales: los rasgos genéticos y las aptitudes individuales se desarrollan y vuelven significativas sólo a través de la experiencia en un medio social y cultural, explica Chinoy.

La experiencia en un medio social y cultural conforma la personalidad de cada individuo. A medida que esta experiencia evoluciona y se tecnifica, establece diferencias entre las personas y origina la estratificación social que practicamos desde el inicio de los tiempos humanos. Hay tantas formas de estratificación como sociedades humanas, explica Mayer. Esta estratificación, si bien surge como resultado de la evolución, ha agudizado hasta tal punto las diferencias sociales, que en nuestros días se ha convertido en una amenaza para la continuidad de la especie.

La fractura

Cuando creamos la organización social necesaria para la complejidad económica que iniciamos en el Neolítico, la especie inicia un proceso de selección social que fractura el continuo individuo-grupo en el que vivimos durante la prehistoria.

Desde entonces, el individuo marca diferencias respecto a sus semejantes por el hecho de acumular tierras, dinero y poder. Esta es una de las características de nuestra civilización, que ha permitido por un lado concretar los avances del progreso en determinadas personas y grupos ( las clases sociales son el vehículo de la evolución social, dicen Rumney y Maier), y por otro lado ha establecido mayores diferencias sociales que las propias de la biología o la cultura. No hay especie viva que experimente la desigualdad de forma tan pronunciada como un aspecto crónico de su existencia, señala Bob Sutcliffe.

La elección de este modelo de progreso ha sido espontánea y, al igual que la tecnociencia, adolece de un protagonista concreto. Las sociedades humanas tienden a estratificarse no sólo por diferencias biológicas (edad, sexo, inteligencia), sino también por rasgos distintivos adquiridos en la vida social (prestigio, capacidad económica, nivel cultural).

El problema no es la estratificación, que podemos considerarla como expresión de la diversidad de la especie en sus diferentes manifestaciones biológicas y sociales, sino el abismo que hemos creado entre seres humanos de la misma época por efecto de la cultura. Este abismo da lugar en determinados momentos a la esclavitud y se agudiza desde la Revolución Industrial hace ya doscientos años.

En nuestros días la desigualdad social adquiere dimensiones de escándalo histórico y, lejos de ser un proceso espontáneo, se ha convertido en un proyecto, como denuncia Gillebaud. Un proyecto regresivo con apariencia de modernismo que se presenta como una adaptación razonable a las nuevas circunstancias económicas, cuando en realidad lo que hace es colapsar el progreso: se está haciendo evidente ya que la ampliación de la diferencia entre ricos y pobres es insostenible en un mundo en el que se comparten los recursos, advierte Lester Brown.

Un invento humano

El continuo individuo-sociedad, la nueva visión

La fractura social que compromete la evolución de la especie es pues, un invento humano, no una ley natural. Surge porque hemos parcelado el mundo y nos lo hemos adueñado motu propio . Nuestra cultura nos explica que cada trozo de este mundo es propiedad de alguien (hoy ya no existe una tierra de nadie). Y sobre este consenso edificamos nuestra experiencia social, nuestra vida de cada día, y generamos las desigualdades cotidianas.

La realidad, sin embargo, es que formamos un continuo con el entorno y con la sociedad en el que todos somos un uno indivisible, el individuo una ficción filosófica y las desigualdades una desnaturalización de la humanidad.

La parcelación del mundo que hemos realizado por efecto de nuestra evolución social, nos fragmenta interiormente y pone fronteras a la convivencia porque nos creemos diferentes, superiores o inferiores, unos de otros. Confundimos la diversidad con la desigualdad, la riqueza de la naturaleza con nuestros inventos conceptuales de riqueza y poder.

Aunque actuamos en sentido contrario, en realidad lo que somos como continuo individuo-sociedad es una onda que aspira a elevarse sobre sus propias limitaciones. Nos hemos distraído con el espejismo de nuestras individualidades y no hemos sabido, o podido, edificar una realidad social coherente con nuestra identidad de especie.

Por eso no somos capaces de asumir el punto de vista de la humanidad que requerimos para ser coherentes con cada uno de nuestros semejantes, los del pasado, los del presente, los del futuro. Ese punto de vista de la humanidad está más allá del horizonte cósmico de nuestra especie, en la región del espacio-tiempo sobre la que todavía nada sabemos.

No es el fin de la historia

Esta constatación, sin embargo, no debe desesperanzarnos: aún no hemos llegado al final de la historia de la especie, sino que participamos de un momento singular y crítico del sapiens. Sabemos que somos una especie abierta a nuevas evoluciones y artífice de su progreso.

Las dificultades con las que tropezamos en nuestro camino nos invitan a ponderar las opciones estratégicas de nuestros antepasados y a imaginar nuevos modelos de convivencia basados en la igualdad. Que el principal recurso de la actual civilización sea la información, tan abundante y de fácil acceso, en vez de la tierra, el capital, las armas o los minerales, siempre limitados, nos invita a superar la cultura de la desigualdad de la especie.

No sólo no hay una ley natural que frene esta aspiración, sino que la imaginamos como la mejor opción para el sapiens porque la desigualdad nos aleja de nuestro propósito de coherencia personal y de supervivencia colectiva.

La tarea es ardua y reclama una dosis de sabiduría de la que hasta ahora nos hemos abstenido. Lo que se requiere es una reforma del ser humano como ser social e histórico, nos advierte Castoriadis. Lo que históricamente ha sido una utopía, hoy es una exigencia de supervivencia y de felicidad para la especie.

Así descubrimos que el excedente económico, la propiedad y el poder han perdido el significado que poseyeron para nuestros antepasados y debemos apurar nuestra imaginación para determinar si el mundo, la vida, la cultura que hemos de vivir en adelante, los viviremos con estos conceptos irreales o los reconstruimos sobre premisas más acordes con nuestros conocimientos.

¿De qué premisas hablamos? De una nueva relación entre los seres humanos basada en la cooperación en vez de en la competencia, porque el otro deja de ser percibido como adversario a abatir y se convierte en un aliado capaz de aportarnos algo. De la misma forma que sólo a través del otro llegamos a ser personas, sólo cooperando con nuestros semejantes podremos reconciliarnos con nosotros mismos y romper la barrera de la supervivencia que representa la desigualdad.

Cuando conmemoremos otra fecha como el 1 de mayo, que represente la reconciliación del individuo con la sociedad, sabremos que hemos entrado en una nueva etapa de la historia humana, más acorde con los conocimientos científicos actuales.

Bibliografía

Jay Rumney y J. Maier , Sociología, la ciencia de la sociedad , Paidos, Buenos Aires, 1963
Cornelius Castoriadis, Las encrucijadas del laberinto, Gedisa, Barcelona 1988.
Ely Chinoy, La sociedad , Fondo de Cultura Económica, México 1966
Hesiodo, Teogonía , Alianza Editorial, Madrid 1994.
Jean-Claude Guillebaud, La refondation du monde, Seuil, Paris, 1999.
Ely Chinoy , Introducción a la sociología , Paidos, Buenos Aires, 1962.
Bob Sutcliffe, 100 imágenes de un mundo desigual , Intermon, Barcelona 1998.
Lester Brown et alia, La situación en el mundo 1999, Icaria Editorial, Barcelona 1999.

Eduardo Martínez
01/05/2005
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