Biología de la Guerra

Inicio » Autores y Reflexiones » Biología de la Guerra

Jorge F. Nicolai (1916) 


Es la humanidad

Si se quisiera fundar una religión que en eterna juventud sea inmutable y, sin embargo, se adapte capaz de evolución a las necesidades de la humanidad, hay que fundar sobre algo inmutable y, sin embargo, capaz de transformación.  Sabemos lo que no necesita ser expuesto, que no hay tal vez nada absoluto en sí, pero es una banalidad para nosotros, los hombres, el hombre mismo es algo absoluto.  Nuestra organización con todas sus posibilidades para abarcar de determinada manera el mundo exterior, es decir el hombre incluso su medio, es un hecho para nosotros realmente existente, un hecho que se desarrolla ciertamente, que en el curso de los siglos se ha vuelto distinto y que en el curso de los milenios incontables del futuro será nuevamente diverso, pero que en todo momento representa algo absoluto para nosotros.  Así, la humanidad en sí es mutable eternamente, pero es en todo momento para nosotros, los seres vivos, la única medida absoluta existente de todas las cosas.

Pero está también por encima de los hombres y, sin embargo, es humana.  La humanidad se ha desarrollado y continúa desarrollándose en una vía y en una dirección que se puede llamar accidental, pero que está dada de una vez para siempre.  Tras nosotros está extendida recognosciblemente la serie.  Éramos animales y nos hicimos hombres; pero también del futuro podemos decir al menos con seguridad: el hombre de mañana será distinto al de hoy, si el hombre del futuro puede estar ya contenido in potentia en el hombre del presente.

Así, pues, el superhombre no es nada nuevo, pero es algo distinto.  Es ocioso imaginar sobre eso si tal evolución es buena.  Existe, y por eso es absurdo oponerse a ella.  Animal y hombre y superhombre como futuro son una unidad ligada por el tiempo, por eso también el superhombre es y permanece algo puramente humano, aún cuando está por sobre los hombres.

Igualmente hombre y superhombre son una unidad, si se concibe a los superhombres como un resumen de los hombres actualmente vivientes, como humanidad total.  Tenemos entonces la unidad en el espacio.  Así el concepto del superhombre en el espacio y el tiempo sobrepasa al hombre aislado, y persiste, sin embargo, un hombre.

Pero finalmente el concepto de la humanidad es ideal y real al mismo tiempo.  Que la humanidad es objetivamente una realidad se ha intentado ya mostrar.  Pero aun cuando se reconozca la exactitud de mis manifestaciones, es decir, si se reconoce la realidad, la humanidad seguirá siendo en cierto sentido, sin embargo, una idea en sentido platónico.  Es el principio regulativo, pero hay que confesar también que nosotros, como somos especial y temporalmente una parte de ella, no poseemos los órganos para abarcarla plenamente, para nosotros queda la idea de una perfección, que hace como conjunto en grande “lo que el mejor hace o quisiera hacer en pequeño”, pero el que esto pueda ser así no es imaginable sin la idea de la “corriente eterna”.  Así la humanidad en sí es una realidad, pero para nosotros es ideal eternamente inaccesible.

Así llena la humanidad todas las condiciones para poder edificar sobre ella la religión.  En el fondo esto es natural, pues nadie, y tampoco la humanidad, puede perfeccionarse de otro modo que en la fe sagrada en sí mismo.  Todos los grandes pensadores del pasado, cuanto querían tener una religión, la han cimentado en el propio pecho.  La ciencia moderna ha demostrado también que hasta los pueblo más primitivos han obrado así, pues “los hombres han creado a sus dioses de acuerdo a la figura humana”.  Pero por qué se dio a esas figuras de dioses así creadas un más o menos de vida absoluta, que se hizo por eso independiente de los acontecimientos en nosotros, se tuvo el peligro que se ha visto siempre de que esas figuras de dioses se convirtieran en cadáveres rígidos que no podían vivir más la vida de los hombres.

El que quiere poseer una religión real, tiene que basarla en la realidad de los hombres, pero no en ideales imaginados.  De esta realidad eternamente mutable, que se perfecciona en el curso de los tiempos, resulta por sí mismo que para nosotros el futuro se nos aparecerá como una realidad superior, en la que podemos creer, a la que podemos amar y en la que debemos esperar.  Las tres virtudes cardinales cristianas son, en realidad, la piedra angular de toda verdadera religión, pero no se debe creer en algo probadamente inverosímil, no se debe amar nada pasado ni esperar en algo solamente imaginario.

¿Merece tal consideración todavía el nombre de una religión?  Sí y no.  En el fondo propiamente sí.  Pues esa manera de considerar hable de la ligazón, exige ciertamente que nos sintamos ligados con lo inseparable, con lo que estamos inseparablemente ligados, es decir, con nuestro cuerpo y con las impresiones de los sentidos recibidas en nuestro cuerpo.  En última instancia, esto es una cosa tan natural o al menos debería serlo en tal forma que no necesitara un nombre especial.  Pero se le llame religión o no, en la humanidad tendría que creer todo el que atribuye valor al nombre de hombre.

Estamos habituados a resumir con el nombre de humanidad todas las necesidades que resultan del hecho que somos innegablemente hombres organizados, y que podemos interpretar como exigencias morales.  Pero humano no quiere decir otra cosa que hemos comprendido la historia de la evolución de la humanidad, que sabemos de donde venimos, que presentimos adónde vamos, y que, en consecuencia, intentamos acomodarnos en ese devenir general de la naturaleza que se produce para nosotros en la historia del desarrollo de la humanidad.  Creemos en ese desarrollo, amamos la humanidad y esperamos el desarrollo venidero, es decir, el superhombre que deviene lentamente todos los días y todas las horas. 

Importa solo que reflexionemos y comprendamos que el hombre es un individuo y al mismo tiempo una parte de un organismo superior.  El que sabe eso y no lo siente sólo como una verdad enseñable, sino como una ley y un sentimiento vivientes en él, es, no se puede decir de otro modo, un hombre.  Pero el que no siente eso, puede ser en la forma todo lo análogo al hombre que quiera, es decir, como dice una vez Kant, todo lo civilizado que quiera, no es un hombre, pues le falta lo esencial, lo que divide a los hombres de los demás seres vivos, el sentimiento de pertenencia al genus humanum.

Todo lo particular tiene frente a eso importancia fenomenal.  También la guerra.  Si la humanidad triunfa, la guerra ha muerto.  Pero sólo entonces; pues la humanidad no puede romper y no romperá la espada, mientras no sepa que la espada no pertenece al concepto de la humanidad, sino que es sólo una herramienta que se puede deponer.   



La Agencia de Marketing Way2net nos provee servicios de Marketing Digital, Posicionamiento Web y SEO, Diseño y actualización de nuestra pagina web.